«Mujeres cosidas en Techotiba»

En búsqueda de las agujas perdidas en el suelo.

 

Por: Angie Garzón Camacho

 

 

Para una mujer cuidadora, el tiempo dedicado a sí misma no tiene lugar en el reloj cotidiano; cuidar a otros se vuelve su quehacer diario, destinando a esta labor todas las movidas del segundero. Un paso lento mientras se está en labor, pero rápido cuando la casa se queda sola, y a su alrededor solo se encuentran en cada esquina las sombras de lo que fue su trabajo para los demás. 

En la localidad de Techotiba, muchas mujeres a diario se quedan en casa a sostener y mover el mundo con sus trabajos no remunerados. A hoy, ni siquiera se tiene claro la cantidad total de mujeres dedicadas a esta ocupación. Las Manzanas del Cuidado tienen un aproximado de quienes se inscriben a sus programas, pero no hay un censo que indique el número exacto de mujeres amas de casa en la localidad. 

Diferentes escritoras han analizado el tiempo dedicado a las labores del hogar, acreditando a este el agotamiento, la soledad, la imposibilidad de pausar. Natalia Ginzburg, escritora italiana, menciona en su ensayo Mi oficio: “Lo que yo sentía por mis hijos era un sentimiento que todavía no había aprendido a dominar; con el tiempo fui encontrando el equilibrio (…) Ni siquiera tardé mucho. Todavía preparaba salsa de tomate y sopa de sémola, pero iba pensando en lo que iba a escribir”.

Es así como no solo dejamos los cunchos del tiempo para cada una, sino que es justo en la noche, cuando todos se han ido a dormir, que llega el agotamiento y no logramos terminar aquello que pensamos, dejamos en el sueño las ideas para crear. 

El camino por Techotiba me ha encontrado con diferentes mujeres dedicadas a sus familias de tiempo completo. En ellas hallé preguntas gigantes cosidas en sus palabras cotidianas: “si hubiera hecho”, “si hubiera decidido”, “si hubiera perdido el miedo”. 

En mi labor como promotora de lectura conocí a Elisa, Blanca, Amanda, Consuelo Marín y Consuelo Bonilla, Gloria, Paula, Erika, Dora, Elsy, Griselda, Jaqueline, Liliana, María Alejandra, Carmen, Pilar y Alisson. Con mucho por contar, pero con nudos sociales en los dedos: ¿Escribir? ¿A esta edad? ¿Quién estaría interesada en lo que yo pueda contar? ¿Tiempo para crear? ¿Tiempo para creer? ¿Una mujer escritora? ¿Yo? 

Se desdibujaron ellas mismas y a sus ideas, dudaban de la posibilidad, pero también de su creatividad. De tanto insistir en que juntas éramos más fuertes, 17 mujeres decidieron juntarse para crear y creer sin signos de interrogación. Se acercaron a la Biblioteca Pública Manuel Zapata Olivella – El Tintal una vez a la semana durante meses y encontraron en las salas de este espacio cultural la posibilidad de escribir con hilos y agujas en el laboratorio de narrativas textiles. Muchas de ellas, herederas de una labor artesanal, otras obligadas a realizar el tejido y bordado como parte de su formación para el hogar, algunas con las manos pausadas por el agotamiento de los años, pero todas con las palabras acumuladas, las emociones de las maternidades revueltas y la soledad que deja el cuidado. 

Juntaron entonces el fuego que llevaban dentro, el mismo que las había ayudado a sacar a sus familias adelante, pero ahora decididas a crear durante el día y a no regalar más ideas al agotamiento de la noche. En el 2024, crearon Cosiendo por Techotiba, un tapiz que recolecta los mejores escenarios de nuestra localidad. Allí, entre todas, andando el barrio, conocieron monumentos, humedales, ríos, plazas, teatros y en general la historia del territorio que habitan. Al terminar este proyecto y con los motores prendidos y la confianza ganada, se presentaron al concurso de escritura Todas las formas de decir caballo. Ganaron un espacio en este libro cosiendo: “Oración para cuidarnos entre todas”, un acróstico que reúne plegarias para volver sanas y salvas a casa. Este libro hecho con telas reutilizadas, usando puntadas de todo tipo y con la recolección de botones para su portada y contraportada, viajó hasta la editorial y allí ganó una sesión de fotos para digitalizarlo. 

En este momento era necesario reconocerse dentro de una comunidad de mujeres, ya que la identidad del grupo requería una denominación; entonces, como hija de todas, nació el colectivo Agujas perdidas, el espacio para pausar y hacer puntadas para narrar. El nombre del colectivo surgió por aquella acción de buscar en el suelo las agujas que durante las labores se perdían y se encontraban, allí, todas, una vez más, buscando agujas perdidas.
Con este nombre fueron invitadas en noviembre del 2024 al programa de radio de la Universidad Pedagógica Nacional para hablar sobre la escritora Bell Hooks y sus amores bordados, ya que uno de los laboratorios que se cosieron fue dedicado a la pensadora feminista. 

Allí no pararon, los posibles las llevaron a participar en el 2025 de la Feria Internacional del Libro. Juntaron sus manos, sus ideas ya sueltas y cosieron un lienzo de 1.2 metros de ancho por 4.6 metros de largo, en una labor maratónica de bordado, más de 180 horas entre tallo y puntos de relleno en el pabellón de Leo, Siento Bogotá; entrelazaron la siguiente frase: “¿Qué es para nosotros un texto, sino un conjunto de hebras verbales anudadas?” Irene Vallejo, El infinito en un junco. Un texto que explora el nacimiento y la importancia del libro, mostrando las primeras formas de hacer escritos con telares y entre las manos. 

Finalmente, y ganándole al cansancio por las labores del hogar, fueron reconocidas como escritoras, mostraron que el papel y el lápiz no son el único binomio para escribir y dejaron abierto un camino para quienes usan sus manos para crear y creer en los hubiera del pasado. El colectivo Agujas Perdidas hace una invitación a las mujeres que sostenemos el mundo con nuestra labor del cuidado, a encontrar un camino, ojalá uno en compañía de más mujeres, que resuene con las ideas que reposan en cada una, a parir entre todas más hijos en forma de historias, de libros cosidos, de proyectos colectivos, a dejar el miedo en el suelo donde brillan muchas agujas pérdidas que esperan ser usadas para narrar.

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