«Patrimonio insurrecto»
Por: Laura María Rodríguez
“Es gente muy perdida por cantar y bailar a su modo y estos son sus placeres; es gente muy mentirosa como toda la otra gente de Indias que nunca saben decir verdad; es gente de mediano ingenio para cosas artífices como en hacer joyas del oro y remedar en las que ven en nosotros, y en el tejer de su algodón conforme a nuestros paños para remedarnos”
Estas palabras se le atribuyen a Gonzalo Jiménez de Quesada (1536), escritas en el Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada. En ese relato, que en el pasado se llegó a considerar histórico, Jiménez de Quesada narra lo que cree que va encontrando a su paso, claro está, desde una mirada alucinada en la que compara la realidad con las oscuras leyendas españolas, con la retrógrada iconografía cristiana y con sus empolvados y fantasiosos libros de caballería. Además, expresa un profundo desprecio por las comunidades y las costumbres de los hombres y las mujeres que habitaban el territorio. Ese hombre enceguecido por la leyenda del Dorado sigue avanzado por las tierras que considera inhóspitas y hostiles, lo más curioso es que en la medida que va avanzando se dice a sí mismo que va descubriendo y en la medida que va descubriendo, se va adjudicando el poderío de dichas tierras. El relato de la conquista y de la colonia es un relato que ha sido puesto en discusión desde hace varias décadas, el relato de los vencedores y la mirada colonizadora de los españoles se derrumbó desde hace mucho tiempo en las facultades de historia y en general, en el mundo de la academia. Lo que no se había hecho era pasar de la teoría a la práctica, es por eso que lo que ocurrió el 7 de mayo del 2021 generó tanto revuelo.
Aunque no era la primera vez que los Misak derribaban una estatua, era la primera vez que lo hacían en la capital, en la civilización y no en la barbarie. La caída de la estatua retumbó en las cabezas de esos bogotanos de bien, que rápidamente salieron a susurrar por las calles, con sus cabelleras blancas y enmohecidas: “entonces ahora uno no puede ser ni Jiménez, ni Quesada, ni Belalcázar”. Para ellos la historia no es un problema, porque a ellos el relato histórico les permitió ocupar un lugar, heredar unas tierras y tener unos beneficios, por eso nunca se preguntaron ni se vieron en la necesidad de replantear los monumentos que erigieron, los ídolos que impusieron y muchos menos la historia que salieron a dictar en los libros de texto. Una historia llena de vacíos, de mentiras y de fantasías que ahora los Misak quieren tener la oportunidad de revisar. Miguel Morales es un Misak y al respecto afirma que: “Los símbolos tanto de Sebastián de Belalcázar como de Jiménez de Quesada, son símbolos que no representan la verdadera historia, es por eso que, con el mandato de los mayores, se ha decidido no borrar, tampoco vandalizar, sino proponer cómo hacemos esa historia entre todos. Porque sabemos muy bien que la historia está contada de un solo lado, de un solo punto de vista. Precisamente, por eso nuestro país ha estado en guerra y está en guerra, porque unos queremos escribir una historia que sea de todos y los otros quieren escribir la historia que sea de un solo lado”. Para Miguel, el derribar la estatua es una invitación al debate; “Pues así debería de ser, entre todas las comunidades, yo creo que todos debemos de participar, obviamente respetando al otro, pero sin imponerlo porque el grave problema, la raíz de todos los problemas es que nos han impuesto una sola historia”, asegura.
El pedestal vacío que hoy se ve en la popularmente denominada Avenida Misak puede denominarse patrimonio insurrecto, no patrimonio incómodo, como les dio por llamarlo a algunas élites que se sientes incómodas con las transformaciones de los relatos históricos. Insurrecto porque se levanta en contra de una versión hegemónica del pasado. Patricia Simonson docente de la Universidad Nacional, en una reflexión que se dio en la mañana del día 12 de mayo, en la Av. Misak, nos contó que: “Hay historia y hay historiografía. La historiografía es el relato y la historia sería lo que pasó, muchas veces es difícil saber exactamente qué fue lo que pasó y uno depende mucho de los relatos. Pero es por eso que tienen que haber varios relatos y ellos tienen que dialogar entre sí. Las mentiras del pasado se tienen que corregir, pero tienen que ser visibles, es decir, no se tienen que olvidar. La historia es un río que fluye, que se mueve, un proceso, por eso no tenemos que venerar esas estatuas eternamente, solo porque una generación las puso allí, eso no tiene ningún sentido”.