«Redonda como naranja»

Por: Natalia Guzmán

 

 

Estudios recientes sobre el origen del mundo han citado en su introducción, que la Tierra es redonda como una naranja. Bien lo dijo José Arcadio Buendía en la cabecera de la mesa de su casa, cien años antes de que su estirpe desapareciera tras la muerte del cola de puerco.

Como una naranja, la Tierra gira en sí y avanza un tramo, luego se detiene y hay que empujarla de nuevo para que vuelva a moverse, pero nadie sabe quién dio el empujón original ni cuándo va a acabar de girar. Algunos incultos dirán que es más como una bola de billar, pero las naranjas solo se juntan cuando cuelgan de los árboles o cuando artistas o abuelas las ponen junto a otras frutas en el centro de la mesa, entonces, nunca se golpean de forma violenta, sino que se acarician unas con otras con la ayuda precisa de manos delicadas. De hecho, una bola de billar le habría roto la cabeza a Newton al caer desde arriba, en cambio, cayó una naranja a punto de podrirse. Además, las bolas de billar no tienen poros o pecas con largos túneles por los cuales el aire entra, ni se pueden aplastar bajo la fuerza inclemente de la mano enorme de Dios sin derramar ríos fluentes de materia amarilla y dulce.

Con este descubrimiento no solo la ciencia está repensando su razón de ser, sino también el catolicismo, que empedernido insistió por siglos que el fruto del pecado fue la manzana. Ahora, sabemos que Eva no mordió manzanas sino naranjas con numerosas semillas que ella tragó y cosechó en su garganta para dar la vida que Dios se cansó de dar al séptimo día. Y cómo no, si las naranjas brillan para la mujer que camina por la selva, sedienta de ríos que le generen escozor en la lengua; es fácil imaginar que cuelgan de palos como las tetas cuelgan de las vergas cuando se juntan demasiado: se ponen jugosas, sudorosas, con el punto en el medio apuntando hacia arriba, hacia la creación original.

Nadie sabe a ciencia cierta cuáles fueron los argumentos de José Arcadio Buendía, pero como intuición intelectual, llegó a su cabeza cuando estaba hirviendo como foco de luz encendido o vela ondeando naranja entre las sombras. Quizás lo pudo haber hilado imaginando un gran banquete frente a él, y del banquete fue a Platón, y de Platón al fruto de los dioses griegos, y del fruto de los dioses a las naranjas que Zeus cortó a la mitad como castigo a la creencia de perfección, y del corte recreó la fragancia desprendida en vapor que relacionó con el olor de la garganta de Eva.

Si la Tierra fuera plana ¿podría acaso rebanarse en mitades o varios planos de grosor similar? Con este descubrimiento sabemos que la línea del Ecuador fue dibujada por el cuchillo de un Dios perfeccionista y las otras, los paralelos, por el mismo cuchillo empuñado por la mano soberbia de otro Dios que quería dividirnos más las parcelas y las vidas.

De ser naranja, la Tierra es redonda, mojada, de cáscara dura y porosa como los pezones a medio frío, de jugos amarrillos como el orín, del color de los arreboles y cielos que nos ven desde la prehistoria; de ser Tierra, la naranja es abundante como el pueblo y se llama en su mismo nombre.

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