«La semilla está en la calle»   

Las semillas que posee la humanidad actualmente son el producto de miles de años de trabajo de los agricultores y de la misma naturaleza. 

Por: Luis Eduardo Tiboche

 

 

Las semillas son una expresión de la vida. Las semillas que posee la humanidad actualmente son el producto de miles de años de trabajo de los agricultores y de la misma naturaleza que, a través de mamíferos, aves, insectos y diversos factores, ha garantizado hasta el presente la existencia de bosques, selvas y una gran biodiversidad. Las semillas han sido heredadas de generación en generación, de los ancestros a los mayores y mayoras y de estos a sus hijos e hijas, son las mismas semillas que le han dado origen no solamente a los alimentos, sino a la diversidad, a la medicina natural, a las construcciones, a las artesanías y a las ritualidades de los pueblos. Pero, las semillas y por ende la vida están en peligro por la acción del modelo capitalista.

Las semillas han ido cobrando importancia en la ciudad y su ejercicio se orienta principalmente a través de huertas con prácticas agroecológicas, orgánicas, de permacultura y demás tendencias que parten de recuperar el equilibrio con la madre naturaleza y que poco a poco nos enseña a entendernos como una parte de la misma.

La larga lucha por la defensa de las semillas, en el marco de la soberanía y la autonomía alimentaria de las comunidades, debe incluir, de manera urgente, la tarea de recuperar la Memoria Natural de los Territorios que permita producir, desde los todos los sitios posibles, aquellos árboles y arbustos que fortalezcan y desarrollen los corredores de biodiversidad en el contexto de los ecosistemas locales y regionales. Esa memoria se recupera caminando y reconociendo los territorios y su memoria cultural y natural, instalando viveros autónomos desde las comunidades, en las instituciones educativas y con las organizaciones sociales.

El territorio habla y muchas veces, la toponimia esconde la memoria ancestral de las especies. En ese caminar aprendemos que el Tinto o Monina aestuans (que no es la bebida), dio su nombre a la gran laguna del Tintal y posteriormente a las zonas urbanas que hoy llevan su misma nominación, y en donde, a propósito, es una suerte encontrarse un Tinto, el cual era usado por las comunidades para tinturar sus tejidos de vestimentas y otros utensilios.

De igual manera, seguramente nos sorprenderemos al enterarnos que el Hayuelo o Dodonaea viscosa es un arbusto nativo que era usado antiguamente para detener hemorragias y que con- tribuye a regenerar suelos deteriorados. No es un centro comercial o una serie de urbanizaciones en el territorio Yntyba, más conocido como Fontibón.

O que el Tihiqui, Trompeta de Ángel, Cacao Sabanero o Brugmansia arbórea es una planta de ritualidad para comunidades y que en la ciudad contribuye a la permanencia de las abejas, pero que las malas lenguas le han dado una mala fama.

De esta manera, se contribuye al fortalecimiento de los procesos sociales de los agrocultores de distintos territorios, rescatando los valores culturales que subyacen en el ejercicio de la producción de alimentos orgánicos en la ciudad y de la reforestación, por parte de pobladores, además que profundizamos el aprendizaje de ser y en- tendernos como parte integrante de la naturaleza, es decir, de la vida en los territorios.

Tal vez es tiempo de volver y asumir un legado que por ahí caminaba de la mano de los abuelos “tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol…” seguramente iríamos de a poco haciendo realidad una consigna que camina hace años en el Territorio del Agua. ¡Techotiva verde profundo!

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