«De la basura a un escenario de la cultura»
La Biblioteca Pública El Tintal
Por: Luis Eduardo Tiboche
Los africanos no tendremos más padres espirituales que los blancos. Tratarán de matar nuestra magara, pintándonos el alma con sus miedos, sus rencores y pecados. Y cuando nos veamos en un espejo con la piel negra, no nos quedarán dudas de que somos los hijos de Satán, pues, según predican, el Dios blanco hace a sus criaturas a su imagen y semejanza.
Changó el gran Putas. Manuel Zapata Olivella.
Una geografía brumosa, con pastizales bajos; una gran diversidad de aves y mamíferos pequeños, y un escenario de pantanos, lagunas, ojos de agua, algunas zonas sembradas en una práctica de camellones (que básicamente consistían en un sistema prehispánico de manejo de la producción agrícola en torno al agua y al suelo). Todo esto fue lo que encontraron los españoles cuando hicieron su aparición por el territorio de Techo, gobernado por el cacique Techotiva. Los recién llegados, que no invitados, desde ese momento iniciaron el despojo y el ataque sistemático a las tierras del pueblo Muisca, tierras que empezaron a ser repartidas a la soldadesca y a la iglesia, entre ellas a la comunidad jesuita. Hacia el año 1767, esta comunidad religiosa fue expulsada y los “nuevos dueños” le cambiaron el nombre de Techo por el de Hacienda El Tintal, nombre que hacía alusión al arbusto El Tinto, predominante en la zona.
Se inicia un largo tiempo y una historia de despojo, marginalidad y de permanente agresión y destrucción de la naturaleza que se mantiene hasta nuestros días.
Un salto en el tiempo nos ubica en el año 1974. Para esta época, la ciudad de Bogotá contaba con una población de más de 3 millones de habitantes y ya empezaba a manifestar los problemas propios de este tipo de poblamientos. Las basuras producidas por aquellos que aprendieron de los españoles las malas mañas y el desprecio por el agua y sus fuentes, eran dispuestas en tres basureros a cielo abierto: El Cortijo (al norte), Gibraltar y Protecho, estos dos últimos en el sur occidente, como una manifestación ya clara del poder de convertir el sur en el escenario para arrojar los desechos, lo más lejos posible del “centro de la ciudad”, es decir, del gobierno y del poder.
En Protecho se construyó una planta de transferencia donde llegaban las basuras del norte y centro, mientras que el botadero Gibraltar comenzó a recibir los desechos industriales del centro y del sur de la ciudad. Producto de la movilización de las comunidades, el botadero Gibraltar es cerrado, y tanto la planta de transferencia como el botadero Protecho quedaron abandonados. Existen versiones según las cuales los cientos de toneladas de basuras que quedaron acumuladas en esta planta tuvieron un destino final en el humedal El Burro y en torno de la misma planta de transferencias. En toda esta crisis producida y alimentada por sectores privados desaparece la empresa de servicios EDIS, de carácter público, la cual fue señalada de ineficiente e incapaz, solo para dar paso a los operadores que hasta la fecha han hecho un excelente negocio con las basuras de todos, enterrándolas en el botadero Doña Juana, ubicado en la vereda Mochuelo Bajo —hasta mediados del año 1986, una zona campesina que producía alimentos para la ciudad— y, de paso, creando una permanente crisis natural, social, cultural y económica de las comunidades de la cuenca del río Tunjuelo, es decir, al SUR.
De la basura a un escenario de la cultura
Rodeado de conjuntos residenciales y torres de apartamentos que se siguen elevando sobre la masa de escombros y basuras; sobre las aguas y zonas de pantano, que parecen haber desaparecido ahogadas por el cemento; al margen de la “avenida” ciudad de Cali, una de las vías más caóticas y contaminadas de la ciudad, reflejo del sistema de movilidad urbano; se levanta imponente el edificio que alberga uno de los centros de cultura más importantes de esta nuestra geografía, enmarcado entre dos palmas washintonianas, importadas de Norte América en los años 50 para la arborización del parque Nacional.
La Biblioteca Pública El Tintal abrió sus puertas en el año 2001, después de ser reconstruida por el arquitecto Daniel Bermúdez sobre el antiguo edificio de la planta de transferencia de basuras de la empresa EDIS y, en el 2006, adoptó el nombre de Manuel Zapata Olivella, uno de los máximos exponentes de la literatura afrocolombiana.
Este espacio se aprovecha de manera ostensible de la luz natural y hace de una arquitectura amplia y pesada hecha en cemento, un lugar acogedor. Sus diversas áreas dan la bienvenida a quienes se acercan en busca del saber y de la diversidad de actividades que a diario despliega el equipo humano de la biblioteca.
Hoy, como lo declaran algunos de sus más asiduos visitantes, se convirtió en un segundo hogar para niños, jóvenes y adultos provenientes de las comunidades del entorno. Un espacio en el que apenas se escucha el rumor de la caótica ciudad y que llama a la tranquilidad, la paz interior y el acercamiento a múltiples saberes universales. Para muchos de sus visitantes se considera el corazón de la cultura del territorio; un corazón que late en una comunión permanente con los libros.
Una agenda que involucra a diversas poblaciones, desde bebés, niños, mujeres y adultos mayores en un crisol de experiencias y puestas pedagógicas presenta un escenario de importancia crucial en el territorio local. Ese mismo crisol puede potenciar y orientar que, como comunidades, empecemos de manera más decidida a acercarnos a reconocer nuestra memoria natural, social, cultural y, claro, aportar en propuestas y prácticas para avanzar y convertirnos en una sociedad de la vida.
La biblioteca del Tintal es hoy por hoy un escenario de encuentro de la multiplicidad de culturas y conflictos que subyacen en esta geografía del Tintal hacia abajo, hasta la margen del río Funza que discurre lento trazando una divisoria entre la caótica ciudad y los municipios de la Sabana, que parecen estar condenados a seguir el mismo camino por los apetitos insaciables del poder. El río Fucha, que en su cuenca alberga el escenario de la Biblioteca el Tintal y el río Tunjuelo, un camino que, desde el páramo más grande del planeta, el de Sumapaz, nos debe evocar el camino de las comunidades ancestrales y su vinculación con la naturaleza.
La Biblioteca el Tintal Manuel Zapata Olivella se puede y debe convertir en ese corazón que, como sociedad, nos conecte de manera decidida, respetando nuestros pantanos, nuestros escasos ojos de agua, nuestra cada vez más limitada biodiversidad, y que exija a los negociantes del poder que cese la agresión contra el territorio, que el cemento y las grandes colmenas que hacinan cada vez más la vida de los humanos cese. La biblioteca del Tintal puede convertirse en el garante de un pacto por la vida en el territorio desde y con las comunidades y los gobernantes que parecen no escuchar los latidos de la madre tierra, que anuncian tiempos de muerte producidos por este modelo depredador.
La Biblioteca el Tintal debe ser un faro de saber, de conocimiento, de luz y de guía a unas comunidades que nos negamos a la oscuridad y al oscurantismo.