«Cinemoria: resistir desde el cine»

Con poco más de un año proyectando y haciendo cine para hacer memoria en distintas partes de la ciudad, sus labores trascienden más allá de la pantalla y las charlas, dando cuenta de por qué son más que un cineclub.

Por: Juan Camilo León Ortiz

 

 

El pasado 10 de octubre, como todos los martes, el cineclub comunitario Cinemoria abrió las puertas de su sede, ubicada en Café Cinema en Chapinero (Cra. 7 # 55 – 05), su casa habitual, dando paso a una de las dos proyecciones mensuales que realizan. Entre carteles de películas, directores, íconos de luchas revolucionarias y bajo una luz cálida de resistencia visual, la llegada a las cinco de la tarde de los primeros integrantes daba paso al ajetreo necesario para que salga todo en orden, desde colgar afuera el afiche con el nombre y la mítica tortuga, hasta organizar el pequeño emprendimiento lleno de calcas y posters, preparar el refrigerio de los espectadores, no sin antes escribir afuera en un tablero la película del día: La Casa Lobo.

Cinemoria lleva más de un año abriéndose campo con películas nacionales y extranjeras, en donde el cine que proyectan no es el que usualmente llega a las grandes salas. El objetivo es hacerle memoria y justicia a esas otras películas que irrumpen en el canon palomitero y tratar tanto temas como realidades importantes y disidentes. Sin embargo, sus salas también tienen otra gran posibilidad: proyectar el cine que hace la gente a nivel local. Allí, las personas pueden postular sus cortos para que sean programados en alguno de los espacios, teniendo una voz que se ha hecho fuerte para los creadores emergentes y la visibilización del cine local.

Cinemoria se ha convertido en una familia y sobre todo en un equipo que vale igual por sus individualidades como por su colectividad, en donde alrededor de veinte personas con distintas labores asignadas, hacen realidad este proyecto desde el trabajo por departamentos: dirección, producción, programación, logística, comunicaciones, entre otros más. Sin embargo, más vale observar aquí el espíritu colaborativo que tienen para ayudarse en distintos cargos, y esto bien lo sabe Laura Liscano, quien menciona la importancia de apoyarse en momentos de estrés y plantea cómo lo comunitario se refleja incluso en el mismo equipo, porque ellos hacen cine y quieren demostrar que puede ser hecho por jóvenes que son amigos.

Alrededor de las seis de la tarde, ya están listos para comenzar, llegaron las primeras personas, pero pronto paró el ingreso y el aforo con luces apagadas era de tres personas. “Hoy te tocó un día malo”, me dijo Laura, pero más que un día diferente en una función que suelen frecuentar de diez a doce personas, ellos saben bien que así es el cine comunitario y que así con sus malos momentos, siempre vale la pena. Sus inicios, recordaron en ese instante, eran un ir y venir sin saber qué tantas personas caerían a ver las películas, pero, en una noche en la que proyectaron Love de Gaspar Noé, la gente tuvo que sentarse en el piso de lo lleno que estaba el lugar.

Para ellos, hacer cine comunitario, como mencionó Jhon Pineda, del departamento de audiovisuales, es tener la libertad creativa de gestionar yc liderar procesos; y, como dijo Laura, es dar un pequeño granito a ese intento de querer reformar la comunidad del cine que es elitista, privilegiada y juez de los proyectos de las personas. Hoy en día, gracias al esfuerzo y las alianzas con festivales comunitarios y emergentes, han tenido la oportunidad de conversar con Jairo Pinilla, director colombiano, considerado padre del género de terror y la ciencia ficción en Colombia; con algunas de las madres de los falsos positivos; con Oscar Hincapié, el director de Petecuy; entre otras personas que conforman esta comunidad del cine colombiano.

Contra el pronóstico inicial y pasados algunos minutos de haber iniciado la película, el panorama cambió, ya habían llegado cerca de otras siete personas para ver La Casa Lobo, película que correspondía al ciclo de terror por el mes de octubre. Dirigida por Cristóbal Colón y Joaquín Cociña, es una película chilena que usa el terror y el stop motion, como se mencionó en la posterior charla, no tanto para asustar, como para encarnar el horror que viven los personajes, en un mundo donde las pesadillas son capaces de transformarse en cuerpos y convertirse en materia para resaltar los más oscuros episodios de la nación suramericana. Basada en hechos de la vida real, trata de María, una mujer que escapó y se refugió con dos cerditos en una secta alemana en la Colonia Dignidad, durante la dictadura de Pinochet en Chile.

El ambiente familiar, hace que el cine parezca lo más importante allí, lo que cuenta la película más que la experiencia o la recreación de ir, pues se siente el ánimo de digerir lo que se muestra y luego diseccionarlo.

Terminada la función, entre palomitas y cerveza, y con tres moderadores ubicados al frente y dispuestos a hablar, los puntos de vista fueron diversos. Algunos hablaron sobre la realidad social de la película, otros sobre las emociones, y también hubo quien opinó de lo que entendió sin conocer el contexto social de la trama. En un momento, uno de los chicos se levantó y como si se tratara de una clase magistral, que dejó a todos ensimismados, habló durante cinco minutos con vehemencia sobre el pavor de la guerra y la belleza del arte, el horror que no estamos dispuestos a aceptar. Ese instante plasmó el espíritu con el que Cinemoria encaminó, en palabras de Laura, esa labor que comenzó por amor al cine.

Sus posturas y criterios al momento de proyectar, hablan mucho de su selección por ciclos, pero lo que hace a Cinemoria, además de lo que cuentan las películas que eligen, también tiene que ver con esos públicos marginados que llegan con la intención de ver el cine con otros ojos más allá del entretenimiento. Ellos, como espectadores, también han hecho la elección de las películas dependiendo del lugar porque, en medio de todo, Cinemoria es un colectivo itinerante; a veces, son películas independientes como en Café Cinema; temas críticos y sociales en otros lugares como La Casa de la Paz; o películas más familiares como en Puente Aranda. Así mismo, el cineclub se ha proyectado en La Barca en Teusaquillo, Casa Kilele, Teatro Goyenechus, universidades, entre otros. 

Con ánimo de victoria y entre el murmullo a la salida sobre la película, las personas comenzaron a retirarse de a poco, y el colectivo se reunió a las afueras como de costumbre para tener otra charla entre el cine y lo personal, reavivando lo comunitario y la amistad. Mientras algunas personas se iban, incluso había quienes llegaban porque estaban allí para apoyar el proceso dentro de las obligaciones diarias. 

Cinemoria es más y quiere ser más que un cineclub, es un reflejo de lo comunitario en el cine, una revolución visual que se sustenta por sus propios medios y rompe con las normas para llevar nuevas películas y nuevos públicos a la pantalla. Sueñan, como dijo Natalia Posada, integrante del colectivo, con ser una escuela de cine, un festival y una productora; y, como expresó Jhon, dar a conocer todo lo que el cine colombiano logra.

El cine colombiano, en palabras del colectivo, va más allá de las películas comerciales que se burlan de la identidad colombiana, con las que lo suele asociar la gente; por eso siempre hacen la invitación a conocer estas otras películas sociales y de arte que ellos también muestran en un contexto en donde hacer y proyectar cine está burocratizado. La mítica tortuga no es por nada, ese caparazón que tienen por logo es el emblema de la resistencia y de un lugar seguro y ameno para hacer del cine una nueva comunidad.

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