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El fanzine que sembró comunicación y contracultura en Techotiba
Por: Andrés Gómez Morales
La campaña “La mata que mata” fue una estrategia estatal de comunicación lanzada a finales de la década de 1990 y comienzos de los 2000, en el marco de la política prohibicionista y antinarcóticos impulsada por el gobierno de Andrés Pastrana y apoyada por George Bush durante el Plan Colombia. Su objetivo era desincentivar el consumo de marihuana mediante mensajes que asociaban la planta con violencia, muerte, delincuencia y deterioro social. Surgió en un contexto de guerra contra las drogas, militarización, aumento de los cultivos ilícitos y fuerte presión internacional para mostrar resultados al gobierno de Estados Unidos. En el plano social, coincidió con un clima de estigmatización hacia los consumidores, particularmente jóvenes de sectores populares, quienes enfrentaban criminalización y persecución policial. En ese escenario, la campaña reforzó imaginarios de miedo y alarma moral alrededor del cannabis, constituyéndose en un referente negativo que posteriormente motivó respuestas críticas desde los movimientos culturales, comunitarios y cannábicos que buscaron contrarrestar esa narrativa con pedagogía, arte y discurso de derechos.
La campaña “La mata que mata” terminó en 2010 cuando la líder indígena Fabiola Piñacué interpuso una tutela alegando que el mensaje estigmatizaba plantas de uso ancestral y afectaba directamente a comunidades indígenas. La Corte Suprema de Justicia ordenó retirar la campaña del aire, señalando que su enfoque simplista reducía un problema complejo a un eslogan moralizante que criminalizaba tanto a las plantas como a sus usuarios tradicionales. El fallo evidenció que detrás del spot estaba la Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE) y cuestionó el facilismo comunicativo con el que el Estado pretendía abordar temas relacionados con políticas de drogas, sustitución de cultivos y prácticas culturales legítimas. La tutela se convirtió así en un precedente contra la narrativa oficial que estigmatizaba el uso de la planta sin considerar sus usos terapéuticos, ancestrales y los asociados al libre desarrollo de la personalidad.
Antes del histórico fallo, organizaciones culturales populares manifestaron su rechazo a este tipo de campañas, por ejemplo, en la localidad de Kennedy, mejor conocida como Techotiba, un grupo de jóvenes artistas, cirqueros, músicos punk, comunicadores populares y consumidores de cannabis dio vida a un proyecto impreso sobre el tema, El Kafuche, un fanzine pionero dedicado a desmitificar las leyendas alrededor de la planta, promover el consumo responsable y defender la comunicación desde los territorios.
Cuenta Alejandro Gil que el proyecto tuvo su origen fue una mezcla contracultural y de organización comunitaria. Surgió como una extensión del festival “La Mata No Mata”, un encuentro creado por jóvenes consumidores que buscaban discutir abiertamente sobre el cannabis lejos del estigma. Al festival llegaron colectivos de Bogotá y otras ciudades como Pasto, Bucaramanga, Cali o Medellín, dando forma a un espacio de diálogo sobre uso medicinal, derechos de los consumidores y políticas de drogas.

De estas conversaciones surgió primero un programa radial también llamado La Mata No Mata que alcanzó a registrar más de 40 episodios, y luego la necesidad de un soporte más permanente y artístico: un fanzine. El Kafuche nace como una herramienta política una publicación participativa, gráfica y comunitaria, nutrida por artistas urbanos, ilustradores, fotógrafos y comunicadores populares. Su nombre hace referencia al “cannabis del pueblo”, una revista hecha desde y para la comunidad con estructura editorial que combinaba el arte, información científica sobre la planta, reflexiones sobre consumo responsable, historia del cannabis en Colombia y contenidos de cultura urbana. También incluía letras de canciones, gráficos, poesía y contenido pedagógico. Cada edición era construida mediante un consejo editorial comunitario, lo que aseguraba la diversidad de voces y miradas.
El movimiento punk fue determinante en el nacimiento del fanzine. El Kafuche es un “hijo” natural de la cultura punk: barato, directo, pedagógico y profundamente político. Las bandas, los toques y la circulación de impresos en los años 90 y 2000 moldearon una estética y una lógica DIY (Hazlo tú mismo) que luego se trasladó a los contenidos sobre cannabis.
A este legado contracultural se sumaron influencias locales: el periódico comunitario A Media Cuadra, los sembradores urbanos de Kennedy, el boletín El Campanazo, Sumando Voces y Techotiba. Estos medios aportaron metodologías de trabajo colaborativo y una visión territorial sobre la comunicación comunitaria. Uno de los aportes centrales del proyecto fue la desmitificación del cannabis. En una época donde hablar de marihuana en el barrio era tabú, El Kafuche publicó información científica, histórica y cultural sobre la planta, diferenciando consumo de delincuencia y promoviendo una aproximación basada en reducción de riesgos y derechos humanos. La relación con colectivos de agricultura urbana también amplió la conversación hacia el cuidado de la tierra, la soberanía alimentaria y la producción responsable, conectando el cannabis con otras prácticas de cultivo comunitario.
Para sus creadores, los medios impresos comunitarios cumplen una función contracultural: enfrentar los discursos de los medios comerciales que han difundido estigmas sobre las sustancias psicoactivas. En ese escenario, El Kafuche intentó disputar sentidos, abrir conversaciones y hacer visible una comunidad de consumidores históricamente marginada.
La publicación enfrentó dificultades económicas, agravadas por cambios institucionales y recortes a los medios comunitarios, y también tensiones comunitarias. No todos compartían la postura política del fanzine, y algunos vecinos cuestionaban su enfoque sobre el cannabis. A ello se sumaron intentos de actores políticos por instrumentalizar el tema de la legalización.

Finalmente, tras seis ediciones impresas en seis años, el proyecto entró en pausa, aunque su espíritu continuó en otros formatos como el podcast La Mata No Mata, nuevos fanzines y el trabajo gráfico del colectivo Laboratorio del Ruido. Según Gil, los fanzines y los medios impresos no desaparecerán. A pesar de la era digital, el papel sigue siendo un objeto cultural con valor propio: “leer en físico es más dulce”, afirma. El fanzine, permite una relación táctil, cercana y accesible, y conserva un lugar en escuelas, hogares y procesos comunitarios. Su mensaje es una invitación: hacer más medios, multiplicar voces, lenguajes y formatos. Porque “la comunicación popular se sostiene con un lápiz, un papel y la necesidad de expresarse”.
El fracaso del prohibicionismo ha demostrado que la “lucha contra las drogas” solo fortaleció a las mafias y puso en riesgo a consumidores y comunidades. Frente a ello, promover publicaciones sobre un consumo responsable, con educación y salud pública, es una alternativa más humana y eficaz. La legalización y regulación del cannabis no buscan incentivar su uso, sino arrebatarle el negocio al crimen organizado y permitir que el Estado proteja en lugar de perseguir. Sustituir la moralización simplista por políticas basadas en evidencia es esencial para reducir daños y violencia o como decía Antonio Escohotado: “No hay sustancias malas; hay usos
buenos y malos…”