«El mito de la salud mental en Colombia»

Por: Ginna Soto

 

 

Según una encuesta realizada en Colombia por el Centro de Inves­tigación, Innovación y Desarrollo Tecnológico orientado a la Investiga­ción Académica (CEIN­FES), diagnosticó que tras la pandemia la salud mental de los jóvenes se ha visto afectada en un 70%, principalmente en aquellos que se encuen­tran entre los 12 y los 17 años de edad. Además, el estudio de resiliencia y riesgos de salud mental durante la pandemia en 2020, arrojó que el 30.1% de las personas encues­tadas eran propensas a padecer de depresión y ansiedad, la depresión es la segunda causa de afec­tación en los colombianos después de problemas cardiovasculares. Es po­sible afirmar, entonces, que actualmente la salud mental en Colombia está en alerta, pero acaso ¿No lo ha estado siempre? O más bien la pregunta que hay que hacerse, verdade­ramente, es ¿En Colombia es o ha sido importante la salud mental?

Cultural, social y tra­dicionalmente la salud mental ha sido un tabú. En la cotidianidad aún es usual escuchar frases como: “Eso son bobadas, deje que le pase”, “Los psicólogos son para gente loca”, “Esas son etapas”, entre otras expresiones que dejan mucho que pensar sobre nuestra per­cepción de la salud men­tal.

Se podría llegar a proponer que esta visión de la salud mental es la consecuencia de un país marcado por la violencia, una violencia que, con el paso del tiempo, se ha normalizado al punto de percibir sus secuelas como nimiedades, que no valen la pena o que no pueden llegar a ser. En las casas colombianas se ha inculcado más el estereo­tipo del verraco, del que tiene que ser fuerte y no dejar que nadie lo joda. Actitud que ha reforza­do los problemas, no solo en el ámbito de la salud mental, sino también en situaciones de bullying en los colegios, entre otros escenarios donde se ha enseñado que la vio­lencia tiene que ser com­batida con más violencia. Es muy difícil cambiar ci­fras cuando no se arranca el problema de raíz.

Llorar, expresar lo que se siente, ser since­ros con los demás siguen siendo, en una sociedad como la colombiana, sig­nos de debilidad. Mien­tras esto no cambie, los trastornos y las enferme­dades mentales seguirán creciendo, no solo en las estadísticas, sino en los espacios de trabajo, en los hogares, en las institucio­nes educativas y en todos los entornos sociales.

Aunque cabe la pena resaltar que, al menos ya se puede abordar el tema, las cifras demuestran su incidencia y señalan que siguen siendo una proble­mática social.

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