«Servicio militar…
¿Obligatorio?»

Por: Álvaro José Montero 

 

 

Corría el año 2011, cuando estaba por graduarme del colegio y llegaron las boletas de citación para el cuartel. Todo hombre que estudia en un colegio público o privado debe presentarse ante un Distrito Militar para resolver, justamente, su situación militar.

Al cumplir con esa citación y presentarme por primera vez en el Distrito Militar número 13, ubicado en Puente Aranda, nos hicieron el examen, a mí y a otros compañeros, esa es tan solo una de las primeras violaciones hacia la integridad ¿Por qué tiene uno que desnudarse ante el resto de personas, para que una doctora, en esa ocasión, le practique un examen, que consiste en palparle los testículos y así saber si puede o no ser parte del glorioso ejército nacional? Acto seguido, al igual que muchos compañeros, resultamos aptos para la prestación del servicio, se salvaban los que tenían, ellos o más bien sus papás, los recursos para iniciar la universidad.

Al ver que tenía que hacerle frente a esta situación, me asesoré y, basado en mis creencias de tipo social, decidí impugnar la obligatoriedad de tener que prestar el servicio. ¡Qué chicharrón en el que me acababa de meter! a los militares hacerles entender algo desde el punto de vista de la razón es casi imposible, ellos todo se lo ganan con la fuerza, con la fuerza de su voz y de su temperamento invalidan tus ideas y convicciones. El pensar diferente está mal en una sociedad que solo quiere fichas para esta guerra sin sentido, donde jóvenes colombianos de un bando se matan con los del otro bando, también colombianos, todo por los intereses de un montón de personas que ni siquiera van a conocer.

Estas son algunas de las aristas del conflicto, de lo sucio y ruin que es para una sociedad. Después de intentar convencer a los militares por medio de la razón fracasé, al no ver opciones y antes de que por la fuerza me obligaran a prestar servicio, me tocó volarme del coliseo El Salitre, donde había tenido que ir a cumplir la citación. No me quedaba otro camino, que el de emprender la huida de aquel recinto cual delincuente, porque no se pueden tener debates o discusiones objetivas con personas que ante la falta de argumentos recurren a la fuerza. 

Después de esto me llamaron, pero solo me daban la opción de aplazar para que pudiera hacer otras cosas, pero con la situación militar no definida; para tener que vivir con el miedo latente de que, como lo acostumbraban en esos días, en medio de una batida me llevaran por la fuerza hasta un batallón y de ahí a cualquier lugar de Colombia a ser parte de esta guerra absurda.

Es preciso aclarar que, aunque hoy en día la Corte Constitucional se ha pronunciado por medio de sentencias y se ha evolucionado en materia del reconocimiento del derecho a objetar conciencia, queda un largo camino por recorrer, el fin de la lucha es que se vuelva optativo, que todas las personas tengan el derecho a decidir si quieren o no ir a la guerra; y que el Estado le de mejores oportunidades a sus jóvenes, que garantice un cupo para la universidad y no un cupo para convertirlos en parte de su aparato opresor. Como si los jóvenes de bajos recursos sirvieran solamente como carne de cañón para el conflicto.

Esta es una lucha a la cual, como dijimos anteriormente, le queda mucho camino todavía. La guerra no se acaba con más guerras, se acaba con políticas públicas de paz. Y en esa medida, un gran paso es la abolición de la obligatoriedad del servicio militar.

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