«Fascismo del
fin del mundo»

Transhumanismo y tecnofeudalismo

Por: Andrés  Gómez Morales

 

 

El pasado 15 de mayo se cumplieron setenta y siete años de la Nakba, la “catástrofe”, que sufrieron miles de palestinos al ser expulsados de sus tierras para facilitar la creación del Estado de Israel. Hoy, Israel, con el apoyo de Estados Unidos y de algunos países europeos con posturas antiislámicas, busca tomar el control de la Franja de Gaza con una violencia que muchos comparan con la sufrida por los judíos durante el Holocausto.

Resulta sorprendente que, pese a la evidencia de los hechos y al carácter sistemático de los ataques que han cobrado la vida de miles de palestinos, exista una toma de partido por parte de muchos medios informativos y de opinión, frente a los abusos cometidos por el ejército israelí, bajo el liderazgo de Netanyahu, desde el inicio de la ofensiva militar israelí, el 7 de octubre de 2023. 

La Nakba inicial, consecuencia de la compensación que Occidente ofreció al pueblo judío por su sufrimiento, ha derivado en Ibada, “exterminio”, ante un mundo que se indigna, pero que cada vez parece más insensible ante la repetición cotidiana de imágenes provenientes de los campos de refugiados.

Sorprende, más que la indolencia, la normalización con la que muchos exhiben la bandera de Israel en sus perfiles sociales, mientras admiran sin pudor el avance industrial, bélico y tecnológico del joven Estado. Igualmente desconcierta la pasividad de las naciones adheridas a organizaciones humanitarias y a acuerdos internacionales que, en teoría, defienden los derechos humanos y la democracia.

El cubrimiento sesgado de amplios sectores de la opinión en los medios hegemónicos frente al genocidio en Palestina, perpetrado por el ejército y el gobierno de Israel, tiene un agravante: toma partido de manera abierta, condicionado por el apoyo político y militar de Estados Unidos. Este respaldo se enmarca en una narrativa liderada, en su momento, por el gobierno de Donald Trump, que sostuvo las desgastadas banderas de la libertad bajo una lógica libertaria. A ello se suma la islamofobia occidental, expandida globalmente desde los atentados del 11 de septiembre, y la influencia de las grandes empresas tecnológicas multinacionales de Silicon Valley en la construcción del discurso público.

Desde una perspectiva histórico-cultural, Israel se presenta como el último Estado consolidado de Occidente en el mundo árabe. Por ello, responde inevitablemente a los intereses colonialistas de las grandes potencias, que ven en el territorio ocupado una oportunidad para explotar recursos energéticos y controlar rutas comerciales en Oriente.

No en vano, Israel, más que un Estado-nación, se asemeja a una base militar, como lo señala Naomi Klein en su reciente artículo en The Guardian, donde analiza el auge de un nuevo programa fascista global. Este ya no da por hecho el “fin de la historia” con la consolidación del Estado, sino el “fin de los tiempos”, provocado por la crisis climática, el avance de la inteligencia artificial, la posibilidad de nuevas pandemias, las armas nucleares y la debacle social derivada de la crisis de la democracia.

En este panorama que anticipa el fin de los tiempos y la extinción de la humanidad por la falta de condiciones sostenibles, los billonarios aliados de Donald Trump, junto con los grandes líderes tecnológicos de Silicon Valley, encabezados por Elon Musk y Mark Zuckerberg, parecen dar por sentado un cataclismo planetario.

Lejos de alinearse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, estos aliados de Trump junto con los emprendedores tecnológicos, han optado por acelerar ese desenlace: ignoran el cambio climático, fomentan la explotación de combustibles fósiles, expanden centros de datos que requieren enormes cantidades de agua para su refrigeración, y promueven la reducción del papel del Estado democrático, lo que profundiza aún más las brechas de desigualdad.

Naomi Klein, autora de los ensayos La doctrina del shock, sobre los fundamentos del neoliberalismo, y Esto lo cambia todo, acerca del impacto del capitalismo en el clima, señala en su artículo que el modelo de Estado de Israel responde a un nuevo programa global que reduce la democracia a la ley del más fuerte, es decir, a la supervivencia de quienes sean capaces de resistir a un cataclismo global. 

En esa misma lógica, Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump, se repliega sobre sí mismo como si fuera una base militar, al igual que Israel: segrega a los inmigrantes, favorece a los millonarios y, con la “motosierra” de Elon Musk, desmantela la asistencia estatal destinada a los más vulnerables.

La tendencia libertaria actual, según Naomi Klein, apunta a la creación de ciudades independientes del control estatal, sin impuestos, donde los millonarios puedan establecer condiciones de supervivencia ante las crisis contemporáneas. Estos enclaves de lujo estarían protegidos del impacto climático, de amenazas nucleares y del colapso social provocado por el avance de la inteligencia artificial (como el desempleo masivo, la reducción de las capacidades humanas y el control de los datos personales).

Bajo la premisa de “sacrificar el mundo para construir uno artificial”, la alianza entre la oligarquía global y los genios de Silicon Valley parecen haber decretado que “la empatía es la debilidad fundamental de la civilización”.

Así como el Estado sionista promete una tierra más allá de este mundo para sus hijos, Elon Musk y su séquito proyectan condiciones de vida en Marte para una humanidad “elegida”. Su mensaje implícito parece ser: podemos destruir la Tierra y aun así estar bien. Al mismo tiempo, promueve una natalidad sin límites y una prosperidad reservada para unos pocos, mientras se oculta la miseria creciente en los nuevos feudos tecnológicos generados por la inteligencia artificial.

La suerte de Palestina se convierte así en una advertencia sobre el posible destino de la humanidad en su conjunto. A diferencia de los totalitarismos del siglo XX, el nuevo programa fascista rompe con las condiciones de vida en el propio planeta: solo sobrevivirán quienes logren vincular su inteligencia a las máquinas y simular la biología a través de la tecnología.

Tecnofeudalismo y transhumanismo para los más ricos; para el resto del mundo, la condena a compartir la suerte del pueblo palestino.

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