«Ecuador hoy: En llamas»

Por: Carolina Pepper

 

 

Resumir la situación po­lítica actual de mi país requiere un poco de auda­cia por el riesgo de omitir tantos hechos importan­tes; un poco de conscien­cia histórica que permita responsabilizarse de cier­tas perspectivas; y luego, sumar a ello, una dosis de sentir y de opinión per­sonal, que para el caso son, modestamente, míos. Estudié y ejercí la comu­nicación radial durante 18 años, pero actualmen­te ejerzo como docente universitaria del área de artes escénicas, de aquí mi subjetividad como profesional, pero también como parte y engranaje humano de todo lo que se construye a diario en mi nación.

“Siempre en llamas”, solemos decir. Ecuador atraviesa hoy un momen­to de elevada tensión, pero la historia, cíclica como es, nos recuerda que hemos llegado a tener momentos de estabilidad política y democrática, así como periodos de inestabilidad y conflictos internos que han llevado a cambios de presidente como el de 1997, en que Abdalá Bucaram fue des­tituido por el Congreso debido a su supuesta in­capacidad mental, o el del año 2000, cuando Jamil Mahuad fue destituido por un movimiento po­pular que protestaba por la situación del país, su­mido en una severa crisis económica y migratoria. Y aquí cabe resaltar que el actual presidente Guiller­mo Lasso fue ministro de Economía y Finanzas de la época, dato no menor considerando la tremen­da debacle, nuevamente económica, política, so­cial y migratoria que se ha desencadenado durante este mandato.

En las últimas elec­ciones presidenciales de Ecuador (2021), el can­didato cercano a Rafael Correa, Aráuz, obtuvo la mayoría de votos en la primera vuelta, pero fue derrotado en la se­gunda por el candidato conservador, el banquero Guillermo Lasso. Correa, quien gobernó Ecuador de 2007 hasta 2017 se en­cuentra actualmente en el exilio debido al lawfare en su contra, en el que se tor­ció la institucionalidad judicial en tiempo récord. Seguidores y detracto­res lo siguen aludiendo y comparando por haber implementado políticas de bienestar social y de­sarrollo económico que redujeron significativa­mente los niveles de po­breza en Ecuador.

Con este preceden­te, es posible hacer refe­rencia a aquello que ha dado en llamarse “el voto correísta”, que ha sido un factor importante en la política ecuatoriana du­rante los últimos años, pero también ha sido objeto de controversia y debate. Algunos lo ven como una fuerza progre­sista que busca mejorar la situación de los secto­res más vulnerables de la sociedad, mientras que otros lo consideran una amenaza para la democra­cia y la estabilidad políti­ca del país. Los resultados de las últimas elecciones seccionales dieron cuen­ta de una fuerza pujante desde este voto correísta que, sin embargo y extra­ñamente, no se vio venir en las encuestas.

La pregunta sobre la veracidad y credibilidad de las empresas encuesta­doras sigue sobre la mesa y tiene varias aristas. Por un lado, la clara tenden­ciosidad de los resultados a favor de quienes finan­ciaban dichas encuestas. Por otro lado, el hecho de que el mencionado lawfa­re abarcó una estrategia de procesos judiciales a militantes, funcionarios y ex-funcionarios guber­namentales de la época de Correa, que una pesa­da maquinaria desde los medios de comunicación hegemónicos aplaudió sin más. Esto, a decir de algunos, dio como resul­tado una especie de voto oculto que, al saberse difamado, hostigado y perseguido, prefirió reac­cionar directamente en las urnas y no frente a la predecible maquinaria encuestadora.

Es así como, el 5 de febrero de 2023, se celebraron no sólo las seccionales, sino que el gobierno de Lasso quiso aprovechar el aparataje para acomodar ocho pre­guntas de una Consulta Popular que no proponía ninguna reforma de tras­cendencia, no se tocaba el tema económico, no había propuesta de mejora de la administración pública, ni contra la corrupción, ni solución al problema car­celario, no mencionaba propuesta alguna frente a la inseguridad, es decir, no estaba presente nin­gún tema que realmente tuviera una urgencia y relevancia para las preo­cupaciones de la ciuda­danía, y tampoco nada que no se pudiera revisar con políticas y planes di­reccionados a ello. Una consulta que esperaba validar la administración de Lasso y forzar a la opo­sición a plegarse a ciertas reformas, las mismas que si no fuera por las especi­ficaciones de los anexos, llegaban a parecer bas­tante coherentes.

El Gobierno actual lleva, desde el inicio de su gestión, varias amenazas de muerte cruzada (algo así como una moción de censura), diversas protes­tas lideradas por organi­zaciones indígenas y sin­dicatos, y una aprobación de la población que cae en picada y lo ubica alrede­dor del 12%. Ya en octu­bre de 2022 aparece como el peor calificado en un ranking (CID Gallup) de gestión de los presidentes latinoamericanos. Hoy en día, su apoyo en la Asam­blea es casi nulo y se re­visan investigaciones que lo asocian a actividades narcodelictivas gracias a la mano de su cuñado, a quien se apoda popular­mente “El Padrino”.

Lo cierto es que el NO de la consulta ganó rotundamente, y la iz­quierda correísta se vol­vió a convertir en la mayor fuerza política y electoral del país. El caso de mi ciudad, Guayaquil, se torna emblemático al haber sido durante tres décadas el árbol de la hegemonía de la derecha bajo la marca del Partido Social Cristiano, una vez roto el sino, tendremos un alcalde que trae un mensaje simbólico muy fuerte hacia un anhelado cambio. Aquí seguimos, en incandescencia políti­ca pura y a la expectativa, como de costumbre.

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