«La censura en el siglo XXI»

una radiografía del establecimiento

Por: Marco Cardona

 

 

La censura a los caricaturistas resulta una acción esclarecedora para determinar cómo se orientan los discursos dominantes: qué se puede decir, qué se debe callar forzosamente y cuáles luchas pueden o no pueden darse en el seno de la sociedad. O, mejor: la risa y sus formas dan a ver aquello que se le escapa al poder o que el statu quo no logra comprender, siguiendo a Mijail Bajtin cuando se interna en las formas de lo grotesco en La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El establecimiento en nuestras sociedades, que parecen asomarse a una nueva era en donde las instituciones, los recursos por los que se declara la guerra, las relaciones entre las personas y las ventanas que se abren hacia el mundo en las minúsculas pantallas de los celulares, se quiere presentar como el primer defensor de la libertad de expresión. Sin embargo, sigue ejerciendo la censura mediante un doble discurso que cada vez se hace más evidente. Quisiera revisar tres casos, dos de ellos de coyuntura, para efectos de ilustrar esta tesis.

El primer caso no es propiamente de censura, sino que pone en evidencia cómo el poder quiere darnos a ver que la expresión no tiene ningún límite en las sociedades que se denominan democráticas. Se trata del atentado perpetrado por una facción de Al Qaeda al periódico francés Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015, cuyo saldo fue la muerte de doce personas, entre quienes se cuentan el director del medio y el caricaturista Cabu (Jean Cabut). Este hecho luctuoso es una muestra de que, aun en los albores del siglo XXI, con toda la idea de lo divino sepultada dos siglos atrás, el extremismo religioso condena a la risa y está dispuesto a exterminar a quien la promueva.

Pero no vamos a detenernos en los móviles del atentado; ni siquiera en el atentado mismo, sino en sus consecuencias. Como era de preverse, la cuna de la igualdad, la fraternidad y la libertad, cuyos principios despertaron el espíritu romántico, no iba a permitir que un hecho semejante silenciara el pensamiento, el derecho a disentir ni el derecho mismo a reírse de un sistema mítico-religioso. Es como si un extremista cristiano, después de santiguarse, hubiera atentado contra la vida de Luis Vidales por haber escrito en un poema de Suenan timbres: «Es verdad que el diablo le tiene miedo a la cruz / pero Jesucristo le tiene mucho más miedo / y huye donde ve una». En consecuencia, todo un país se movilizó diciendo «Yo soy Charlie», como manifestando que, para pasar por encima de la libertad de expresión, primero había que asesinar a toda una nación. Y eso es loable, y es lo que todos en una verdadera democracia debemos decir cuando se quiere silenciar el pensamiento, estemos o no de acuerdo con su contenido.

Encontramos en ese primer caso una postura férrea del mundo occidental, y no es para menos: las ideas se enfrentan con ideas, y no con la mezquindad de las armas. Pero más entrado el siglo XXI y con el genocidio perpetrado por Israel contra Palestina, la postura del mundo occidental da un giro: en este caso la risa y el pensamiento dejan de ser sinónimo de libertad. Hablo del caso del caricaturista británico Steve Bell, quien fue despedido del diario The Guardian por hacer una caricatura del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en octubre de 2023. Grosso modo, la imagen presenta al dirigente político con la camisa abierta y guantes de boxeo mientras se arranca del estómago una tira de piel con la forma del mapa de Gaza. En el texto se lee lo que puede traducirse como: «Residentes de Gaza, váyanse ya».

La caricatura y el caricaturista fueron acusados de antisemitismo. Al parecer, una creencia arraigada en la Edad Media y el Renacimiento (de nuevo estos dos periodos decisivos de la cultura occidental) era que los judíos cobraban sus deudas con carne humana: un motivo que Shakespeare hizo suyo en El mercader de Venecia, y que ya casi superándose el primer cuarto del siglo XXI escandalizó al establecimiento. ¿Entonces las caricaturas en las que los europeos se reían del Islam eran libertad de expresión, pero decir que los bombardeos en Gaza eran una estupidez que redundaba en automutilación era una muestra de antisemitismo y debía silenciarse al caricaturista? Me pregunto si el mundo occidental también comenzará a expurgar la obra de Shakespeare.

En este contexto, no es de extrañar el tercer caso al que quiero referirme, y que tuvo lugar en Colombia. No hace falta, en esta coyuntura, detallar el atentado contra la vida del congresista Miguel Uribe Turbay, como tampoco ahorrar energías en rechazar la violencia política en un país desangrado por las armas. Pero en este escenario, el caricaturista Patán se valió del acervo cultural posmoderno para hacer una reflexión sobre la ironía de un ataque a mano armada contra un precandidato presidencial que acababa de hablar en la plaza pública sobre la importancia del porte de armas por parte de la ciudadanía. Todo un testimonio de la persistencia del siglo XX en una Colombia que hace menos de una década comenzó a soñar con la paz.

Patán, el caricaturista cuyo nombre desconozco y considero que es mejor omitir por su seguridad, resignificó un episodio de Los Simpson, en donde se explica que el motivo de la idiotez de uno de sus personajes es un crayón que tiene incrustado en su cerebro desde la infancia. En el intertexto del caricaturista, sobre el crayón que se ve en el cerebro del personaje gracias a una imagen de rayos X está escrito: «Porte de armas». Con esto se alude al disparo que el precandidato recibió en la cabeza. Pues bien, los ataques contra el medio que publicó la caricatura y contra el caricaturista no se hicieron esperar, y la imagen fue borrada tanto del sitio web del periódico como de sus redes sociales, en un acto de censura que lleva a pensar que el crimen en este siglo es criticar, pensar y hacerle frente al drama de toda una nación mediante el humor, cuando parte de nuestra identidad como colombianos se basa en ese mecanismo de defensa de reírse ante el horror, para seguir teniendo ánimos de vivir.

Detrás de la censura a la caricatura de Patán no parece haber un pueblo al que le duele el atentado a un político, sino un discurso para soslayar una política que apela a las más bajas emociones de un país herido y así recuperar el poder a como dé lugar. Se dirá, con toda razón, que las críticas a la caricatura vinieron de personas reales, quienes rechazaron la indolencia de un dibujante que se vale del dolor de una familia para hacer humor, pero las reacciones a la imagen son mucho más que eso. Más allá de una crítica al contenido de la caricatura, el episodio de la censura a Patán desvela el discurso dominante de que hay un programa político incuestionable representado por un sector privilegiado por el que toda una nación debe guardar duelo. Y se llega al extremo de instaurar una estrategia de cancelación que opera a costa de la calamidad: dar por entendido que toda crítica a la posición política de la víctima es una forma de indolencia y de revictimización. Mientras tanto, nadie señala de indolentes a los cientos de personas que, con imágenes de santos y velas, rezan para empatar a las afueras de una clínica, mientras exhiben panfletos y consignas que atizan el odio político.

 

1 comentario en “La censura en el siglo XXI”

  1. Excelente desarrollo y desenlace que nos ubica en la realidad que vivimos actualmente en Colombia.
    Una realidad que dista años luz de aquella realidad desdibujada y matizada que nos quiere imponer el sistema tradicional.
    En definitva, una realidad caricaturezca y ambivalente que nos hace llorar y a la vez reir.

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