«Las cuchas no están locas y tienen razón»

Por: Andrés Gómez Morales

 

 

En la literatura y el cine actual, que va de Mario Mendoza (Buda Blues) a Oscar Ruiz Navia (Los Hongos), las ciudades aparecen bajo el signo del realismo urbano caótico y alienante. Un reflejo del orden social, pues más que presentarse en los sueños colectivos como una acogedora arcadia, la ciudad golpea los sentidos de quienes la habitan, produciendo sensaciones a las que no se les puede dar un significado. Motivo por el que encuentran su expresión en la satisfacción desbordada del deseo, en la competencia económica y la guerra. Algunas veces, también en el arte, a pesar de las políticas culturales que asignan a las manifestaciones plásticas un espacio exclusivo en los museos, galerías, centros comerciales e internet. Todo esto, gracias al esfuerzo de los gobiernos de mantener el orden urbano en la lógica dialéctica que divide la sociedad por estratos y clases sociales.

Para los beneficiarios de la narrativa histórica que limita la cultura al campo de la ideología estatal y empresarial, hay criterios sustentados en privilegios de clase, para establecer lo que el arte es o no es. La crítica y la curaduría se rigen por el valor patrimonial de la obra, el capital-tiempo invertido, así como por la utilidad. Estos juicios determinados por el sentido del gusto, no sólo invalidan lo que se intuye fuera de los códigos estéticos clasistas, sino que justifican los medios policiales de censura. A pesar del provincianismo propio de las elites dominantes que no reconocen otro lenguaje que corresponda a sus costumbres privadas, el arte urbano ha creado sus propias condiciones de expresión en las calles de nuestras ciudades convirtiéndose en un referente mundial.

No hace falta remontarse a los inicios del grafiti para reconocer su valor estético sobre todo porque este radica en su carácter contestatario y disruptivo. Las pintadas rompen con el orden fijo de las estructuras urbanas por medio de puntos de fuga desplegados sobre el grosor del concreto. Las coloridas secuencias aleatorias sacan al espectador del aturdimiento causado por la velocidad y el ruido continuo para ofrecerle un territorio a sus sensaciones sin objeto. De estas se configura un mensaje liberado de la ideología histórica dentro del contrapunto entre la legibilidad y el estilo: las figuras de esténcil sobre el fondo amarillo de los militares implicados en las ejecuciones extrajudiciales bajo el régimen de la seguridad democrática: ¿Quién dio la orden? La pregunta recae sobre el rostro hecho calavera del innombrable grabada con la cifra 6402. Una acción contundente, por parte del colectivo Puro Veneno, que pronto fue cubierta por los censores en nombre del buen gusto y para encubrir a los responsables de la atrocidad. 

Es cierto que, para justificarse, el grafiti no necesita remontarse a las vanguardias deudoras de la tradición artística. Basta con recordar las firmas envueltas en burbujas ácidas de colores eléctricos sobre paredes frías que dividen lo público y lo privado. La de Tripido (el grafitero asesinado por un patrullero ofendido por un dibujo del gato Félix), a quien se le debe el surgimiento del decreto que promueve la práctica del grafiti en Bogotá.

La ciudad atravesada desde la periferia al centro con formas portadoras de un estilo propio y mensajes replicables como el de “Las cuchas tienen razón”. El piece o “bomba pro”  fue visto por primera vez no muy lejos de la Comuna 13 de Medellín en un vertedero industrial conocido como La Escombrera. Fuera de su función, el lugar fue convertido en un lugar de ajuste de cuentas en varios periodos de la violencia del Valle de Aburrá. El más crítico, enmarcado por la operación Orión, el operativo militar ordenado por el expresidente Uribe con fines pacificadores. Expertos forenses de la JEP han venido encontrando durante los últimos meses en el lugar, restos óseos de personas desaparecidas, acusadas extrajudicialmente de ser colaboradores de la guerrilla, aunque una vez identificadas se determinó que eran ajenas al conflicto armado.

El grafiti le da la razón a las madres buscadoras que llevan veinte años “Caminando por la verdad” y señalando, hasta ser tratadas de locas, el sitio donde tuvieron lugar los asesinatos cometidos por paramilitares en acción mancomunada con la fuerza pública. Lo anterior, señalado en un comunicado de la JEP, basado entre otras fuentes, en testimonios de los victimarios.

Al igual que en el mural de ¿Quién dio la orden?, de nada les sirvió a los movimientos cívicos de limpieza, borrar la obra de los colectivos artísticos. Ahora hay réplicas en varias ciudades amparadas en el decreto (trágico legado de Tripido), que promueve el arte urbano y la libre expresión. Un ejemplo: el esténcil de la propagandista Vicky Dávila vestida con gabardina de cuero y brazalete de cruz esvástica. Vicky, candidata al estilo Milei, promotora del negacionismo, al igual que sus copartidarios Néstor Blu Radio, Mafe Cabal Lafaurie, Turbayito y Dos veces Polo. Todos acólitos de Uribe, amplificadores del orden excluyente y la seguridad (anti)democrática que equipara el arte a los lujos que se consiguen a costa del sufrimiento de los que no cuentan dentro de la cultura hegemónica.

1 comentario en “Las cuchas no están locas y tienen razón”

  1. KAREN LISSETH ESTUPIÑAN MORENO

    Excelente lectura, después de muchos años porfin leo un texto neutro en donde no sé tome como idea principal el comentario ajeno o el punto de vista del autor, aún más en estos temas tan importantes para la sociedad y que implican siempre de un transfondo. Me encantó.

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