«La Biblohuerta»

La Biblioteca Pública Lago Timiza es un espacio articulador para las comunidades cercanas, donde es posible encontrar no solo libros, sino también procesos de diálogo y de formación sobre múltiples saberes. 

Por: Laura María Rodríguez

 

 

En el Centro de Desarrollo Comunitario Timiza se encuentra la Biblioteca Pública Lago Timiza, un espacio articulador para las comunidades cercanas, donde es posible encontrar no solo libros, sino también procesos de diálogo y de formación sobre múltiples saberes.

En la biblioteca desde hace ya varios años se venían realizando algunos intentos de creación de huertas, un primer ejercicio fue la creación de una huerta vertical realizada con botellas plásticas, hace más de seis años, y a lo largo de su historia se han realizado conversatorios y acercamientos con entidades con el fin de generar conciencia sobre este tipo de apuestas.

Sin embargo, fue hasta el año 2018, justo antes de la pandemia, que finalmente se consolidó un proceso de creación de huerta, que inició como una charla en el Club de Adulto Mayor, y que hoy tiene unas repercusiones inmensas en el CDC, en la biblioteca, en la comunidad, pero, especialmente en la vida de estos adultos mayores.

¿Cómo comenzó?

En diálogo con María Elena Sánchez Espitia, una de las huerteras infaltables en este espacio, recuerda que: “Yo estoy acá en la huerta desde el 2018, esto lo iniciamos con la profe Cecilia. Ella fue la que nos dio las ideas para la huerta, empezamos con ella y ahí hemos estado frecuente- mente viniendo miércoles y viernes. Mantenemos muy unidos, esto es una terapia, venir a la huerta, porque compartimos, sembramos, cogemos los productos de la huerta y hacemos un compartir”.

Pero la historia es un poco más larga y es que en el 2018, la pandemia dejó en veremos el proceso, que fue retomado en el 2019, año en el que iniciaron con algunas siembras en un espacio reducido, justo afuera de la biblioteca. Fue con la unión de voluntades y sumando los saberes populares y campesinos como se logró la huerta que tienen hoy en día.

Alfonso Blanco ha sido una pieza clave en este engranaje comunitario, una pieza que fortalece pero que también se nutre de esta oportunidad de volver a sus raíces, a la tierra y aplicar los saberes que adquirió en el campo: “Yo soy de Boyacá, de un pueblito lejano de aquí de Bogotá, criado allí. Me trajeron y logré por ahí estudiar, trabajar un poquito. Después, ya a mi edad no me dieron más trabajo, entonces me tocó marginarme, esconderme, pero aquí llegué a la huerta, nadie me llamó, mi es- posa fue la única persona que me dijo ` ¿por qué no me acompaña, por qué no vamos a la huerta? camine, a la huerta no, a la biblioteca`. En ese entonces no había huerta, entonces la profesora que había en esos momentos, una profesora de nombre Cecilia, nos incitó a la huertica, empezamos, sembramos una matica ahí, y ya van como tres”, afirma don Alfonso, entre risas.

La huerta es abierta y cualquier persona puede llegar y participar del proceso, la mayoría de los huerteros fundadores asisten los miércoles y los viernes, que son los días en los que se reparten las tareas más importantes como hacer los surcos, sembrar, deshierbar, hacer el compostaje, hidratar a las plantas y cuando hay cosecha recoger, para después cocinar y hacer un compartir al que llegan muchas más personas, que quizá no cuentan con ese plato en sus hogares. El resto de la semana se van turnando. “Nos sentimos muy felices y aquí motivamos a las personas y de pronto vienen un día y se vuelven a ir, pero no importa, el hecho es que vengan acá y se motiven. Nosotros venimos los miércoles y los viernes, nos juntamos más y cada uno se dedica a un espacio. Esto es salud para nosotros porque la mayoría somos pensionados y los que vienen con sus nietos, pues ellos van a aprender de generación en generación que hay que aprender a aprovechar los espacios que se puedan sembrar, porque ya con el tiempo yo creo que ya ni con todas las zonas rurales, ya no siembran, sino solo cemento”.

¿Qué se siembra?

La huerta en si misma se convierte en una especie de sendero que se puede recorrer tratando de identificar las especies que allí se encuentran a lado y lado del camino, y es que son muchas, cerca de cuatro especies de lechuga, pepino, cebolla, tomate, ahuyama, papa, zanahorias, frijol, perejil, cilantro y alverjas; árboles frutales como el durazno, la granadilla y la cereza; hierbas aromáticas y medicinales como el romero, la manzanilla, el toronjil, el anís, la limonaria y la bojarra.

También tienen una gran cantidad de flores. Nilsa Lizarazo con 74 años es apasionada por las flores: “Soy una persona súper ilusionada por las plantas, exactamente me gustan mucho más las plantas de flores, me dedico aquí a ayudar a deshierbar, a clasificar, sé muchos nombres de plantas, me gusta leer y aprender sobre formas de sembrarlas, me gusta cuidar. Acá en la huerta me tienen en cuenta porque me gusta mucho proponer. A los arboles les he colgado muchas maticas que den flores, porque me gustan las matas de flores”.

Compartir el alimento

Siempre que hay cosecha, los participantes de la huerta aportan cada uno para hacer una preparación de la que todas y todos puedan disfrutar.

Antes se vendía, se rifaba o se regalaba el alimento, ahora prefieren que la comida sea la excusa para construir, dialogar y compartir con sus compañeros de huerta, muchas veces también para ir leyendo, otras para hacer un ejercicio de ciudadanía responsable.

Por último, es imposible no recordar la obra de Antoine de Saint-Exupéry El Principito y las palabras del zorro “He aquí mi secreto. Es muy simple: No se ve bien más que con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Para llegar a la Biblohuerta se debe abrir el corazón para ver la importancia ecosistémica que representa, para percibir la cantidad de insectos que retornaron a un lugar que por décadas estuvo vacío, las moscas, las abejas, las mariposas y las hormigas tienen un nuevo hogar, también las aves, (hace pocos días descubrieron el nido de un copetón en la huerta y hoy ellos también son guardianes y vigilantes de esa nueva vida). Allí la vida retorna, se transforma y se renueva frente a la más mínima oportunidad. Invisible también es, sino se abren los ojos del corazón, la oportunidad para los adultos mayores de encontrarse y cumplir con su papel de sabios en una sociedad que los repliega y los excluye. Lo visible a los ojos en este espacio es hermoso, pero el mundo del corazón es mucho más basto, un mundo de saberes que garantizan que en tan solo dos años la vida lograra emerger nuevamente, donde antes no había nada.

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