«Cambio climático y cultura neoliberal»

Por: Andrés Gómez Morales

 

 

A esta altura del siglo hay un amplio consenso en el plano científico y político, sobre el impacto devastador que tiene la economía de mercado libre en el medio ambiente. Sin embargo, la mayoría de sectores beneficiados por este modelo insisten en negar fenómenos como el cambio climático; denunciando en las regulaciones para reducirlo, las formas típicas del totalitarismo de izquierda. Resulta extraño, por este motivo, que el negacionismo se extienda en la actualidad a sectores que cuentan únicamente con su fuerza de trabajo para ganarse la vida, y aún así, vean en la intervención del Estado y en las relaciones abiertas de oferta y demanda, una coerción a sus libertades o al derecho de la determinación individual. 

 No sorprendió el negacionismo de Donald Trump frente a las conferencias de Al Gore registradas en el perturbador documental sobre el inminente deshielo del Ártico, “Una verdad incómoda” (2006), en parte, debido a los intereses del magnate ligados a los combustibles fósiles. Lo impactante fue la manera en que desvirtuó la evidente concentración de gases de efecto invernadero y el alarmante aumento de las temperaturas globales. Para refutar los hechos, se valió sin pudor del nivel más primario del sentido común: “la persistencia del invierno en esas supuestas oleadas de calor”.

Independientemente del rechazo que causó en los sectores ilustrados, la respuesta del representante insigne del libre mercado y del espíritu emprendedor, sedujo a la población blanca, antes favorecida por el Estado benefactor anterior de la era Reagan, luego agobiada en el nuevo milenio por las deudas adquiridas con las corporaciones bancarias. A personas que, en reacción a la crisis económica, abandonaron la ideología igualitarista para acoger —animadas por Trump— el racismo, la xenofobia y el individualismo extremo, bajo la consigna del Make America Great Again.

Las políticas encaminadas a la reducción del calentamiento global, se vuelven una amenaza para el espíritu del neoliberalismo, adoptado por grupos emergentes como alternativa a las limitaciones del Estado para atender la diversidad creciente de las necesidades de la población. Ya que la respuesta a la crisis ecológica no puede tener como motivación el crecimiento económico individual, no les queda, a los nuevos outsiders libertarios, otra alternativa que aferrarse a la ilusión de conseguir con la intensificación de la fuerza de trabajo, lo que prometen las formas de consumo ilimitado, ostentadas no sólo por Trump, sino por Elon Musk, William Branston y los influencers de Instagram y tiktokers.

En un contexto más cercano, Agustín Laje, el youtuber escritor, politólogo y referente de la nueva derecha latinoamericana; hace eco a la desfachatez de los magnates frente a las catástrofes climáticas y retoma la fórmula de que el consenso científico sobre el calentamiento global, se financia desde la agenda política de la izquierda, interesada en modificar la estructura productiva y pautas de consumo a través del control estatal. Dicha teoría, ha sido acogida por los jóvenes que, a falta de otra base cultural, buscan su realización personal en el consumo de bienes que atentan contra las condiciones de vida en la tierra: automóviles, turismo redundante, explotación animal y la prolongación de la especie a pesar de las alarmas de crecimiento demográfico. No en vano, Laje defiende la función de la familia reproductiva y desvirtúa la perspectiva de género por no contribuir a los valores tradicionales que perpetúan el modelo de explotación capitalista.

A pesar de la fractura que las medidas de mitigación del cambio climático producen en la moral neoliberal, no es del todo falso que un exceso de control en las relaciones sociales puede mutar no sólo en totalitarismos de izquierda o igualitarismos de fachada, sino en mayor medida, en otras formas del capitalismo que, con la apariencia de contribuir a la conciencia ecológica, sea verde, sostenible, consciente… son igual de nocivas al encubrir, en acciones particulares y privadas (como reducir el uso doméstico de la energía fósil o  evitar el uso de los plásticos en las compras familiares); los estragos que Exxon, Shell o la industria del gas metano en China producen en el medio ambiente. Esto también puede ser un llamado para cuestionar el mesianismo de los dirigentes que pretenden lograr transformaciones globales, desacelerando las pequeñas economías locales, comprometiendo la soberanía, mientras las grandes potencias, siguen emitiendo el mayor porcentaje de gases que aumentan el calentamiento global. 

Lo cierto es que, en la actualidad, el control de la actividad humana no se da solamente desde las máquinas policiales socialistas, ni desde los aparatos militares capitalistas. Es a través de lo que el filósofo Byung-Chul Han ha llamado “Psicopolítica” o las formas de auto explotación, que el neoliberalismo ha logrado instalar en la psiquis del individuo contemporáneo. Han muestra que en la infinitud de posibilidades que ofrece la proyección de la persona en la virtualidad de las redes sociales, se reemplaza el sentimiento y la racionalidad por la emoción. Así, la acción consciente y real frente al calentamiento global y el desequilibrio climático se traduce en publicar y dar “me gusta” a contenidos e imágenes alusivas al tema. Se exacerba aquí tanto el narcisismo como la superioridad moral, mientras que el mundo de afuera sigue siendo afectado por el efecto invernadero.

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