«Crónica en memoria del Paro Nacional 21-N de 2019»

Por: Julio E. Cortés M.

 

El jueves 21 de noviembre del 2019 estalló uno de los paros más relevantes de los últimos años en Colombia. Quizá, desde el Paro del 77, no se veía algo así. La inconformidad social y la indignación del pueblo venían acumulándose hasta que al fin se produjo un estallido popular. Ese día fui a la marcha con mi novia, decidimos ir en bicicleta previendo que colapsaría el Transmilenio.

Las razones del paro eran muchas: rechazo al gobierno de Duque por criminalizar y estigmatizar la protesta social, el recrudecimiento de la guerra y el incumplimiento a los acuerdos de paz de la Habana, el asesinato sistemático de líderes sociales y ex combatientes de la guerrilla, así como el “paquetazo económico” de las reformas tributaria y pensional, entre otras.

Previo a la movilización el ambiente era tenso pues el presidente Duque decretó el acuartelamiento en primer grado de las Fuerzas Militares y se produjeron allanamientos a unos colectivos culturales y  a un medio de comunicación alternativo en Bogotá, lo cual fue sin duda una provocación e intimidación. Sin embargo, la represión y hostilidad contra el paro, sólo aumentaron la rabia y la agitación social. Ese 21 de noviembre las calles se inundaron de manifestantes: organizaciones y líderes sociales, sindicatos, movimientos políticos, estudiantes, jóvenes, docentes, empleados públicos, campesinos, indígenas, artistas, intelectuales, ambientalistas, y hasta personajes de la farándula acompañaron el Paro Nacional.

Desde el inicio de la marcha los ánimos estaban caldeados por la presencia de ESMAD; era inminente que se produciría la represión y confrontación con la policía. Muchos se habían preparado llevando vinagre, leche y otros elementos de primeros auxilios, en previsión de alteraciones del orden público y la respuesta desmedida de la Policía. Al llegar a la Plaza de Bolívar nos encontramos una fiesta de banderas y colores, la gente no paraba de ingresar con sus carteles y consignas contra Duque y el uribismo. Por aquellos días en Chile las protestas eran muy fuertes y pusieron contra las cuerdas al presidente Piñera. Sin duda estas movilizaciones también alentaron el Paro en Colombia.

La Plaza de Bolívar estaba a reventar, era manifiesto el resurgimiento del movimiento social. La multitud exigía sus derechos y un cambio de rumbo para el país. Los tambores, la danza y las expresiones artísticas avivaron la jornada, pero la represión no se hizo esperar. De pronto se escucharon explosiones y empezaron los disturbios. Quedamos atrapados en medio de los gases lacrimógenos y una lluvia de piedra. La acción policial desató el caos. Los jóvenes respondieron a la policía con piedra y pedazos de adoquines. Recuerdo escuchar voces de camaradería y solidaridad para escapar del Esmad que arremetía con sus motocicletas y tanquetas. La gente caía herida, los manifestantes espontáneamente auxiliaban como podían a las víctimas de los gases lacrimógenos. En algún momento, mientras huíamos con mi novia en las bicicletas hacia el Chorro de Quevedo, se me nubló la vista y me dio vómito. Todo el mundo corría con angustia y algunos jóvenes improvisaban barricadas para contener al Esmad. Por fin logramos refugiarnos en un restaurante donde aprovechamos para comer algo mientras escampaba.

Cuando pensamos que ya había bajado la tensión y podíamos regresar a la Plaza de Bolívar, lo que encontramos fue gente que también huía de los gases y disparos del Esmad. La desbandada era tal que perdí el contacto con mi novia; casi no podía ver ni respirar, y por donde trataba de escapar de la batalla campal, allí me encontraba con el terror del ESMAD que nos fue encerrando. A pesar de todo, los jóvenes se mantenían en la protesta. Yo me sentí impotente al ver esos Robocops del ESMAD golpeando mujeres y jóvenes indefensos. Por donde pasaba veía grafitis y destrozos en entidades bancarias y del comercio, al igual que en Transmilenio. Resulté pasando por la plazoleta de San Victorino y vi un montón de gente boca abajo en el piso sometida por el ESMAD. Había muchos detenidos. Mi sensación era de tristeza y miedo ante tanto abuso de autoridad. Finalmente logré escapar en mi bicicleta y llegué a salvo a casa de mi madre. Llamé a mi novia preocupado, me contestó que ya estaba en Suba, que casi no logra salir del centro, pero que ya estaba cerca de su casa, y que allí se había encontrado una multitud de gente con cacerolas protestando y lanzando vivas al Paro. Me dijo además que Suba estaba sublevada. Ella estaba emocionada en su cacerolazo, se alcanzaba a escuchar el bullicio. Le dije que en Banderas todo estaba en silencio, así que salí de la casa de mi madre y me encontré una amiga con quien nos pusimos a hablar del Paro. Sacamos nuestras respectivas cacerolas y a los cinco minutos estábamos acompañados de muchos vecinos que hicieron lo mismo que nosotros. Comenzamos a caminar por dentro del conjunto. Yo no podía creerlo, ese barrio tan apático, estaba movilizándose de manera espontánea en apoyo al Paro Nacional. A la media hora el grupo ya sumaba más de cincuenta personas. Me entusiasmé al ver caras conocidas que habían decidido dejar el miedo y la indiferencia para manifestarse en apoyo al Paro. Se repetían a gritos las consignas: “¡A parar para avanzar, viva el Paro Nacional!”, “Uribe, paraco, el pueblo está verraco”. Parecía que todos hubiéramos esperado este momento desde hace mucho tiempo.

Era el despertar del pueblo, la necesidad de no callarnos más y salir a las calles juntos a decir basta de injusticias y atropellos. Pronto fuimos un grupo de más de cien personas en el parque del conjunto residencial alzando nuestra voz de protesta. Decidimos sacar a la calle nuestro histórico  cacerolazo. No teníamos ninguna ruta definida más allá de lo que nuestro camino de júbilo y resistencia nos indicara. No importaba el frio de la noche. Al paso de nuestra marcha, Los vecinos aplaudían desde las ventanas y acompañaban el golpeteo de cacerolas. Sonaban pitos y cornetas, se formó un rio de gente, familias enteras con sus niños, viejitos, y jóvenes haciendo malabares con fuego, la gente tomaba fotos que compartía en las redes.  No cesaban las consignas: “A parar para avanzar, viva el paro nacional”. “Uribe, paraco el pueblo está verraco”! Ese 21 de noviembre recorrimos la localidad de Kennedy, pero las escenas se repetían en todas las localidades de Bogotá y ciudades del país. La gente estaba en las calles. La gente pasaba en los carros pitando en apoyo a la movilización ciudadana. Algo me decía, por fin se sacudió mi pueblo, hemos tomado conciencia y estamos cambiando la historia del país. Ese 21 de noviembre de 2019 parecía que habíamos dejado de lado lo que nos separa para unirnos en un solo grito de dignidad y esperanza.

Sin embargo, después de un año pienso que quizá no se logró mucho pues el régimen uribista sigue hoy en el poder. No obstante, no se podrá negar jamás es que ese 21N estalló un Paro Nacional histórico. Principalmente la juventud dio un ejemplo de lucha, nunca olvidaré que ese Paro fue una llamarada libertaria en Bogotá y en todo el país. Fueron días de trabajo comunitario, de fraternidad, de apropiación del espacio público y lucha en las calles, en los parques, en las plazas públicas.

Por desgracia, el costo de este paro fue de 3 víctimas mortales y más de un centenar de heridos y detenidos. En Bogotá el ESMAD asesinó a Dilan Cruz, un joven que protestaba por el derecho a la educación. Sin duda, el 21N de 2019 fue un Paro Nacional que marcó la memoria de muchos colombianos.

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