– ¿Cómo así que te vas

– Sí, me voy por un buen tiempo.

– ¿Buen tiempo? ¿Cuánto?

– Tres o cuatro meses, más o menos.

– Y eso, ¿Para dónde?

– Estaré recorriendo algunos países de Suramérica. 

– Y, ¿Quién va contigo?

– Yo misma. Me voy sola.

– ¿Cómo así que viajarás sola? ¿Estás loca? ¿Se te corrió la teja? ¿No te da miedo?

– Sí, ¡Viajaré sola! Así como voy sola al supermercado, al trabajo, a la discoteca o al gimnasio.

– No puedo creerlo. Es mucho tiempo y viajar sola es muy riesgoso.

– ¿Qué le ves de raro? Nada más quiero disfrutar de mi propia compañía.

– Eres una mujer joven. El peligro acecha por doquier. Yo que tú no me arriesgaba, no vaya ser que te ocurra una mala hora.

Centenares de veces sostuve con alguien esta conversación, cuando no era con mi madre, era con una hermana, una amiga, un compañero o cualquier otra persona conocida.

Cuando anuncié por vez primera que me iría sola de viaje, mucha gente pensó que yo estaba loca o que me iba a pasar de todo. Siempre escuchaba historias espantosas sobre feminicidios, secuestros, violaciones, tráfico de órganos, trata de blancas, entre otros tantos cuentos horribles. El hecho de ser mujer en una sociedad patriarcal como la nuestra es un factor de riesgo amplio, no sólo para nuestra salud física sino también para nuestra salud mental y eso termina por rayarle el coco a quienes están a tu alrededor. Yo aún estaba muy joven; por ello, no entendía por qué cuestionaban mi decisión y atribuían a mi osadía “una falta de tornillo”.

Así pues, mi gran experiencia comenzó. El 27 de enero de 2011 desde Medellín abordaba un avión sin tiquete de regreso con destino a Quito, dándole paso a un mar de vivencias, haciendo oídos sordos a tantas voces que trataban de apaciguarme y consumando uno de los sueños que tenía desde niña. Era mi primera vez viajando tan solo con mi mochila al hombro.

Comencé mi cita con el mundo en un recorrido que duró seis meses, alrededor de países tan mágicos y diversos en paisajes y culturas como lo son Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Uruguay. Escogí esta ruta porque es un viaje relativamente económico y fácil de organizar y dado que Colombia hace parte del Mercosur, podemos disfrutar del acceso ilimitado a cualquiera de sus países.

Viajar es siempre una buena opción y hacerlo en solitario es una experiencia increíble, un canto a la vida con más ventajas que desventajas. Pese a que como mujeres estemos condicionadas por infinitos esquemas patriarcales, un viaje te cambia la vida, te empodera, te emociona, te enseña, te aleja de estereotipos tóxicos. Tanto al interior como al exterior, un viaje es una forma de liberación de este sistema opresivo y dominante. Es parte del camino hacia la revolución femenina.

Todo lo que necesitas para afrontar un viaje, además de la valentía para accionar, es una mochila repleta de sueños, cargada de elementos básicos y esenciales, un destino en la mira, un enorme amor por la aventura y confianza en tus instintos. Cada viaje representa un desafío propio y único para cada persona.

Viajando sola comprendí de fondo lo que verdaderamente significan conceptos como cambio, empatía, sororidad, libertad, pues a mi paso percibí la caridad en manos extrañas, encontré amistades nunca defraudadas en desconocidos, conocí hombres que me ayudaron y mujeres que me protegieron convirtiéndose en madres sustitutas y hermanas de otra madre, tejiendo de esta manera alianzas para apoyarnos unas a otras. La esperanza regresó a mí. El mundo era un lugar colorido y no gris como lo pintaban. Descubrí que, pese a tanta cosa, este planeta Tierra sigue siendo un lugar increíble y la gente continúa guardando su espíritu hospitalario y benévolo.