«Nos creíamos inmortales pero sopló el viento»
Por: Bruno Mana
Manuel Cepeda se estrenaba como Senador cuando fue asesinado el 9 de agosto de 1994. Salía de su barrio en Banderas, iba por la avenida de las Américas con destino al Capitolio cuando a la altura del barrio Mandalay, sicarios le dispararon al vehículo en que viajaba. Este era el último congresista de la Unión Patriótica (UP) que había sobrevivido a la masacre sistemática perpetrada por el Estado colombiano y grupos paramilitares hacia este movimiento político y sus representantes. Persecución y exterminio que durante cerca de dos décadas generaron más de 8000 víctimas en las que se incluyen cerca de 6000 personas asesinadas.
En el año 2010 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) declaró culpable al Estado colombiano por el asesinato de Manuel Cepeda y recientemente, en el año 2023, en sentencia de la misma CIDH, se declaró la responsabilidad del Estado en el exterminio de la Unión Patriótica. La búsqueda de justicia por parte de su familia y amigos entre los que están Iván Cepeda, su hijo y hoy Senador de la República, y el Representante a la Cámara por Bogotá, Alirio Uribe, entre muchos otros, fue un esfuerzo permanente que permitió llegar a este resultado.
Dos años después del asesinato de Manuel Cepeda, el Concejo de Bogotá acordó en homenaje a su memoria, designar un tramo de la Avenida de las Américas y un colegio de la localidad con su nombre y ubicar el monumento, “Tierradentro, rombos y estrellas” en homenaje a Manuel Cepeda, del maestro Edgar Negret; en el lugar donde fue inmolado el senador. Así se hizo. En un comienzo este monumento fue ubicado sobre una especie de mausoleo con muros que llevaban frases de Manuel Cepeda. Posteriormente, ante las transformaciones realizadas para adecuar el portal de Banderas, el monumento fue bajado del pedestal y dispuesto en el andén del otro costado de la avenida, donde el transeúnte desprevenido puede tomarlo como una silla para tener un respiro en el camino.
El exterminio de la UP es un acontecimiento reciente que aún no está presente en la memoria colectiva. Al indagar entre habitantes locales, son muy pocos los que conocen estos hechos y mucho menos los que reconocen este monumento que ha estado presente entre nosotros durante este siglo que avanza. Los recuerdos que se referencian de los ochenta y noventa reseñan bombas y narcotraficantes en una guerra sin víctimas. Aún hoy, sobre estos hechos, las narrativas en los medios masivos de comunicación siguen amplificando la voz y las razones de los victimarios. Aún hoy el hostigamiento, persecución y aniquilamiento a líderes de nuestros barrios, como lo fue Manuel Cepeda, se mantienen.
Manuel Cepeda, quien fuera secretario general del Partido Comunista, fue un comunicador popular de este territorio, que ejerció el periodismo alternativo y la reportería en un contexto de alto riesgo. Escribió columnas por miles y fue director del periódico Voz Proletaria por cerca de 18 años. Su ejercicio de comunicador trascendió su amplia obra periodística. Cepeda buscó expresar su sentir, su consciencia y su opción por las clases populares y los movimientos campesinos a través del arte.
La poesía, la pintura, la fotografía y la escultura estuvieron entre los formatos que usó Cepeda para comunicar sus afectos y apuestas. En el libro “Manuel Cepeda, un artista de la política”, se expone esta faceta. La mirada de Cepeda se posa sobre la proximidad: aves enjauladas, los zorreros, el paisaje del barrio, una campesina mayor vendiendo cebollas en la calle o un niño trabajando en Corabastos. Las pinturas y dibujos en los que Manuel Cepeda recrea estas imágenes son cautivantes y hermosas. Evidencian el trabajo de las clases populares y los paisajes que se desprenden de estas labores, lo que está en la calle lo que revela nuestra propia ventana.
Hoy en el monumento a Manuel Cepeda, como si fuera una imagen por él mismo retratada o parte de otro homenaje póstumo, un vendedor de accesorios para bicicleta tiene su puesto de trabajo. Allí, los colores de sus productos se suman a los colores de este arco de rombos, líneas y colores. Gerardo Martínez es el nombre del vendedor. Es oriundo de Venezuela, pero lleva dos décadas habitando la ciudad, ya lleva algunos meses en este sitio, dice que es un buen punto, que le permite obtener lo que necesita para vivir. Al preguntarle sobre si tiene conocimiento sobre el origen de este monumento, responde que no es la primera vez que se lo preguntan. En un par de ocasiones dos personas mayores ya lo habían hecho y una de esas personas le contó que allí habían matado a un hombre —no recuerda su nombre y señala el lugar de la placa—que luchaba por la paz y que ahora su hijo hace lo mismo al lado del Gobierno. Luego agregó como confesando un propósito, que él sabe que ya hace mucho tiempo hace parte de este país y que debe estudiar para entender su historia.
Fragmento de las Palabras de Iván Cepeda en el acto de reconocimiento de responsabilidad del Estado por el asesinato de Manuel Cepeda Vargas
“(…) Al cumplir con la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el Gobierno Nacional no solo honra su deber de acatar y poner en práctica las medidas de reparación dictaminadas por el tribunal internacional en un caso particular. Al mismo tiempo, realiza una acción simbólica que tiene al menos cuatro significados profundos para la sociedad colombiana, que quiero destacar brevemente.
En primer lugar, al reconocer oficialmente su responsabilidad en el caso del asesinato del senador Manuel Cepeda Vargas, se cumple con un acto de justicia en uno de los miles de hechos del genocidio contra la UP.
La Corte Interamericana estableció nítidamente que el Estado colombiano además de ser responsable por acción y omisión del homicidio político contra el senador Cepeda, fue responsable de haber violado un conjunto de derechos fundamentales: haber negado la justicia y mantener la impunidad sobre los máximos responsables que ordenaron y planificaron el asesinato; haber negado la alianza criminal al más alto nivel entre sectores de las fuerzas militares y los grupos paramilitares; haber atentado contra la libertad de expresión y de asociación política de Manuel Cepeda en tanto comunicador social y líder de la Unión Patriótica y del Partido Comunista; intentar destruir o tergiversar la memoria del hecho y dañar gravemente nuestra honra y dignidad; desarrollar una incesante persecución contra quienes buscamos justicia en este caso, llegando incluso a llevarnos al exilio, etcétera, etcétera.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció que el asesinato perpetrado el 9 de agosto de 1994 contra el senador Cepeda tiene las características de un crimen de Estado. Cito la sentencia en su párrafo 124: “La Corte estima que la responsabilidad del Estado por la violación del derecho a la vida del senador Cepeda Vargas no sólo se encuentra comprometida por la acción de los dos suboficiales ya condenados por su ejecución, sino también por la acción conjunta de grupos paramilitares y agentes estatales, lo que constituye un crimen de carácter complejo, que debió ser abordado como tal por las autoridades encargadas de las investigaciones, las que no han logrado establecer todos los vínculos entre los distintos perpetradores ni determinar a los autores intelectuales. La planeación y ejecución extrajudicial del senador Cepeda Vargas, así realizada, no habría podido perpetrarse sin el conocimiento u órdenes de mandos superiores y jefes de esos grupos, pues respondió a una acción organizada, dentro de un contexto general de violencia contra la UP”.
Sobre este particular no puedo dejar de subrayar que la sentencia de la Corte Interamericana en el caso Cepeda se inscribe en el histórico movimiento que está en curso actualmente en nuestra sociedad en el que se llevan a cabo trascendentales procesos judiciales, y en el que se adoptan la leyes que comienzan a consagrar algunas medidas tendientes a satisfacer los derechos de las víctimas. Es el proceso en el que está surgiendo, tal vez por primera vez en nuestra historia, el principio de proscripción de los crímenes contra la humanidad.
(…) En segundo lugar, el acto de hoy tiene el significado de ser un reconocimiento de la verdad histórica y, en ese sentido de nuestra dignidad y de la dignidad del senador Manuel Cepeda Vargas.
Este reconocimiento comienza a cerrar definitivamente la discusión acerca de la naturaleza de los crímenes que se han cometido en las últimas décadas contra miles de miembros de la oposición política en nuestro país, y se constituye en un precedente fundamental para esclarecer el carácter del genocidio contra la Unión Patriótica y el Partido Comunista.
Ha quedado clara la esencia política de este crimen y que los móviles que impulsaron a sus autores intelectuales eran los de acabar de raíz la Unión Patriótica como opción que tenía un programa de cambios sustanciales. No fueron el narcotráfico, ni la venganza personal los que acabaron con un movimiento político entero.
La verdad de este caso es que Manuel Cepeda era un líder político de oposición, quien fue asesinado para dar un golpe de gracia a la colectividad política a la que perteneció, que en el momento de su muerte había sido debilitada por miles de otros crímenes y que había sido declarada objetivo de planes genocidas que cumplieron rigurosamente su propósito hasta lograr debilitar sus estructuras organizativas y su influencia política.
El tercer aspecto que tiene el reconocimiento del Estado es que éste es un acto con hondo significado para la Democracia y para el comienzo del procedimiento de la reparación política en el caso de la Unión Patriótica.
La lección auténticamente democrática del sacrificio de los miles de miembros y líderes de la UP debe quedar por fuera de cualquier duda malintencionada. A pesar de que eran plenamente concientes de que su vida corría un extraordinario riesgo, prefirieron asumir el peligro y, muchos de ellos, eligieron permanecer en sus puestos y actividades a sabiendas que ello les costaría su vida.
Lo hicieron porque creían firmemente en la Democracia y en la acción política no violenta. Esa convicción la defendieron con su vida y con la de los suyos. Quiero citar a ese propósito lo que ha dicho el hijo de uno de los dirigentes de la UP asesinados, José Antequera: “En lo que se refiere a la Unión Patriótica es claro que la opción demostrada con la propia vida de sus militantes, una y mil veces, fue la de la paz y la democracia, y eso, en vez de ser un motivo de vergüenza, es un orgullo y un legado generalizable. El día que vengan las disculpas que tiene que pedir el Estado colombiano, lo que debe venir es el reconocimiento de esa verdad: que en Colombia no es delito ser comunista, como lo fue Manuel Cepeda; que la Unión Patriótica fue una esperanza real de paz; que los derechos humanos deben ser garantizados sin distinción de raza, género, credo u opinión política”.
No es legítimo matar comunistas, ni conservadores ni liberales. No es legítimo matar a nadie por sus convicciones políticas. Esa es la verdadera lección que debemos aprender como parte de un proceso de civilización política. Esa es la Democracia: el diario ejercicio del diálogo y la decisión sobre asuntos vitales de la sociedad, en medio de las contradicciones más álgidas, pero en la convicción de que podemos encontrar el acuerdo, o cuando menos un ambiente propicio a la contradicción sana.
Por último, la petición oficial de perdón en el caso Manuel Cepeda Vargas es un acto que renueva la esperanza en que Colombia podrá poner fin al prolongado conflicto armado que destruye al país.
Difícilmente puede pensarse que Colombia llegará a la paz y a la reconciliación sin que se esclarezca el genocidio contra la UP. Se trata de uno de los grandes crímenes de nuestra historia que dejó una trágica enseñanza: no puede responderse a un pacto de paz o a un proceso de paz con la traición y el asesinato de quienes crean en la promesa de respetar la palabra empeñada en ese pacto.
(…) “Nos creíamos inmortales, pero sopló el viento”, decía mi padre en un escrito póstumo dedicado a mi madre Yira Castro, y recordando a muchos de sus colegas y compañeros inmolados. Las víctimas del genocidio contra la Unión Patriótica no han muerto. Vivirán por siempre en la memoria de nuestra sociedad. Su vida, como lo demuestra este acto, no pudo destruirla la impunidad”.