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«Huerta Ñucanchi Llacta»

Tintalito une sus manos por el territorio y su memoria. 

Por: Nicolás Andrei Beltrán

 

 

Estos últimos años, Techotiva ha encabezado la lista de las localidades con peor calidad del aire y con las concentraciones más críticas de material particulado. Ambas situaciones, responsables de los graves problemas respiratorios que viven los habitantes de esta localidad. Sumado a esto, el estudio realizado por la arquitecta Julieth Rusinque sobre Patio Bonito (2020), da cuenta de que el espacio público efectivo por habitante es de tan solo 1.51 metros cuadrados, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda al menos (15) quince. Los problemas de calidad del aire se pueden explicar a partir del índice de arborización del territorio, con un promedio irrisorio de 0.17 árboles por hectárea, cálculo realizado antes del actual avance de las obras de movilidad y extensión urbanística. Es por esto que, las y los jóvenes de Patio Bonito, nuestras madres y abuelos, no tenemos aire limpio y mucho menos calidad de vida.

Los inicios

Ñucanchi Llacta o en lengua quichua Nuestra Tierra, está integrada, principalmente, por una comunidad preocupada por el tejido social del barrio Tintalito, quienes establecieron una pedagogía y un cuidado del ambiente como ejes principales para mejorar la convivencia entre los seres (plantas, aves, insectos y humanos). La huerta rebosa de biodiversidad, está ubicada en un parque abandonado por la institucionalidad, en la calle 42b sur con carrera 87d; comenzó el 21 de marzo de 2021 (antes del estallido social), con un taller comunitario sobre las Pacas Biodigestoras Silva, un diálogo de saberes populares organizado por los jóvenes del territorio. Allí, se concluyó que era necesario un espacio de siembra, de pluriactividad de la agricultura, que le hiciera contrapeso a los días de penuria que ya se comenzaban a vivir en medio de la pandemia. Era evidente que el Barrio, inundado de trapos rojos, requería ayuda para sortear las duras consecuencias económicas y psicológicas derivadas de dicho suceso. Con el taller se pudo reafirmar que la ayuda no llegaría de manos del Estado.

En ese momento, se propusieron las pacas para el manejo de los residuos orgánicos generados en los hogares. Ese mismo día se construyó el primer molde de la paca; sin saber que, apenas unas semanas después, se desataría toda una hecatombe cultural de expresiones artísticas, pedagógicas, científicas, ambientales y solidarias. Fue en el Portal Resistencia y en sus alrededores en donde se reforzó la articulación entre los diferentes procesos comunitarios, lo que potenció la participación de las personas en el territorio y sacó a flote valores fundamentales como el amor y la horizontalidad. Uno de los fenómenos más interesantes de los que surgieron en esa época fue la olla comunitaria, el fuego se convirtió en el corazón del tejido comunitario; cocinar y comer entre conocidos, desconocidos y visitantes, fue la forma en que la energía entregada a la tierra durante las jornadas de minga era recuperada. Hoy en día es triste observar cómo la institucionalidad, sobre todo la policía, impide ese momento de reciprocidad, colaboración y comunión.

Hoy

Desde entonces, la violencia y la estigmatización han estado a la orden del día sobre el proceso comunitario. En un ejercicio de círculo de la palabra, se realizó un diagnóstico participativo para identificar las distintas problemáticas de Ñucanchi. Los resultados arrojados fueron, principalmente, la falta de una cultura del cuidado, de la preservación y del respeto por parte de la comunidad hacia los intentos de restauración del espacio público y de encuentro. Lo que casi ha convertido a la huerta en una despensa de residuos fisiológicos de mascotas. Pero, sin duda, lo más triste tiene que ver con los múltiples ataques hacia las plantas, con patadas y machetes, que pretenden extinguir la posibilidad de florecimiento de especies como el maíz, el tabaco o el durazno. La excusa recurrente, y otro de los mecanismos para torpedear el proceso ha sido la adjudicación de las dinámicas de consumo y microtráfico de sustancias psicoactivas a la Ñucanchi, desconociendo que es un problema estructural de salud pública. Lo cual, invisibiliza por completo las labores de resocialización de personas farmacodependientes y su notorio componente educativo sobre el autocultivo y el consumo responsable e informado que se realiza en el aula ambiental.

A pesar de ello, todas sus integrantes están aprendiendo constantemente y construyendo desde la pluralidad. La huerta funciona como un pequeño universo que permite la existencia de otros pequeños universos individuales. Además, cuenta con un rasgo multicultural y multidisciplinar muy pronunciado, en este espacio conviven y trabajan hombro a hombro jóvenes citadinos bogotanos, caleños, tolimenses, afrodescendientes, ingas, disidencias sexuales y mujeres. Además, los saberes y ocupaciones de estas personas son tan diversas como sus orígenes. Nos encontramos con biólogos, pedagogos, sociólogos, psicólogos, bibliotecarios, artistas escénicas, cantantes de rap, artistas gráficas, malabaristas y artesanos de drotárstvo (alambre). Confluyen personas de distintas edades, tanto jóvenes sin hijos como también padres y madres cabezas de hogar.

La máxima de Ñucanchi es una simple y certera pregunta ¿Qué hago por mi barrio? Un llamado a la democratización, desmercantilización, desprivatización y decolonización del territorio y de nuestros pensamientos.

La memoria es la herramienta que precede al azadón para esos fines, y sobre todo para reivindicar a quienes desde antes de la conquista española hasta hoy, han defendido el agua, esa que nos permite vivir. De la mano de las comunidades originarias muiscas, de las y los recicladores de oficio y de nuestras abuelas, se han consumado en Ñucanchi acciones afirmativas para demostrar y garantizar la posibilidad de convivencia entre humanos y naturaleza. Es decir, esperamos que nuestro progreso y bienestar no tenga que ir en detrimento de la flora y la fauna, por eso, la huerta ha sido un lugar de acogida de aves migratorias y endémicas. Replicar estos ejercicios de participación popular y efectiva como Ñucanchi Llacta es una tarea urgente en Techotiva, pero también en toda Bakatá. No permitamos más que el gris del concreto apague los sueños de la niñez y un porvenir luminoso y colorido para todas y todos.

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