«Cuando la dignidad se hace costumbre»

Es común escuchar a la élite colombiana referirse de manera descalificativa a quienes no son iguales a ellos. Pero ¿de dónde vienen esos términos peyorativos contra quienes no pertenecen a un estrato alto?

Por: Óscar Salazar Tabares

 

 

En tiempos de feudalismo, conquista y colonia era frecuente escuchar al señor feudal, al esclavista, al amo, al rico e incluso al clero, llamar a los indios: patirajados, piojosos, andrajosos, y usar expresiones como “indiamenta”, lo mismo que antes se decía “negramenta” para los esclavizados o “chusma” para los campesinos.

Estas palabras ofensivas contra nuestros ancestros, no son más que el reflejo de unas castas que históricamente han mancillado la dignidad del pueblo. Unas supuestas élites que a falta de riquezas decidieron arrebatar lo que hoy poseen a sangre y fuego. A los que llamaron “indiamenta”, fueron a quienes despojaron de sus tierras, violaron a sus mujeres, desviaron sus ríos, saquearon sus sitios sagrados, y fuera de eso, les impusieron otros dioses diferentes a los suyos. Estas castas desde los tiempos inmemorables han sido violentas, no quieren perder sus privilegios, ni sus formas de gobernar, de ahí que destruyeran la palabra, que era el lenguaje nativo, las costumbres y el gobierno propio, para inventarse un nuevo relato, una nueva forma de contar la “historia”.

Ese relato no fue casual: en sus reuniones se referían a los indios como seres sin alma, a los negros como animales, simples objetos de diversión. Lo transmitieron de generación en generación hasta que la indiamenta, la negramenta y la chusma se rebelaron. Indios, negros y mestizos se armaron, se hicieron rebeldes y comenzaron a escribir un nuevo relato, el de la Dignidad y la Memoria.

En este nuevo relato, las frases de ofensa que proferían contra sus vasallos y esclavos se convirtieron en banderas de resistencia. Los nadie transformaron cada insulto en rebeldía y resiliencia. Fueron los primeros en combatir al invasor, encontraron refugio y sustento en ríos, selvas, llanuras y valles, y desde allí libraron batallas para reescribir su historia. Ese relato sigue vivo hoy, donde la madre tierra no se vende ni se mercantiliza; las aguas, los páramos, humedales y lagunas no se entregan al mejor postor. Porque el territorio es fuente de vida, y la vida depende de esa interconexión espiritual con la naturaleza que han defendido las comunidades con amor hasta dejar en la batalla su último hálito de vida.

Desde tiempos remotos, pueblos y comunidades han salvaguardado lo que queda frente a élites depredadoras. Cada asentamiento, palenque o minga, guarda su propio relato de defensa del territorio. Cada convite, cada olla, cada expresión cultural es resistencia misma: el tamal, el murrio, la sarapa, el tapao o el fiambre son más que comidas, son símbolos de lucha y supervivencia.

La frase pronunciada el pasado mes de abril por María González, socia del Club El Nogal y abogada de una prestigiosa universidad de Bogotá, no solo constituye un agravio personal, sino que también refuerza patrones históricos de discriminación contra las comunidades indígenas del país, los verdaderos dueños de la tierra. Tal vez la señora olvida que en sus genes está esa misma “indiamenta” que tanto aborrece.

Nuestros pueblos seguirán caminando la palabra, la indiamenta seguirá altiva, eterna guardiana de la naturaleza y de sus legados ancestrales. Mientras tanto, las elites seguirán al acecho para despojar lo que con esfuerzo y lucha nuestros hermanos mayores han construido desde la originalidad, es decir, desde la ley de origen.

A estas alturas de la vida hemos perdido tanto que hasta el miedo lo perdimos. Los que siempre gobernaron tendrán que acostumbrarse a que poco a poco las y los plebeyos les arrebatemos ese poder que tanto ostentaron.

La indiamenta se cansó de que unos pocos le sigan pisoteando su dignidad. Esa dignidad se está volviendo costumbre, ya no en el indígena, que siempre la tuvo; ya camina con el negro que siendo esclavo se volvió liberto; con el campesino cuya lucha por la tierra lo convirtió en sujeto de derechos; con las mujeres que en su feminismo libertario y de clase se enfrentaron valerosamente contra el patriarcado; con nuestros jóvenes que en el Estallido Social volvieron a las calles dejando un legado para este nuevo relato; todos y todas han y hemos contribuido para que la dignidad se vuelva costumbre.

 

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