«La Barriada»

La voz que Britalia merecía

Por: Mariana Cortázar

 

 

¿Reconoces tu territorio?

Hay barrios que parecen guardar su historia en los silencios. Britalia era uno de ellos. En 2014, cuando se acercaba a sus cuarenta años, muchos de sus recuerdos seguían viviendo apenas en la memoria de los fundadores: en las cocinas donde aún se hablaba del primer acueducto improvisado, en las esquinas donde alguna vez se organizó el comité del barrio, o en los patios donde surgieron los primeros festivales. Nada de eso estaba escrito. Nada tenía un lugar para quedarse.

Fue entonces cuando un pequeño grupo decidió que había llegado la hora de hablar… O más bien, de escribir.

Así nació La Barriada, un periódico que duró poco, pero significó mucho. Lo hicieron cuatro personas del colectivo Muequetá: Wilson Prieto, Lourdes Ravelo, Diana Rodríguez y Luis Mauricio Castellanos. No tenían experiencia en prensa, no tenían recursos, y no tenían tiempo. Pero tenían algo más poderoso: el deseo de que Britalia no se olvidara de sí misma.

El nombre que salió del corazón del barrio

La idea surgió en la Agencia Techotiba, entre tazas de café tibio y mesas gastadas donde se reunían colectivos culturales y soñadores de todo tipo. Allí les insistieron: “hagan un medio, el barrio lo necesita”. Y ellos, casi sin darse cuenta, se vieron imaginando un periódico propio.

El nombre llegó entre risas, recuerdos de viejos grupos de teatro y una sensación de pertenencia inmediata: La Barriada.

No podía llamarse de otra forma.

Sonaba al barrio y a su gente; sonaba a multitud, a esquina y a memoria. Era un nombre que abrazaba.

El papel como acto de cariño

 

En un mundo dominado por pantallas, eligieron el papel. Y no por romanticismo sino porque sabían quiénes eran sus lectores: los fundadores, los vecinos mayores que habían levantado el barrio con sus manos, los jóvenes que necesitaban saber de dónde venían, las familias que no tenían acceso a internet.

 El papel permitía algo íntimo, detenerse, tocar la tinta, guardar la página, subrayar un párrafo. La Barriada no quería competir con la velocidad de la red, quería crear un lugar donde las historias respiraran sin afán.

 Mauricio Castellanos lo describe como “un archivo hablante”. Algo que uno puede doblar, regalar o dejar sobre una mesa para que otra persona lo encuentre. Y sobre todo, algo que no se borra con un clic.

 Un periódico hecho a pulso y con alma.

 Cada edición era una travesía. Se reunían después del trabajo, cansados pero motivados. Discutían temas, repartían responsabilidades, buscaban fotos, preguntaban historias. Era un trabajo artesanal, lleno de dudas y también de convicción.

La diagramación era un pequeño campo de batalla: ideas que chocaban, tamaños de letra que no convencían, fotos que no encajaban donde querían. “Hasta pelotera tuvimos con Yimmy Cárdenas”, recuerda Mauricio entre risas, como quien revive una escena de cariño disfrazada de caos. Pero al final, al ver el periódico impreso, sentían que valía la pena.

 Lo habían hecho ellos. Con sus manos. Con su barrio.

 

Tres números, muchas huellas

 

La Barriada publicó sólo tres números. Pero en cada uno había algo del alma de Britalia.

El primero celebró los cuarenta años del barrio y reivindicó su historia comunitaria. Los otros abordaron los procesos culturales que le daban vida: el festival Muequetá Andino, el San Pacho, la Virgen de Atocha, las luchas locales, las denuncias, las crónicas que no encontraban espacio en ninguna otra parte.

No era un periódico neutral (ni quería serlo). Era un periódico con postura, con memoria, con cariño por lo que el barrio había sido y por lo que aún podía ser.

El impacto fue inmediato. Jóvenes que nunca habían escuchado la historia de su propio territorio se reconocieron en esas páginas. Adultos mayores encontraron un lugar donde su experiencia era valorada. Colectivos culturales, vecinos y organizaciones lo abrazaron como una herramienta necesaria.

El peso del tiempo y del bolsillo

 

Pero como pasa con casi todos los medios comunitarios y alternativos, las dificultades llegaron rápido. La falta de recursos, la vida laboral, la ausencia de apoyos claros terminaron frenando el proyecto.

No fue por falta de ganas. Fue por falta de tiempo y dinero.

Y eso, en el mundo de los medios comunitarios, suele ser un golpe definitivo.

Aun así, La Barriada dejó una estela. Una demostración de que cuando un territorio quiere contar su historia, siempre encuentra la manera, incluso si el proyecto dura poco.

 Los medios alternativos: luchas que también cuentan

Mauricio no idealiza este camino. Dice que los medios alternativos son “quijotescos”: pequeños molinos de viento que se enfrentan a gigantes mediáticos, sin pautas grandes ni financiamientos generosos. Les toca autogestionarse, pedir apoyos, resistir.

Pero también reconoce su importancia. Durante el estallido social y otros momentos clave del país, fueron estos medios (no los grandes) los que narraron lo que en realidad estaba pasando en las calles.

Por eso insiste en que deben unirse, asociarse, presionar para que el Estado distribuya pautas de manera justa, y no solo a los medios hegemónicos que repiten la misma versión del país.

Un mensaje para quienes quieren comenzar

Cuando se le pregunta qué le diría a alguien que quiere hacer un medio comunitario, él suspira, como quien sabe que está hablando desde la experiencia y la piel.

Les diría que no tengan miedo. Que no se necesita saberlo todo para empezar. Que los medios alternativos son, ante todo, actos de amor por el territorio.

Pero también les diría que no lo hagan solos: que lo hagan en colectivo, porque solo así se sostienen los proyectos que nacen para servir a la comunidad y no a un interés privado.

La Barriada duró poco, sí. Pero lo que dejó pesa más que su tiempo de vida.

Fue un abrazo al barrio.

Una forma de decir “estamos aquí, esto somos, esto hemos sido”.

Y mientras existan personas que quieran contar su territorio, los periódicos, los fanzines y las revistas comunitarias seguirán vivas. Porque hay historias (como las de Britalia) que necesitan el tacto del papel para no desvanecerse.

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