«El arte de la resistencia»

Por: Jhon Jairo Pinzón

 

 

En un mundo acosado por las propuestas virtuales, de entradas a otros niveles y dimensiones, un portal no solo se comprende como una estructura cuadrada que da paso a una propiedad de acceso restringido, sino como un umbral que divide la realidad en dos o más posibilidades. En principio, en el sistema de transporte distrital se denominó de este modo a las estaciones ubicadas en los extremos de los recorridos, de donde partían o a donde llegaban las rutas.

Existen nueve de estas estaciones en la ciudad: 20 de julio, Usme, Tunal, Sur, Américas, El Dorado, de la 80, Suba y Norte. Sin embargo, solo uno de ellos fue rebautizado por sus vecinos como el Portal de la Resistencia. Los eventos que llevaron al Portal de las Américas a pasar de ser una referencia geográfica o de transporte, a convertirse en un símbolo social y político de la ciudad, fueron los dos meses de protestas populares, de quienes impedían el uso del servicio de transporte como señal de descontento, y las confrontaciones físicas entre los integrantes de la “primera línea” y el ESMAD, la fuerza policial empleada para obligar a retirar el bloqueo. Además, la acción colectiva de los habitantes circundantes al mantenerse en paro fue el agua bendita que forjó esta expresión en el imaginario colectivo.

El informe de derechos humanos del Espacio Humanitario Al Calor de la Olla que se emitió en conjunto con la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, el día 18 de mayo, informó: “Se reportaron cerca de 70 personas heridas, la mayoría jóvenes; cuatro de ellos tienen heridas en alguno de sus dos ojos y otro perdió por completo un ojo”. Adicional afirmaron que: “La intervención de esta noche por parte de la fuerza pública ha sido una de las más violentas que han ocurrido desde el inicio del Paro Nacional”.

En el fragor de los hechos se dieron abusos policiales inenarrables con un número de víctimas jamás visto en la zona. Durante ese lapso de tiempo, este lugar adquirió la potencia simbólica necesaria para erigirse como un hito contemporáneo de la fuerza comunitaria. Entre tantas historias individuales inscritas en ese espacio, la que en particular nos ocupa en este artículo tiene su inicio en los eventos ocurridos entre el 28 de abril y el 21 de junio de 2021, pero se extiende a lo largo del año siguiente. Su protagonista es Antonio Castañeda, reconocido artista plástico local y fundador del museo in situ Mnemosine, ubicado en el barrio Britalia. Este hombre de larga cabellera, amplia sonrisa, 1,60 de estatura, con medio siglo de vida a sus espaldas, valora sobre todo la memoria materializada en los objetos que permiten tener contacto con fragmentos del pasado, testigos de historias y eventos trascendentales.

 Antonio Castañeda se vinculó a la protesta desde el mismo momento en que se gestó, en alianza con un vecino y, valiéndose de un altoparlante que empotraron en un vehículo, recorrieron los barrios aledaños al Portal convocando a los habitantes para que se acercaran a expresar su inconformismo contra las medidas del gobierno de Duque. Pasados dos días, al ver el Volkswagen (volks: carro, wagen: pueblo) medio abandonado, de propiedad del señor “Miyagi”, vecino del barrio Britalia, se le ocurrió que sería un buen pretexto para asegurar un lugar en el plantón. Fue así que le solicitó permiso al dueño para intervenir su fuselaje con imágenes alusivas a Jaime Garzón y Pepe Mujica, íconos de la lucha popular en Colombia y Uruguay.

El carro rodaba, pero no prendía y como si fuera una carreta lo llevó empujado desde Britalia hasta la plaza del Portal por una pendiente que implicaba el sobre esfuerzo del empuje y la adrenalina del descenso. Todas las mañanas y las noches de los dos meses se ejecutó el ritual, desde el vehículo se brindó apoyo al levantamiento barrial y desde él atestiguó los eventos sucedidos en este cruce entre la avenida Villavicencio y la avenida Ciudad de Cali, entre las fuerzas del Estado y el poder popular. Antonio canalizó el apoyo mediático y los recursos para sostener la resistencia que se estaba dando. Este vehículo inmóvil terminó siendo un canal, un mensaje, un receptor y un emisor; en resumen, un escarabajo de la comunicación.

Cuando la parte álgida del estallido social amainó y otros eventos de la violencia cotidiana disiparon la atención en el Portal de la Resistencia, tal vez animado por la travesía propuesta por las figuras de Garzón y Mujica, el artista se propuso llevar el Carro del Pueblo hasta Asunción, Uruguay y saludar de manera directa las dos gestas populares: la de Colombia en el Portal de la Resistencia y la de Uruguay, a 6.217 km de distancia, trazando un hilo que comunicara físicamente lo que políticamente estaba unido por la lucha a favor de la equidad.

Algo que se dice tan fácil es mucho más complejo de lo que se puede pensar. El viaje que dio pie a la obra literaria La Odisea fue de 510 km a través del mar Mediterráneo, y eso que Ulises era el rey de Ítaca, contaba con medios y prestigio, por eso, para dimensionar el tamaño de la aventura nacida en Britalia, el trayecto que se propuso nuestro personaje es doce veces más extenso. Con la cordillera de los Andes como superficie y al lomo de un navío con 70 años de antigüedad y 500 kilos de capacidad de carga.

La consecución del presupuesto que partía de pagar los 11 millones que pedía el dueño por el navío, la selección de los acompañantes (en principio tres estudiantes de artes plásticas que al final terminó siendo sólo uno), la definición del itinerario, la reparación del automotor, la gasolina para su locomoción, las estaciones propuestas para dialogar con la escena artística en el subcontinente, los permisos para el tránsito vehicular, la conducción, la alimentación, la salud, la asistencia mecánica… eran demasiados aspectos gruesos. Nada se puede en solitario, todo se puede en colectivo. Fue así como nuestro Héroe Britálico inició una campaña para juntar el dinero. Todos aportaron, hasta los jóvenes de primera línea contribuyeron, los vecinos le regalaron las llantas. El mecánico sólo le cobró los insumos y el señor Miyagi le rebajó la mitad del costo originalmente pedido por el auto.

Después de entregado, se realizó un viaje de prueba hasta Fusagasugá a visitar al hombre más pequeño del mundo. La ida fue todo un éxito, el auto funcionó perfectamente. Fue en el ascenso a la capital donde gritaron: “¡Fuego!”, hay fuego en el capó.  Con la suerte de que estaban frente a una tienda y una gaseosa bien batida apagó la amenaza antes de que nuestra historia tuviera fin sin iniciar. El artista celebró que el incidente hubiera ocurrido de esta manera porque así se notó que no le habían cambiado al escarabajo todo el cableado eléctrico de 70 años de antigüedad.

Su recorrido quedó plasmado en las fotos compartidas por el artista en su sitio de Facebook: los más de mil kilómetros de recorrido en Colombia, columpiándose entre la cordillera del centro y el valle del río Magdalena, atravesando de costado a costado la cordillera occidental para cruzar el macizo colombiano, hasta abordar la avenida Panamericana sobre la costa del Pacífico ecuatoriano, peruano, boliviano, chileno, y luego volviendo a trepar las escarpadas laderas de los Andes chilenos y argentinos. Hermoso ver cómo en cada país fue recibido y saludado con alborozo en escuelas e instituciones. Al llegar por fin a Uruguay, se ve la foto de la victoria con un Pepe Mujica más viejo y encorvado que el pintado en las latas del automóvil.

Así es como atravesando un portal sin los artilugios de la teletransportación, sin la ciencia ficción del movimiento instantáneo, Antonio hizo que la distancia de Bogotá a Asunción fuera atravesada por esa máquina y llegará a los ojos y a las presencias de quienes coincidieron en tiempo y lugar con el paso del Carro del Pueblo colombiano. Así mismo, nos devolvió un pedazo de hierro intervenido por todo el aire, el polvo, el sol y las lluvias del continente para que ya en Colombia, en Bogotá, en la localidad de Kennedy, en el barrio Britalia, comprobaran la existencia fantástica de una máquina que hizo un recorrido transcontinental de ida y vuelta: una máquina y su piloto. Y los dos estuvieron frente a la estrella más rutilante de los gobiernos suramericanos vistos en el último siglo, y todo este performance fue para la gloria de un barrio humilde, en una localidad periférica de un país donde los conflictos políticos, sociales, y económicos aún no terminan.

 

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