«Con un termo lleno de café»

Las mujeres populares de Bogotá sostienen a sus familias.

Por: Laura María Rodríguez

 

 

En el sur de la enorme urbe bogotana, todavía es posible conseguir un tinto a 900 pesos, a diferencia de los altos precios de algunas cadenas de cafés, restaurantes e incluso una que otra panadería de barrio. En términos de calidad, no hay nada que envidiarles: la mayoría de las tinteras saben que su trabajo depende de la calidad del producto que vendan, por lo que casi siempre el café está fresco y permanece caliente en la decena de termos que cargan en sus carritos de fabricación artesanal.

Estas mujeres fuertes y emprendedoras no solo se encuentran en el sur de la ciudad; ellas atraviesan enormes distancias en busca de un punto donde su café tenga buena acogida, la mayoría de las veces cerca de universidades, lugares de alta confluencia y zonas comerciales con altos flujos de trabajo. Por eso es fácil encontrarlas en todas las latitudes de la ciudad. Su labor, además de popular y comunitaria, es ambulante, por lo que la mayoría no cuenta con un puesto fijo, sino que se van moviendo con sus carritos por diferentes zonas, tratando de llegar a más clientes. También se puede definir como informal, debido a las complejas condiciones laborales en las que se ejerce; es decir, muchas veces sin la posibilidad de afiliarse a seguridad social ni cotizar para pensión.

De acuerdo con las cifras del DANE del año 2024, el 41,5% de las mujeres en las ciudades y áreas metropolitanas del país se encuentra en condiciones laborales de informalidad, es decir, sin condiciones dignas. Pero vale la pena entender que, dentro de este rango, las mujeres del sur de Bogotá que se dedican a este oficio enfrentan condiciones aún más adversas.

Un día en el Cartuchito

Cuando se habla de condiciones adversas, recomendamos cerrar los ojos e imaginar las seguridades y las inseguridades de este oficio: ser mujer y salir a las 2:00 a.m. en medio de las calles oscuras y el asfalto desigual del barrio María Paz, empujando un carrito lleno de alimentos y bebidas, un frío penetrante mientras se caminan una, dos, tres, cuatro, cinco, diez cuadras para llegar al respaldo de Corabastos. Allí, cientos de trabajadores apenas arriban para terminar su jornada, como los recicladores y recicladoras de oficio; otros como coroteros, los coteros y vendedores de la plaza llegan para apenas iniciarla.

En estas inmediaciones, amanece mucho más temprano, y para empezar ese nuevo día hace falta una taza de café. Ya pasó lo peor, porque empiezan a asomar las caras conocidas y la venta de café comienza, lo que hace que se vislumbre una jornada positiva. Pero ¿quién puede cubrir los riesgos de la exposición al clima, las calles en pésimas condiciones, los charcos y el frío cuando llueve, los peligros de los ladrones, de las riñas entre actores en este espacio y los coqueteos que están al orden del día?

Para estas decenas de mujeres que trabajan entre estas calles llenas de basura, en las que también se asoman caras cálidas y conocidas, una de las ventajas es poder manejar su propio tiempo y tener una jornada que les permite volver a casa temprano para despachar a los niños y llevarlos al colegio. Las ventas alcanzan mágicamente para todo, y este trabajo popular brinda la dignidad y la libertad económica que tampoco se garantiza en los trabajos formales bajo condiciones de explotación que también existen.

Por eso, cientos de mujeres han decidido hacer de esta bebida la base de su economía: una economía popular que les facilita su independencia y garantiza el acceso a los recursos con los que logran mantener a sus familias. Pero no solo eso: también son un importante eslabón en una cadena propia de abastecimiento y comercialización, que inicia con la compra que hacen de la materia prima para preparar el café y otros alimentos que ofrecen en sus carritos. Estos casi siempre se compran en la misma plaza de abastos y en sus alrededores, donde se consiguen a mejores precios, y ellas, a su vez, venden a precios asequibles para los cientos de trabajadores y trabajadoras de esta zona de la ciudad. Es una economía popular donde el fiado y la ñapa todavía son habituales.

Un paso a la economía solidaria

En este sector hay un buen ejemplo de economía solidaria: los recicladores de oficio, quienes desde la asociatividad han logrado mejorar las condiciones de trabajo en su sector, al menos con un ingreso fijo mensual, acceso a seguridad social y garantías mínimas en el desarrollo de su oficio; lo mismo algunas asociaciones de vendedores populares y de coroteros.

La economía solidaria se entiende como…

“Diversas formas asociativas, tales como cooperativas, fondos de empleados y asociaciones mutuales. Estas empresas solidarias fomentan la participación activa de sus miembros, la distribución equitativa de los beneficios y la generación de empleo. Además, centran sus esfuerzos en la sostenibilidad ambiental, la inclusión de grupos vulnerables y la promoción de la economía local. Así, la heterogeneidad de la Economía Solidaria, contenida no solo en diversos tipos de empresas solidarias, sino en la diversidad de la base social que la sustenta, son la principal característica”. Así lo plantea la Supersolidaria.

Para que estas mujeres pasen de una economía popular y comunitaria a una solidaria, es necesario organizarse como sector en una forma asociativa que les garantice mejores condiciones laborales en su economía popular. Sin embargo, a veces las condiciones en las que se ejerce este oficio, su carácter ambulante, el hecho de que la mayoría de estas mujeres sean cuidadoras y su exposición a la violencia de género han dificultado su organización. Pero la fuerza para conseguirlo está ahí:

“En la cuadra del Cartuchito, a diferencia de lo que pasa en las aledañas, hay un ambiente más familiar, nos conocemos y hay un cuidado colectivo”. Expresa Yamile, una de las vendedoras de tintos.

Este importante sector de la economía popular de la ciudad es uno de los más tradicionales y cuyo enfoque de género está más marcado, lo que implica otros retos enormes en la búsqueda de un modelo asociativo que se adecue a sus condiciones de vida y que garantice mayor dignidad a su trabajo.

Yamile ha logrado, como madre cabeza de familia, sostener a sus cinco hijos con esta economía popular. Lleva más de doce años trabajando en la calle del Cartuchito. Allí vende tinto, perico, aromática, productos de panadería que ella misma elabora, dulces y cigarrillos:

“Una de las ventajas de vender tinto es que tengo tiempo para compartir con mi familia, puedo trabajar mientras los niños estudian y soy mi propia jefa. Yo no cambio mi trabajo porque estoy tranquila y le agradezco a todos mis amigos y a mis clientes con los que comparto todos los días mis mañanas. También le agradezco a Dios por darme la oportunidad de compartir con ellos y hacerlos parte de mi vida. Disfruto mi trabajo y sé que, aunque soy independiente, debo ser responsable y cumplir con esa loable tarea de caminar por las calles del Cartuchito llevando una cálida bebida, alrededor de la cual nos sentamos a conversar y a olvidar nuestros problemas”.

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