«Argentina en la grieta»

Por: Facundo Mercadante

 

 

 

 

 

Cuando me fui de Ar­gentina, a fines del 2012, comenzaba a circular un término que sonaba de­masiado real: La grieta. Era concreto, ilustraba muy bien el ambiente y los ánimos. Se alzaba como un muro. De un lado estaban los pero­nistas (kirchnerismo in­cluido) y del otro lado los demás, todo el resto de la sociedad. Pero en lo concreto empezaba a reinar la desconfianza, a apagarse cualquier faro de progresismo, a libe­rar endorfinas la derecha más atrasada y a mudar de disfraz la derecha más “renovadora”. La comu­nidad se resquebrajaba. De tanto culpar al otro, de tanto echarle mierda, resultó que el espacio en común se llenó de lo mis­mo. El posible puente y las salidas se bloquearon y ensuciaron, los que te­níamos al lado y nosotros mismos terminamos me­tidos, como dice ese tan­go tan amargo y tan sabio, “… en un mismo lodo, to­dos manoseados”.

Desde que tengo memoria, los argentinos ahorramos en dólares. Allá en el 2001, la debacle económica y financiera metía en la pobreza a la mitad del país. Las pro­testas dejaban más de 20 muertos y se sucedían 5 presidentes en una sema­na. La promesa neoliberal era que un peso argenti­no valdría lo mismo que un dólar estadounidense. Con eso entrábamos al primer mundo y dejába­mos atrás el atraso lati­noamericano.

Cuando me fui de Ar­gentina, diez años atrás, el dólar costaba 6 pesos. Cuando volví en 2019 cos­taba 70 pesos. Hoy cuesta 380 pesos. Después de una década de kirchne­rismo (2003-2015), vino el nefasto gobierno de Macri y luego, el que in­tenta pilotear un Alber­to Fernández sin fuerza. Argentina sigue metida en un pozo depresivo, en un valle de lágrimas que la alegría del Mundial no alcanzó a llenar. Colom­bia cerró el año 2022 con 13% de inflación, les rue­go entonces que imaginen lo que es vivir con una in­flación del 100%. La grie­ta no se cierra ni se ami­nora el vértigo. Me hace acordar que vértigo, en la novela de Milán Kundera, era lo que sentía Teresa, pero lo describe no como el temor a caer, sino como el deseo de caer, de aban­donarse, de dejarse ir en plena plaza pública, fren­te a todos.

¿Cuál es el escenario a futuro? Una derecha empoderada, dividida en­tre el partido Juntos por el Cambio (Macri, Rodrí­guez Larreta, Bullrich) y una figura ultraneoliberal que encarna la antipolíti­ca, Javier Milei. El campo popular y progresista, cansado y desorientado por la persecución judi­cial a Cristina Kirchner, se percibe cada vez más atomizado, incapaz de ganar elecciones o de si­quiera, recuperar el aire.

Colombia, 1985

La película que va a representar a la Argenti­na en los premios Oscar se llama así: “Argentina, 1985”, porque es el año en el que se hicieron los juicios a las juntas milita­res que gobernaron como dictaduras y desaparecie­ron a 30 mil personas, en­deudando además a todo un pueblo. Los primeros años 80 sonaban a pri­mavera, olían a justicia y a democracia. ¿Cómo era la Colombia de entonces?

Me cuentan que aquí no ha habido dictadura y pienso en la proclama de García Márquez, que decía: “Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor po­lítico y de olvido histó­rico. (…) En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad, somos fanáticos del lega­lismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo”.

A veces el aparato re­presivo se esconde, letal, detrás de las apariencias democráticas. El Estado colombiano deberá ren­dir cuentas por las más de 6 mil personas que perdieron la vida y/o fue­ron desaparecidas luego de querer jugar limpio y representar al pueblo en los organismos corres­pondientes. ¿Para cuán­do la peli que cuente esta verdad sobre la Unión Pa­triótica? Para así destinar el tiempo televisivo a la cinematografía de la me­moria. Ojalá para aburrir­nos del olvido y aliviarnos del rencor.

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