«El virus que aqueja a Colombia»

Los colombianos no hemos tenido más opción que ver cómo frente a nuestras narices, el gobierno decide entregarle todo el dinero a los bancos y dejarle unas precarias ayudas al pueblo.

Por: Juan Manuel Arias 

 

 

Cuando hablan del país más desigual del mundo, nos podríamos imaginar que hacen referencia a la India o a una nación ubicada en el lejano continente africano, pero no, hablan de Colombia, de esos 1.142 millones de km donde la realidad se topa con la desigualdad en cualquier esquina. Como si fuera algo normal nos acostumbramos a trabajar a diario por unos pocos centavos con los que apenas si se puede sobrevivir. Ya no nos sorprende que a las personas de bajos recursos no les alcance ni siquiera para suplir las tres comidas diarias, que se vean forzadas a salir a pedir una limosna para poderse sostener y que los niños se mueran de hambre en el campo y en la ciudad. Es el retrato de esa Colombia desigual, en la que los políticos se roban los recursos destinados a la población más vulnerable, políticos corruptos que se roban millones de pesos en una concesión y luego son “condenados” a casa por cárcel, por uno o dos años. He ahí una desigualdad que se filtra en todas las dimensiones de la vida humana. Porque mientras el político disfruta de todos los beneficios, si una persona de a pie se roba cualquier producto de un supermercado queda con antecedentes penales y puede ser sentenciada a pagar entre dos y tres años de prisión. 

Lo más preocupante es que el gran meollo de la desigualdad no viene dado únicamente por los beneficios o fortunas de los unos frente a la falta de oportunidad o precariedad de los otros. Cuando se roban los recursos de la salud, cuando los contratos son mal distribuidos por el Estado, cuando se terceriza, se abren las EPS y se privatizan los bienes públicos, la desigualdad se enquista no en el dinero que logra una empresa o un empresario, sino en la falta de oportunidades de una sociedad a la que se le niega el acceso a la salud y a la vida. Lo mismo pasa con el agua, con la energía, con todos nuestros recursos naturales que terminan siendo entregados a las multinacionales extranjeras, ofertados al mejor postor en detrimento de la calidad de vida de las personas. 

El acceso a la educación tampoco ayuda a mitigar esta enorme desigualdad, porque cuando los jóvenes deciden que quieren estudiar y marcar la diferencia en una sociedad pauperizada, el Estado no les da más opción que acceder a un crédito, con tasas de interés absurdas, que tendrán que seguir pagando por el resto de su vida. Para luego pasar a una contratación laboral inestable y llegar a la tercera edad sin tener derecho a una pensión. En lugar de eso es muy probable que la mayoría de los colombianos pasemos los últimos años de nuestra vida con un subsidio de 40.000 pesos, que subió a 80.000 por la pandemia, pero que sigue siendo una burla, con 80.000 pesos nadie come, paga arriendo y tiene una vida digna en Colombia.

La actual pandemia en lugar de hermanarnos ha profundizado aún más la brecha de la desigualdad, asombrados por los altos niveles de corrupción, los colombianos no hemos tenido más opción que ver cómo frente a nuestras narices, el gobierno decide entregarle todo el dinero a los bancos y dejarle unas precarias ayudas al pueblo. El Estado no ha pensado en el futuro del 47.6% de la fuerza laboral del país que trabaja en condiciones informales y que aún no entra en ninguna de las cuarenta y seis excepciones dictadas por el gobierno. Como los colombianos siempre somos pioneros a la hora de reinventar nuevas formas de aprovechar las situaciones para el beneficio de pocos, entonces ahora existe el cartel del COVID-19, donde salen personas por redes sociales diciendo que su familiar que llegó al hospital por cualquier enfermedad lo hacen pasar por COVID-19 para que las EPS puedan cobrar más por su tratamiento.  

Simón Bolívar se debe estar revolcando en su tumba al ver a una Latinoamérica desunida y empobrecida, llena de dictaduras y de tiranías, donde la corrupción se volvió en un negocio transnacional. Pero debe sufrir aún más al ver a una Colombia sumida en la desigualdad, que únicamente es la consecuencia del egoísmo y la avaricia de unos pocos, un Estado que cuando está frente a una crisis, no encuentra otra manera de reinventarse que buscar la forma de estafar y de robarle a sus propios ciudadanos 

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