«Las Flores, una plaza de mercado»
Por: Marta Gómez
La Plaza de las Flores está relacionada con el devenir de la localidad y con el surgimiento de Corabastos; sin embargo su memoria, en ocasiones, también parece estar ligada a las realidades del país, a los conflictos, a las reivindicaciones de derechos de las comunidades a un trabajo digno, a la propiedad y a los servicios básicos como el agua, la educación y la salud.
A partir de su historia también se pueden observar los procesos de conformación de las plazas de mercado, entendidas en sus inicios como espacios públicos, que pasan a ser regulados a través de extensas batallas legales entre las gentes y las instituciones, pero en las cuales predomina la apropiación del espacio por parte de las y los comerciantes, quienes se consideran herederos de una tradición y sobrevivientes de una economía popular dentro del capitalismo del siglo XXI. A partir de la voz de sus actores, se intenta reconstruir la historia de la Plaza de las Flores.
Una plaza detallista
Corabastos, desde sus inicios, tenía proyectada una segunda etapa de construcción que nunca se formalizó: “Plaza minorista: se requiere la construcción de una plaza de mercado para detallistas de 5.000 mt2 de área útil localizada cerca del sitio reservado para la terminal férrea dentro de los terrenos de la 2a etapa. Esta construcción debe ser sumamente sencilla y sin cerramientos, el piso será en afirmado de recebo únicamente” (Tomado del periódico El Tiempo).
Sin embargo, debido a que gran parte de las bodegas y los locales pertenecían a comerciantes mayoristas, se destinó un terreno adyacente para la ubicación de los vendedores minoristas, también llamados detallistas o lichigueros, para que se ubicaran en el lugar. Esta ubicación se hizo de manera desorganizada, sin una repartición clara de los locales.
La infraestructura de Las Flores comenzó con una planta física que estaba limitada por guacales, cajas de madera donde se transportaban los productos. Tiempo después, Corabastos parcelizó e instaló algunos techos a partir de una serie de columnas, estructura que todavía permanece sobre la parte alta de la plaza.
En un principio, la Plaza de las Flores contaba con un terreno de 75.000 m2 y aproximadamente 870 unidades comerciales, divididas en cuatro secciones que estaban entejadas: la sección de hierbas, de frutas y verduras, la de carnes y los restaurantes. Todo estaba alinderado.
En diálogo con los personajes de la plaza, expresan que las y los comerciantes de la ciudad comenzaron a ser reubicados mucho antes de la llegada de Corabastos, cuando la alcaldía y otros entes gubernamentales hicieron el proceso de cierre de las plazas que aún permanecían en el centro de la ciudad: La Matallana, La Rotonda, Plaza España, San José y San Vicente, debido a los problemas sociales, el microtráfico e incluso la salud pública. La primera reubicación se da en la Plaza de Paloquemao, posteriormente en Corabastos y, por último, en la Plaza de las Flores. Sin embargo, esa llegada se dio de manera paulatina, y poco a poco se fueron acercando grupos de antiguos comerciantes que se reubicaron: “Hay personas a las que nosotros les preguntábamos ‘Bueno, ¿usted cuándo llegó acá?’, y respondían: ‘Yo llegué el 15 de enero. No, yo llegué el 20 de abril. Yo, el 8 de julio’. Entonces, identifiqué que eran procesos alternativos de reubicación de vendedores ambulantes de ciertas plazas, que habían llegado en su momento y llegaban por bandaditas, que la señora de la flores llegó con otra, y así. Eran como grupitos que coincidían. En ese momento queríamos determinar cuál era la fecha de cumpleaños de inauguración de la plaza y no lo logramos. Sí coincidimos en el año: algunos decían que el 70, pero la mayoría decía que fue en 1971”, expresa Lyda, comerciante de la plaza.
¿Por qué la Plaza de las Flores?
En 1971 el lote que entregó Corabastos sería bautizado como Plaza Detallista Las Flores. Sobre el origen del nombre, se hace memoria de un personaje propio de las plazas: las llamadas “marchantas”, al parecer extintas, pero quienes en su momento fueron vitales para estos escenarios. Eran las señoras que pregonaban y gritaban el mercado: “La marchanta era la vendedora típica de la plaza, la de ‘A la orden, sumercé. ¿Qué va a llevar, mi amor lindo?’”, cuenta Lyda, entre risas.
La marchanta se caracterizaba por ser la dueña de su negocio, era propietaria y se encargaba de todo: comprar, surtir, vender, administrar y pagarles a los proveedores. Además, se distinguía por llevar un atuendo muy particular. Utilizaba un delantal que le daba un rango diferente dentro de la plaza. Los delantales de las marchantas no eran comunes, sino coloridos, los decoraban con moños, boleros y encajes, además de un recogido en el cuello en forma de V y unos bolsillos muy grandes que les facilitaban vender y guardar el dinero. Vale la pena resaltar que para la época la economía aún no estaba bancarizada, y la gente regularmente guardaba el dinero en su casa o lo llevaba a su negocio.
Al hablar con muchas de las personas de la plaza, todas identifican el origen en esas mujeres propietarias, las marchantas, matronas que se encargaron de sacar adelante este espacio y que coincidían en que todas tenían nombre de flores: doña Hortensia, doña Margarita, doña Rosa, doña Azucena. Entonces, como pioneras y fundadoras, la plaza de las Flores toma el nombre en su honor.
Los primeros años: conflictos, luchas y reivindicaciones
La historia de la plaza se puede dividir en tres momentos clave: los primeros veinte años de pertenencia a Corabastos, una época de transición de aproximadamente 35 años que culmina con lo que los habitantes de la plaza denominan la Guerra de las Rosas y, por último, la disputa legal que da como resultado que la plaza sea de sus comerciantes y la creación de la Asociación de Comerciantes de la Plaza de las Flores.
En un primer momento todo lo administraba Corabastos. Así lo recuerda Edgar: “Todo lo administraban ellos, hasta la época que invadieron aquí en María Paz. La gente nos invadió el parqueadero y todo el mundo se rebotó, se formó la revolución. Entonces salimos con todo, con machetes contra esa gente, y recuperamos ese espacio, lo que es hoy el terminal pesquero hasta la esquina. Entonces al ver que Corabastos no hacía nada y no colaboraba en nada, la gente se revolucionó y se tomó la plaza, también ahí hubo muertos y fue una época bastante dura, bastante cruel”.
Entre los años 1985 y 1991, los propietarios de la Plaza de Mercado Las Flores comienzan a expresar su malestar con la administración de Corabastos por diferentes motivos, como el desinterés para proveerles servicios públicos básicos: no tenían luz, solo podían acceder al agua que se proveía a través de un tubo comunal y pocas veces se hacían jornadas para lavar los locales. Además del desorden administrativo en el cobro de los arriendos, lo que rebasó la paciencia de los comerciantes fue la invasión de los predios de la plaza por parte de los habitantes que llegaban a María Paz, ante la denuncia que se hizo a Corabastos. Al ver que no había ningún interés por defender el espacio, los comerciantes decidieron pasar a las vías de hecho y el 2 de febrero de 1991 se tomaron la plaza.
Posterior a la toma se formó una autoadministración, y durante ocho días la plaza no abrió sus puertas, previendo la posibilidad de que Corabastos instaurara acciones legales. Durante esos días se asesoraron jurídicamente; vale la pena recordar que la Constitución de 1991 entra en vigencia a partir del 31 de enero de 1992, es decir, todos los procesos legales que se iniciaran en contra de la Plaza de Las Flores se debían regir por la Constitución de 1886, según la cual si una persona residía en un predio por más de 20 años, fuera el predio del Estado o de un privado, esta podía pedir la titularidad porque había ejercido posesión, señorío y dueño. Justamente para 1991, los comerciantes cumplían 20 años en la plaza, contando a partir de su fecha de apertura en 1971.
Lo que vino después de la expulsión de los administrativos de Corabastos fue una disputa por el poder y una división de posiciones entre todas las personas de la plaza. Algunos siguieron pagando el arriendo a Corabastos, otros se autonombraron parte de la junta directiva y muchos decidieron irse.
Finalmente, luego de la expulsión de la administración de Corabastos, quedaron como referentes de la toma de la plaza siete personas, quienes asumieron la administración y comenzaron a buscar acercamientos con la misma Central de Abastos para lograr la independencia. Entre estas personas, tres señoras que se llamaban Rosa. Esta segunda administración termina el día que llega un recibo del agua por 200 millones de pesos, lo cual implicaba que el predio podía ser embargado. Después de eso, nuevamente se hizo una reunión y se decidió sacar a las Rosas de la administración: “Se da un segundo batallón y ya las que salen de la administración a físicas patadas, puños, de todo, con un muerto a bordo, es la administración de las Rosas. Y ya había tres bandos: los que todavía le seguían pagando a Corabastos, los que le pagaban a esta administración paralela de las Rosas y la que nace con ACOPLAF”, cuenta Lyda.
En 1996 se creó la Asociación de Comerciantes Plaza de las Flores, como una asociación sin ánimo de lucro, la cual hizo uso de una figura jurídica Ad excludendum, que quiere decir que hay un proceso en curso, pero las personas que consideren que están involucradas pueden pedir ser tenidas en cuenta durante el proceso. Entonces la figura fue solicitada en representación de 478 comerciantes, frente a lo cual el juez hizo el reconocimiento y todos entraron a ser parte del proceso para ser propietarios de sus locales.
“Yo llegué a los 9 años porque mi abuela y abuelo fueron reubicados de la plaza de San Vicente y ellos vendían pescadito. Ya llegaron acá y después vinieron mi mamá, mis tíos, toda mi familia… Todos vendíamos pescado. Cada uno adquirió sus predios, su pedacito, una mesita para trabajar. Desde pequeñitos empezamos a trabajar en este arte, entonces yo llegué a la plaza a vender pescado desde los 9 años. Imagínate ese arraigo, esa pasión del esfuerzo, entonces cómo así que nos van a sacar”, recuerda Lyda.
Durante el proceso legal comenzó el reconocimiento del predio y el análisis de la titulación, porque para el momento existían muchas versiones y nadie tenía claridad sobre quién era realmente el dueño del predio. Había tres versiones: que efectivamente era de Corabastos, que era del Estado o que era de los jesuitas, que nunca lo habían cedido legalmente. Debido a esas diferentes versiones necesitaban la certeza, además es importante resaltar que, para ese momento, de 75.000 m2 que tenía la plaza ya solo quedaban 20.174 m2. Los otros 54.826 habían sido invadidos o se habían vendido por lotes antes de sacar a la administración de Corabastos de la plaza. En ese momento, y como defensa a los predios que quedaban, se hizo un muro para evitar que se siguieran robando terrenos.
El estudio de titulación comenzó en 1998 y en 2002 finalmente lo hallaron en el Archivo General de la Nación. Según este, en 1869 había un título real en donde los predios potrero Alto Negro, La Cantera y La Canterita pertenecieron a los jesuitas, pero ellos cedieron los terrenos, como gesto de solidaridad, a la Corporación de Abastos de Bogotá. En un momento, Corabastos hipotecó el predio para que se hiciera la Terminal de Transporte que hoy se encuentra ubicada en Salitre, y posteriormente se deshipotecó. En el certificado de libertad ya quedaba claro que era necesario que ACOPLAF lograra un acuerdo con Corabastos.
El proceso de acuerdo fue bastante largo. Tuvieron que vender algunos de los terrenos de la plaza e implicó un pago a Corabastos que les significó importantes esfuerzos a cada uno de los comerciantes, y a la Plaza en general. Tiempo después se embarcaron en una nueva batalla legal. Pero lo cierto es que, con decisión, las y los comerciantes se convirtieron en propietarias y propietarios y hoy la plaza es de cada uno de ellos, un pedacito que se transmite entre generaciones, así como los oficios que perviven en esta plaza aún llena de viva.