
«Escritoras del Sur»
Por: Jenny Bernal
En 1943 el artista uruguayo Joaquín Torres García realizó una obra titulada América Invertida en la que como su nombre lo señala y lo anuncia su Manifiesto de la Escuela del Sur: “nuestro norte es el sur”. En el dibujo se muestra el mapa del continente americano a la inversa, con este giro de perspectiva se reivindica la manera hegemónica de comprender América. ¿Qué es el Sur? Para una ciudad como Bogotá en la que los bordes de las clases sociales están claramente delimitados en el mapa simbólico, ¿el sur es entonces ese lugar fuera del “centro” que dicta las reglas, o el “norte” que las valida? El “sur” quizá es lo distante, lo que se subestima ¿lo que se ignora?, o será el “sur” aquello que reivindica y permite un cambio de mirada.
Siempre me ha interesado la manera en la que el canon literario reconoce o desdibuja a las y los autores, en la tradición literaria es notable la influencia de la clase, el género y la raza. Hoy en día algunas de esas barreras se han superado, pero aún persisten los sesgos. Aunque ya se reconocen más los trabajos de las mujeres escritoras, quienes más suenan en la escena literaria son aquellas mujeres provenientes de lugares privilegiados, blancas, de ciudades capitales, con acceso a una mejor educación, contactos y publicaciones en editoriales de cierto reconocimiento. El mundo sigue siendo el mundo, y aunque trabajemos diariamente por vencer estereotipos de género, clase y raza, como dice Bell Hooks “hoy en día está de moda hablar de raza o género; el tema que no está de moda es la clase […] tenemos miedo de dialogar sobre las clases”.
Como si fuera poco a este panorama se suma la escasa lectura crítica, la cual invita a una observación atenta de lo que pasa en la escena literaria sin acudir necesariamente a los referentes “canónicos”. En medio del intercambio de aplausos y likes entre amistades, el ruido mediático en el que autores, editoriales, libreros… invaden el ciberespacio (en una competencia desenfrenada por ganar seguidores), me pregunto: ¿Qué tanto se lee lo que se publica?, ¿qué tanto resuena en los lectores?, ¿por qué tenemos miedo de enunciar lo que no nos gusta? Aunque hay gestos valiosos de reivindicación del trabajo literario de las mujeres en Bogotá, las obras que se rescatan no circulan lo suficiente, o se corre el peligro de romantizar aquello que es periférico sin comprender a profundidad sus propias reglas del juego.
Todas estas ideas que me rondan hace tiempo, sobre las que aún no concluyo nada en particular y pueden estar sujetas a un cambio de perspectiva, las traigo a propósito del libro Letras surcadas: antología de mujeres al sur de Bogotá (2025). Ésta es la quinta antología editada por Palabra Andina y reúne poemas, cuentos, textos híbridos y de no ficción escritos por once autoras, que como lo dice la presentación del libro: “habitan el sur de Bogotá de diversas maneras, unas con nacimientos sembrados en este lado de una ciudad encarnada en las montañas, otras que como habitantes llegaron para caminar muchos días”.
De la antología destaco la polifonía, la honestidad, la palabra transparente, como cuando Leidy Marcela Agudelo Vega dice: “No regalo ya mi saludo a la bandera de ninguna causa / que no sea mantenernos con vida” o Paula Morales señala: “Mi papá me forjó el carácter a punta de argumentos, por lo tanto, la ausencia de los mismos solía conflictuarme”. Es interesante la potencia de las historias breves de Jeniffer Lizcano con inicios cautivadores como en “Perro”: “Con las tetas al aire. Así estoy, en medio de este pequeño espacio que funciona como farmacia. ¿Soy quien paga por él?”; o en el relato “Feo”: “¿Cómo pude amar tanto a un hombre tan feo? ¡Ja! Escribo y pienso en esa bellísima mujer que reverenciaba los encantos de los hombres feos”.
Autoras como Leidy Johanna Díaz Ramos y María Isabel Valencia Suescún recurren en este libro a situaciones de la vida personal. En el primer caso Díaz aborda su comprensión del feminismo; partiendo de una experiencia que la lleva a darle un lugar a las ideas y a las emociones. Valencia, por su parte, relata los aciertos y aprendizajes de un club de lectura “En primera persona” liderado por cuatro mujeres, en el texto se destacan afirmaciones como: “a estas alturas, no me atrae ningún cuento (teoría, discurso, concepto) que no pase por el cuerpo, por la experiencia propia”, la autora parte de los referentes y diálogos con otras mujeres del club hasta reflexionar sobre sí misma.
La antología presenta una atmósfera particular bogotana, en la que hace presencia de manera eventual la violencia, como en el poema “Antes de las seis” de Lucy del Socorro Morales Maury: “Y así, a rastras con su mirada de asombro/ lo arrodillaron en el suelo estéril de Matatigres/ y sellaron su boca con fuego”. En esa aura de la ciudad que retrata el libro también habitan barrios tradicionales como en “Abuela Ileana” de Leonor Riveros: “Desde la azotea de su casa/ en el barrio Quiroga, / admiraba la imponencia de la cordillera”. Destaco de Letras surcadas la hibridez de géneros, la fractalidad y las alusiones a la memoria familiar como en el relato “El hilo plateado de la babosa” de Lorena Niño. La antología también recoge textos de: Gina Lizeth Cuervo Tunarosa, Linor Mendoza y Yenifer Gutiérrez González.
Finalmente, hago una invitación a las y los lectores a observar de manera atenta la diversidad de publicaciones con las que contamos en Bogotá, en sus diversos formatos (fanzines, auto publicaciones, libros de grandes y pequeñas editoriales, etc.), textos que nacen en el “sur”, el “centro” y el “norte”. Les invito a poder construir criterios estéticos autónomos que indaguen por el origen de las palabras y los mundos allí retratados, ¿qué nos dicen de la ciudad que habitamos? y libremente le den un lugar, sin miedo a poder decir: “me gusta”, “no me gusta”, “me representa” o “no me representa”. Nuestro norte sigue siendo el Sur.
Muchas gracias por leerlo, sentirlo y escribirlo…