«No sólo de pan vive el hambre»
Por: Edgar Suárez
No es fácil dimensionar el problema del hambre en el planeta, lo cierto es que ahí está como una mancha que crece incesante. Los precios de los alimentos se han puesto por las nubes afectando sobre todo a la población más pobre. La guerra, la pandemia, el cambio climático, la crisis permanente, entre otras amenazas, han agudizado la hambruna, la cual ya tiene en jaque a una cantidad considerable de la humanidad y a la sostenibilidad ambiental del planeta. En Colombia, aunque no se tienen datos recientes, el panorama es desalentador, pues es claro que el hambre ha galopado en estos tiempos difíciles, llevando a que más de la mitad de sus habitantes no tengan el alimento suficiente para garantizar la vida y que otro tanto apenas si pueda probar bocado.
Se podría pensar que para acabar con el hambre es suficiente con llevar alimento a cada casa, hacer bien las cuentas, enviar dinero para el mercado, enfocarse en los más pequeños; pero no es así de sencillo. Más allá del informe habitual de la prensa que nos recuerda que el hambre avanza; el alimento desde que es agua, semilla, tierra o animal que crece y hasta que es residuo o excremento, es afectado por diversos elementos y órdenes como la distribución de la propiedad de la tierra, los cambios culturales en la dieta o estas políticas que buscan la asistencia a los necesitados y hambrientos, pero que en vez de mitigar la problemática; la sostienen.
El actual gobierno ha establecido como objetivo principal garantizar el derecho humano a la alimentación en el país. Para ello se plantea juntar esfuerzos para mejorar el acceso, la disponibilidad y la adecuación de los alimentos, no solo mediante la articulación con las distintas instituciones a nivel nacional y territorial a su cargo, sino con la participación de la sociedad en su conjunto, para encontrar y ejecutar una estrategia que logre mitigar el hambre en todos los territorios. Este esfuerzo y este tejido es lo que constituye la misión del programa en construcción: Hambre Cero.
Lo cierto es que el hambre no da espera, por lo que se ejecuta un plan de choque que ha llevado alimentos y recursos a la población en zonas de desastres y en condición de alta vulnerabilidad, pero que, dada la dimensión de la problemática, no alcanza a llegar a la población necesitada. Así mismo se han generado acuerdos interinstitucionales para acelerar acciones que logren afectar el hambre inminente, sin embargo, es necesario trascender esta visión cortoplacista que solo genera un estado de hambre asistida.
Por ello el programa a desarrollar, tal como lo ha advertido el programa de gobierno y la palabra del presidente Gustavo Petro, debe activar la potencia de las comunidades y organizaciones sociales y comunales para encontrar diálogos, soluciones en torno al horizonte común de acabar con el hambre mediante una gobernanza territorial en la cual se priorice la participación, la voz y la acción de las comunidades y gentes que, a la larga, son quienes han logrado mediante sus redes de apoyo y creatividad, alivianar, en sus contextos y posibilidades, la crisis alimentaria.
Es por esta razón, y en la búsqueda de una soberanía alimentaria que se consolide como una solución permanente que aliviane los altos costos sociales y fiscales del hambre y el asistencialismo, que el programa Hambre Cero diseña, en diálogo con actores populares, tenderos, tenderas, huertas, ollas comunitarias, medios de comunicación populares, entre otros, una dimensión territorial de su accionar, que reactive las tramas sociales del alimento y el consumo consciente a nivel urbano y rural, de tal manera que dichas alternativas surjan de los mismos territorios, de sus necesidades y su diversidad, logrando así una mayor sostenibilidad en el tiempo.
La tarea apenas empieza y ya es urgente, pues como dicen por ahí, el amor con hambre no dura. Hoy aún nos quedan las razones, la voluntad y el cariño, es hora de disponerlos sobre la mesa.