«La ruta
   del vicio»

Por: Luis Alberto López de Mesa Fotografías: Levinson Niño

 

El impulso primigenio que nos lleva a probar sustancias psicoactivas está, para algunos, en condiciones genéticas o propensiones innatas a la sobreestimulación, como los que gozan con el vértigo, con las altas presiones bajo el agua, con el peligro, con el dolor físico. Para otros tiene motivaciones culturales, tradiciones que permiten la embriaguez colectiva como en las dionisíacas griegas, las bacanales romanas, el derroche hedonista de los carnavales, algunos rituales ancestrales de carácter mágico o religioso como en los aquelarres celtas, las prácticas druidas, las sesiones de consumo de yagé y de peyote o el mambeo de coca en pueblos indígenas de América.

En el presente occidental, la avidez de estímulos, las adicciones, las adopta el mercado global como una demanda y, en efecto, hay oferta para todos los gustos: licores, cigarrillos, café, cocaína, opio y sus derivados, inhalantes, drogas sintéticas, psicotrópicos y otras que seguirán apareciendo. En la bohemia francesa del siglo XIX llegó a ser mítica la absenta; en los años 60 la juventud buscaba estupefacientes que les propiciara un estado psicodélico, el boom de la marihuana creó sectas y místicas; hoy en día se han popularizado rituales alrededor del yagé tradicional, lo más común, aunque prohibido y perseguido, es el consumo de cocaína esnifada, el bazuco y el crack fumados. Ante esta oferta o tentación, los jóvenes que se atreven a probar, la mayoría lo hacen por curiosidad y otros inducidos o presionados por el entorno social.

Cada individuo asimila de un modo particular el efecto del producto que ingiere, hay personas cuyo organismo repele la droga o su psicología se intimida con la reacción, en cambio hay otros que en verdad gozan alucinando, en el delirio o sedados, así mismo sus cuerpos demuestran gran tolerancia al producto, estos son los más propensos a enviciarse.

El enviciamiento es un hecho psicosomático, es decir, de un lado las células requieren de la sustancia y también la personalidad se moldea desde la estimulación. La adicción es llevadera si no altera demasiado las dinámicas sociales, o sea que lo que le ocasiona la droga no le impide al adicto estudiar o trabajar y puede mantener las relaciones sociales o afectivas. Justamente, los casos problemáticos son aquellos que afectan, contradicen o se apartan de la normatividad culturalmente aceptada: el borrachín agresivo y escandaloso, el drogado que pierde el sentido, el que fuma en lugares indebidos, pero sobre todo el que consume sustancias prohibidas, porque además del efecto físico del producto tiene que padecer la persecución, la discriminación y, en el peor de los casos, el escarnio y el castigo público.

Las drogas ilícitas también están estratificadas, hay drogas de ricos, de la clase media y de los pobres, por supuesto, la reacción ante el consumidor puede ser penal, moral, clasista o todas a la vez.

Hoy en día, muchos jóvenes adictos de la clase media terminan practicando el consumo en las calles. El imaginario popular supone que el llegar a las calles es un efecto de la droga, cuando en realidad el adicto es excluido por la norma, algunos son expulsados de sus casas porque las familias no resisten la compulsividad de una adicción extrema e incluso porque su vicio representa una vergüenza para la familia. 

En las calles, en las zonas de tolerancia, en las ollas o expendios clandestinos de drogas, el adicto se ve obligado a descomponer su personalidad, porque es un mundo oprobioso, porque debe vivir las leyes de la ilegalidad, lógicamente está propenso a todos los riesgos de la marginalidad: el contagio de una enfermedad infecciosa, a incurrir en el delito, a la discriminación, al abuso, a la cárcel, a la muerte. Por ello, la sociedad debería tener programas para prevenir y también para impedir que el adicto llegue a esa condición.

En Colombia, pese a que la Corte Constitucional aprobó una dosis mínima, el consumo de SPA ha sido perseguido. Aún hoy, algunos políticos, insisten en penalizar el porte de sustancias, no obstante, las estadísticas han demostrado lo contraproducente de esta medida.

La cultura cannábica que ha desarrollado diversos productos a partir de la mata de marihuana: medicinas, comestibles, bebidas, artesanías con el cáñamo, ha transformado las nociones estigmatizadoras y de hecho ya hay lugares del mundo permisivos con el consumo recreativo, incluso en Estados Unidos. Seguramente pasará igual con la mata de coca, pero entre tanto, nuestros gobiernos deben concebir políticas que no partan solo de la persecución al producto, si no de la oferta de calidad de vida al ser humano que lo consume. El asunto tratado solamente desde lo policivo está afectando la vida de muchos jóvenes. El consumo en Colombia de sustancias psicoactivas ya debe ser asumido como un asunto de salud pública.

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