«En la olla»

Primera parte

Por: Roberto López de Mesa

 

 

Nancy Contreras llevaba la foto ampliada de su hijo, la ponía en su pecho como el amuleto que le garantizaba el éxito de la búsqueda. Le propuse empezar preguntando en el IDIPRON, que por ser la entidad que atiende a jóvenes habitantes de calle, podían orientarnos para una búsqueda más segura, de hecho, un funcionario nos pidió el número de la tarjeta de identidad de Jairo y lo encontró en la base de datos, con un ingreso a la unidad “El Oasis”; por la planilla de registro se sabe que fue recogido en la calle sexta, por lo que, suponen, ha de ser de los que parchan entre el caño Comuneros.

Los del IDIPRON nos advirtieron que podía ser peligroso preguntarlo en ese lugar, pero Nancy estaba decidida a encontrar a su hijo, así que, sin dudarlo, partimos hacia el caño de la sexta. En la ruta, pasamos por el extinto Bronx, ahora,  centro de emprendimiento para la economía naranja. Nancy, tal vez para distraer su ansiedad, me pidió que le contara como era antes del operativo.

En la década de los 80, en el siglo pasado, ya era famosa la cuadra vecina de la iglesia del Voto Nacional y contigua al Batallón de Reclutamiento, le decían la Ele. Allí había ventas de cachivaches, cosas de segunda o robadas,  habitaciones paga diario, restaurantes de comida barata y expendios de droga con fama de buena calidad.

En 2005, muchos de los desalojados del Cartucho llegaron a la Ele, entre ellos los capos de “ganchos” poderosos, como Manguera, Mosco y Morado. Por supuesto, el choque entre originales y advenedizos fue violento. Hubo traiciones y balaceras, hasta que se ajustaron las cuentas y se impusieron los más fuertes. La Ele se convirtió en un emporio de negocios ilícitos, con una gran demanda de drogadictos de toda la ciudad, al colmo del hacinamiento.

Varias paradojas se daban simultáneas en la ‘Letra del mal”; la cuadra más peligrosa era la más segura para los drogadictos, las recias vendedoras de marihuana eran también madres cabeza de familia, el millonario negocio tenía como mejor cliente al estrato cero, a los habitantes de calle.

A esa altura de la charla, llegamos a la avenida sexta por cuyo separador pasa el mentado caño Comuneros. Allí vimos varias personas que se guarecen en la parte del ducto techado por la carrera treinta, son desalojados del Bronx que encontraron allí refugio para su desamparo. Algunos son proveídos de droga por gancho mosco y la venden entre ellos mismos.

Maritza comentó que había visto en el telenoticiero un operativo del ESMAD y a una señora asegurando que desde su apartamento, en un octavo piso, los veía consumir bazuco día y noche; me dijo con humor que una mejor solución sería “vendarle los ojos a la señora”.

Como nos lo advirtieron en IDIPRON, corríamos peligro si intentábamos buscar a Jairo en ese parche, de suerte que vi salir del caño a un reciclador que conocía desde mis tiempos callejeros, lo invitamos a una panadería, le enseñamos la foto y le ofrecimos dinero para que averiguara si Jairo permanecía entre el caño.

-No, ese pelao no es de aquí, estoy seguro- afirmó- yo, a veces, campaneo, y en la seguridad uno debe reconocer todas las caras. Ese pelao no lo he visto por aquí.

La noticia le causó a Nancy doble sentimiento, de tranquilidad porque su hijo no viviera en tan ignominioso lugar y de tristeza por no tener pistas de su paradero.

En un lote baldío cerca de San Andresito vimos una escena espeluznante: El celador de uno de los negocios vio que un joven habitante de calle defecaba en un rincón del baldío y soltó su perro para que lo atacará. La escena fue macabra, el perro enfurecido y el muchacho con los pantalones abajo intentando en vano esquivar los mordiscos.

Por insistencia de ella nos dirigimos hacia el Santa Fe, por el camino vimos en La Estanzuela, en Plaza España, En Cinco Huecos y en la Favorita, mucha gente consumiendo, ventas clandestina de droga, en dos modalidades, vendedores a pie que atienden a sus clientes furtivamente y casas que expenden a puerta cerrada.

Cuando llegamos a la avenida calle 19, Nancy dejó de hablar. En el separador había recicladores seleccionando el material que venderían en las bodegas de por ahí y también fumándose  sus cosos con otros ñeros que departían al pie de los árboles. Por ese lado están los negocios de refrigeradores y los talleres de metal-mecánica que a esa hora, últimos rayos del ocaso, cierran y le dan paso a la vida festiva y licenciosa del barrio. Ya había trans y putitas exponiendo sus voluptuosidades. Es un secreto a voces que en el Santa Fe un solo cartel domina  el narcomenudeo, por eso, luego del operativo del Bronx, al barrio llegaron clientes desalojados, pero no los ganchos, nunca han permitido que entre la competencia. Expenden en cuatro ollas, la tradicional “Panadería” en la Favorita, que hace rato pasó a sus manos y en su propia zona atienden: “Fortaleza”, “Campos” y “Carrilera”, se rumora que también tienen ollas exclusivas en el sector de los bares. La evidencia de que venden muchísimo  son los papelitos blancos, rosados, azules y amarillos tirados en los andenes, cientos de papeletas, envolturas de bazuco que veíamos al paso.

De súbito apareció y me saludó Manotas, nos conocimos en “El Oasis”, nos hicimos buenos amigos y ahora estaba ahí como un envío providencial. Le enseñamos la fotografía de Jairo y su reacción fue una bendición, sin dudarlo dijo: -Ah, el Flaco, ese pelao lo encuentran fijo en Campos, lo he visto campaneando, haciendo puerta, sacando la basura, como sea ya es de los de la casa-.

(Esta historia continuará)

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