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«MOMU: Una armadura y un abrazo dulzón a la vida»

Por: Juan Camilo León

 

 

Mucho antes de generar empleo y hacer de su historia un poema o de la piña una torta, Luz Nidya Muñoz de Puerto Rico, Meta, vivió y le hizo frente a las consecuencias del conflicto armado.

Luz es hija de campesinos, la segunda de cinco hermanos. Desde los siete años, alrededor de 1993, presenció cómo la aparición de diversos grupos armados dio pie a que su familia tuviera que desplazarse y empezar de cero. No obstante, con la ayuda de la gente, Luz pudo continuar con sus estudios y resistirse a la violencia. Pero sus luchas no han sido solamente contra agentes externos, a muy temprana edad, con apenas 19 años, comenzó a sentir una serie de síntomas y malestares que la llevaron a un diagnóstico nada alentador, tenía cáncer y eso significaba confrontar la enfermedad y someterse a múltiples terapias. Después de cinco años volvía a nacer, poco a poco superaba las secuelas y complicaciones de la enfermedad.

Con ese nuevo renacer también llegó el amor y conoció a William. Ambos trabajaban, ella vendiendo proyectos de archivo para el Estado y él en la compra y venta de motos en los pueblos. Todo parecía retomar un nuevo punto de estabilidad. Sin embargo, el conflicto armado nuevamente se acercaba demasiado a esa nueva vida que había comenzado a construir. En el año 2012, los grupos paramilitares habían extorsionado a William, quien se había negado a pagar la llamada vacuna, cuota que exigían para permitirles trabajar. A los pocos meses, en una incursión a su casa y frente a sus propios ojos asesinaron a William y ella recibió siete disparos. Sin embargo, su testimonio no fue tenido en cuenta.

Para finales de ese mismo año, Luz tuvo que huir porque las amenazas no cesaron. Escondida en el taxi de su papá llegó a Bogotá. Allí, su vida comenzó en El Codito, al extremo norte de la ciudad, en donde tendría que sacarse un poco el pasado. Lo más duro del conflicto no son directamente el dolor de las balas, la confrontación, las complicaciones físicas o las recuperaciones, sino aceptar la pérdida, como lo dice ella misma: “A veces uno quiere superar, pero no acepta”.

En esta nueva etapa y después de sobrevivir y sobreponerse a tantas dificultades, Luz poco a poco fue encontrando la raíz que le daría fuerza a esa nueva vida que comenzaba a tomar forma. Recordaría lo mucho que le gustaba escribir y comenzaría a hacerlo de manera regular para hablar sobre una guerra que conocía y que plasmó en el libro que publicó el año pasado en un proyecto de paz, memoria y reconciliación, llamado El vuelo de la monarca, donde la poesía se mezcla en un relato autobiográfico. 

Sobrevivir se convirtió en una excusa para continuar. Ahora, la motivación era llevar la bandera de dónde venía: el campo y la cultura agrícola. Fue en sus orígenes donde encontró un nuevo sentido para su vida: la piña. En un principio comenzó vendiéndola en las calles, sin embargo, su empeño la puso muy pronto en Corabastos, hoy, su segundo hogar, siendo el lugar en el que, al entrar en una de las incontables bodegas, se puede encontrar a MOMU, la marca con la que no sólo se hace de la piña un negocio común, sino que, bajo su visión, se convierte en una forma de vida y de hacer crecer su emprendimiento. Desde alcancías, gorras, snacks, tortas, prendas y las mismas piñas, hace de esta fruta una manera de darle, como lo dice su lema: un abrazo dulzón a la vida.

También encontró un equilibrio para plasmar la parte espiritual y emocional en la poesía, sin dejar de lado la parte material y su deseo de seguir creciendo y llegando a las personas para brindarles oportunidades de trabajar y salir adelante como lo hizo ella. Una vez la interpelaron y le preguntaron ¿Es Luz una artista sumergida en Corabastos o una comerciante sumergida en el arte? De cualquier forma, algo es cierto, y es que ella encontró el equilibrio entre salir adelante, formar un hogar y hacer de este un templo, un poema a la vida y a la resiliencia.

De ese mismo largo camino nació MOMU, que hace referencia a las mariposas monarcas y a su apellido Muñoz. Dichas mariposas en vía de extinción, son una analogía a la vida de Luz, vuelan caminos extensos e incansables, teniendo una capacidad admirable de supervivencia. Hoy en día, en Kennedy, ella no sólo construye empresa y una marca, sino como ella misma afirma, construye personas, con las que crece de manera horizontal, pues le apuesta siempre a que todos crezcan en conjunto y no unos por encima de otros. Da una oportunidad a quienes no son tenidos en cuenta, a quienes, de una forma u otra, coincidieron en convivir distantes del privilegio. Así como alguien vio algo en ella, piensa de la misma forma ver algo en quienes la rodean.

Desde Corabastos no deja de soñar con un vuelo más largo y piensa en poder exportar y hacer de MOMU una multinacional. Un sueño nada lejano, teniendo en cuenta que a la semana comercia entre cuarenta y cincuenta toneladas de fruta, entre piña y ahora también sandía, un gran desembarque que hace desde la bodega 73 a la primera puerta de Corabastos. De la misma manera en que hace torta con los restos de piña, no duda en no desperdiciar el tiempo para hacer consciencia desde cualquier oportunidad que se le presente, para empoderar a quien pueda ayudar. Luz Muñoz es más que una víctima, es una escritora, emprendedora, constructora de la vida, de la paz y creadora de MOMU, lugar que hoy le da mucho más que un abrazo a la vida.

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