
«Los Buitres de Timiza»
Este texto se enfoca enfoca en algunos aletazos históricos de una barriada ubicada en el suroccidente de la ciudad de Bogotá
Por: Óscar Heredia
A primera vista o como dicen por ahí a vuelo de pájaro, el barrio Timiza en la localidad de Techotiba, parece haberse construido bajo una idea ecosistémica, un aglomerado de células, conjuntos residenciales de casas y apartamentos nombrados por letras. El dinero de la operación Cóndor con el que se cimentó esta UPZ, sólo alcanzó para construir de la A hasta la M, cada uno con su membrana, mitocondria y núcleo comunitario particular, bloques estructurales de ladrillo rojizo distribuidos de manera armónica alrededor de un gran lago, alineados con el naciente y el poniente; un barrio de corredores verdes llenos de frondosa vegetación, cuna y resguardo de muchas aves que han criado a sus polluelos en las copas y terruños de esta perla arquitectónica.
Capítulo uno
En este territorio existe una diversidad ornitológica exuberante, aquí aún quedan recodos de silencio para que los copetones levanten sus crestas con libertad. En este suelo de grandes aguas todavía se pueden avistar tinguas azules que se ven como caleidoscopios sobre los tapetes de buchón verde esmeralda del humedal. Es el mismo lugar donde el humo de la marihuana atrae a las lechuzas blancas en las negras noches, un barrio con gente de alto vuelo. Esta es la historia de una especie particular de aves que planearon desde los 70s hasta los 90s por los cielos timiceños.
Los buitres de mi barrio no eran carroñeros, cazaban sus propias peleas y respondían a los códigos callejeros fieles como fieras; los buitres de este nido eran de pelo largo, chaqueta de cuero, taches y botas, bailaban rock and roll y jugaban banquitas; los buitres de Timiza llegaron a tener más de 100 miembros, entre mujeres y hombres, fueron aves respetadas, temidas, veneradas y estigmatizadas, hijos e hijas de los y las vecinas que poblaron este barrio en sus comienzos.
Augusto Arcos, cocinero profesional, vecino y amigo fue miembro de los buitres, cuando apenas la banda estaba dando sus primeros aletazos, “(…) En esa época jugábamos todo el tiempo en la calle, los espacios que ahora son parqueaderos en los conjuntos residenciales estaban diseñados para canchas y parques, espacios creados para la recreación, jugábamos yoyo, trompo, yermis, ponchados, canicas y demás juegos callejeros, incluidas las banquitas, por supuesto (…)”. Augusto recuerda que este barrio fue administrado por una cooperativa de residentes, la cual fracasó con los años, pero algunos de los que nacimos acá esperamos o soñamos que tal vez esa figura de organización colectiva estaba preestablecida por Rogelio Salmona y sus amigos en el diseño arquitectónico de este proyecto, ojalá así sea, para poder contar con antecedentes anarquistas en la génesis de esta barriada y así también, ¿por qué no? entender ciertas conductas de rebeldía que adoptaron los y las jóvenes de las diferentes generaciones que nacieron en este domicilio.
Los primeros brotes de organización de esta bandada de buitres se dieron en tiempos de adolescencia, cuando se reunían para ir a cazar mirones, morbosos, voyeristas y violadores que expiaban, acechaban y agredían sexualmente a mujeres y parejas en los bosques del parque Timiza. Los atrapaban in fraganti y los ajusticiaban de manera ejemplar, garrote y correa, como en los tiempos de antes. Es así, como el parque comenzó a ser su territorio y empezaron a brindar una cierta seguridad a los y las visitantes y habitantes, es bueno recordar que la periferia de este barrio en sus albores era solo potreros y humedales que con el tiempo comenzaron a ser habitados y urbanizados de manera irregular, barrios que invadieron el ecosistema, dejando a Timiza como un corredor de diversas especies, mamíferos varados en busca de oportunidades, roedores de asfalto acechando esquinas y zorros patrullando los nidos a la madrugada, entre otras especies. Los Buitres comenzaron a ganarse un lugar en la cadena alimenticia de estas calles, parándose duro y haciendo respetar el potrero.
El nombre buitres surgió a partir de un grafiti, una pintada en el tanque de agua que queda entre la célula J al costado sur y los locales de la célula L en la diagonal 40f bis sur, ahí se jugaba mucho banquitas y era uno de los lugares de concurrencia de la bandada. Recuerda, Augusto, que fue Germán G y Alfonso Gonzales Maldonado Q.E.P.D. quienes pintaron la cabeza de un buitre a solo línea negra, sin sombras, fue esa pintada la que dio origen al nombre de la banda de Los Buitres de Timiza. Este símbolo, esta especie y este territorio serían tatuados en los brazos con sangre y tinta china. Llevar la cabeza del buitre en la piel era símbolo de vivir en un barrio bravo. El primer artista de tatuaje, fue Humberto Jaramillo que vivía por los lados del colegio Japón. Cuenta Augusto que este tatuaje también repercutió en los tratos que la policía tenía con la juventud: “Al que los tombos le vieran el tatuaje en una redada lo golpeaban y lo guardaban en el calabozo, se convirtió en un símbolo de persecución”.
Como todas las aves, Los Buitres gustaban de diferentes ramas para posarse y despechugar el ocio, calentar el plumaje y escuchar buen rock and roll, el palo de los colinos en el parque Timiza, el bosque de la Tingua Azul, donde anidaban en campamentos con comida y vino comunitario y por último, la barra, esta última, entiéndase como dos columnas de madera o postes con un tubo grueso atravesado; este artefacto deportivo fue el epicentro de mucha actividad física, mental y social de los barrios periféricos de Bogotá, en estos gimnasios callejeros los jóvenes esculpían sus cuerpos y sus habilidades físicas, existían cuatro deportes oficiales que destacaban este territorio, para esos años: las barras, los patines, las banquitas y la pelea. Si trasladamos este terruño a un escenario imaginario en tiempo y gobierno, donde esté garantizada la educación gratuita, el apoyo y acceso a las actividades de libre expresión física e intelectual, se hubiese encontrado en los jóvenes Buitres talentos exuberantes, en campos como la música, la gimnasia olímpica, el patinaje, las artes marciales y el boxeo, entre otras, porque si la pelea con cadenas y el fumar marihuana fueran deporte, también seríamos potencia olímpica de estas honorables disciplinas. Acá el aparente ocio encriptaba una disciplinada forma de vida.
A la hora de la pelea estas aves no se andaban con vuelos ni desmayos, como cuenta Augusto “(…) Pelear a los golpes para nosotros era un pasatiempo, un acto de rebeldía donde explorábamos los límites del cuerpo y la mente, los miedos y la adrenalina, era la manera de cuidar el territorio, nosotros nos enfrentábamos con otras bandas de otros lados: La Fragua, El Socorro, La Súper Siete, Casa Blanca entre muchos”. Los y las que crecimos en estas calles sabemos de antemano y sin lugar a dudas que por estas barriadas los puños eran cosa seria, cualquiera que estuviera en edad y en tamaño para probarse a los golpes o traques sería puesto a prueba, este ritual de machos adolescentes perduró por varias generaciones y trajo consigo una reputación y una escuela de calle que curtió los nudillos y el cuero de muchos.
Una de las peleas emblemáticas que sigue estando en el campo del mito urbano del barrio y la localidad fue la del centro comercial Granahorrar en el norte, donde se especula que Los Buitres pactaron una pelea con otro combo duro, un tropel a puerta cerrada en el centro comercial recién estrenado, dicen las lenguas que se tomaron el lugar, lo cerraron por dentro y se prendieron con cadenas, chacos y bates entre otras herramientas de combate, este suceso está por investigarse y así poder confirmarse o desmitificarse.
Sin embargo, Augusto cuenta de otro encuentro que sí presenció y del que da fe, “Eso empezó con una riña entre uno de Los Buitres y otro man de Kennedy, en una cancha de básquet por los lados de la Alcaldía, ahí pactaron el tropel, primero fue en Timiza y los sacamos corriendo éramos como 70 contra 80, con bates, cadenas y hasta machete. Eso paralizamos el tráfico, fue tremenda pelea, los corrimos hasta la Súper Siete casi, después fue al revés y bueno finalmente con el tiempo se apaciguaron los ánimos y se establecieron los territorios entre combos, pero esa fue una señora pelea callejera como de película”.
La banda sonora de estas particulares aventuras era escuchada con grabadora de pilas o en los escasos vinilos que llegaban y que rodaban a todo volumen en los rockolos que organizaban detrás de la plaza La Macarena (plaza del antiguo Supermercado Caravana), rumbas legendarias donde las puertas de la percepción destapaban las orejas y enardecían el espíritu rebelde de estas primeras generaciones: Zeppelin, Sabbath, los Who, Floyd y Janis entre otros artistas fueron los influencers de la época, el mejor rock según Augusto. “(…) A partir de ahí se comenzó a explorar con la psicodelia, la marihuana y otras sustancias”.
Las drogas han marcado diferentes épocas y estados sociales en este barrio como en todos los del mundo, las sustancias fueron un motor importante en el vuelo de esta pandilla sur urbana. Según Augusto, “la marihuana se conseguía con los hippies en el Cuatro, en la Plaza de Caravana, en cambio la cocaína era muy costosa en ese tiempo entonces no se tenía mucho acceso a ella, el chorro siempre, el vinito nunca faltó, ya después llegaron las pepas y finalmente el bazuco que fue el que acabó con todo”.
Hay que considerar que estamos hablamos de buitres, no de los colibríes, ni palomas, ni mirlas. A finales del siglo XX había que tener tripa y cabeza de buitre para resistir la oleada de drogas farmacéuticas que comenzaron a rodar por el barrio. Las pepas o las drulas generaron un cambio en la sociología de la calle, estas pastillas subieron los niveles de violencia, aumentaron el desenfreno y desdibujaron los códigos callejeros. En ese entonces, una persona drula o empepada podía robar a mi tía o a un abuelo mientras compraba el pan para el desayuno. Las pepas se convirtieron en una batidora de cerebros, el cuero se pone duro y aguanta hasta la varilla, el estado onírico de la borrachera de una Ribotril, pasa a ser una pesada nebulosa, al ser mezclada o ingestada en grandes dosis. La lista de pepas del universo farmacéutico tiene varias estrellas y planetas lejanos en el haber barrial; Mandrax, Apasil, Sinogan, Ecuanut 300, Barbicedal, Akineton, Ribotril y la cereza del pastel, Ro Hypnol7/14, entre otras. Toda esta variedad de fármacos se vendía en diferentes droguerías de la ciudad, una de las más conocidas en época de Los Buitres, era la de Triple Dos, en calle segunda, con carrera séptima; mi generación, conoció la droguería de La Quinta en La Macarena, se bajaba ruede que ruede por el parque de la Independencia, hasta desembocar en la séptima.
Augusto describe esta época como caótica, “muchos murieron atropellados, otros terminaron en centros psiquiátricos, otros asesinados”. Este fue el comienzo del fin ya que seguido a este boom de las pepas llegó el bazuco, ese gancho ciego que lleva el diablo en su cola, esta peste sacudió hasta al más fuerte y fue así como la grandeza de Los Buitres se fue desplumando, los que se pegaron a esta esclavitud arrastraron bultos como grilletes, grandes peleadores, patinadores y gimnastas vieron como la pipa mágica desaparecía, carros, casas, herencias, amigos, familias y cuanto artículo de valor material y humano pudiera devorar. Este oscuro capítulo, marcó el vuelo de descenso en la pandilla. No fue solo el bazuco, sino que desde el principio existió un ala de pensamiento más radical, más violenta, más delictiva, esa era comandada por Jaime A, uno de sus fundadores, los que siguieron esta trayectoria de vuelo, terminaron estrellándose y de paso dejando una reputación que creció desmesuradamente hasta alcanzar un estigma sombrío para quien portara un buitre en el brazo; culpados de cuanto delito se cometía en el barrio y alrededores, Los Buitres pagaron muchos platos rotos, dejaron una huella en los cielos de este terruño que algunos llamamos Chamizo.
De Los Buitres queda mucha pluma por escribir, este relato, es un retazo de recuerdos que nos brindó Augusto Arcos, el gordo que atiende su restaurante en las casas de la M, su negocio está lleno de antigüedades y deliciosos platos, su gastronomía como su historia son nutritivas para la memoria y el espíritu, recomiendo visitarlo y dejarse atender por un viejo pájaro amigo nacido y criado en este nido de ladrillos rojos.
Pd: ¡Los jueves la especialidad son los frijoles!
en el aire no solo se suspenden partículas invisibles, también la oscuridad del humo, la claridad pomposa de las nubes, también están las aves desde las grandes hasta las pequeñas, los buitres esos carroñeros forasteros, son como las águilas rapaces forasteras, la identidad de estos pueblos sobrepoblados termino siendo una imposición de un tipo de desarrollo venido del fondo que financio las viviendas, y el resultado jóvenes alienados intentando parecerse a las ficciones de las películas.
Este escrito me llevó a mi adolescencia, cuando conocí a Germán G. y andábamos con la “gallada”. Se los leeré a los hijos y nietos de Germán para que conozcan del barrio de su abuelo. Gracias a Óscar y a Augusto por la reminiscencia.
Hola Óscar Heredia, Yo podria ayudarte a contactarte con German G. es mi papa, para que siga contando tantas historias que hay detras de los Buitres