«Lo que queríamos hacer era recuperar la calle»

José Luis Pareja más conocido como el Paisa nos cuenta cómo se ha transformado el Cartuchito en los últimos veinte años.

Por: José Luis Pareja

 

 

“La gente no me busca a mí, busca es la gorra” afirma José Luis Pareja o como todos lo conocen el Paisa, cuenta que un día reciclando en Mandalay se encontró el gorro y a los quince o veinte días le hicieron una entrevista en Caracol: “Se inmortalizó ese gorro parcero” de eso ya hace quince años. Al Paisa ya se le notan los años en la mirada cansada, sigue caminando por las calles del Cartuchito con propiedad, todo el mundo lo respeta y tiene que ver con él, pero en ese largo camino de la vida pareciera que han sido más los sin sabores. Ahora que estamos en plena época electoral, todo el mundo viene a buscarlo, a manosearlo como él mismo dice y es que los que vienen a buscarlo seguramente no volverán a aparecer ni recordarán todas las promesas que les han hecho a los recicladores y a los coroteros. Por eso en ya más de veinte años que lleva el Paisa en esta zona ha visto muchas caras del Cartuchito, desde que era una olla donde nadie podía entrar, a verlo convertido y apropiado por la comunidad hace algunos años y a tener que entender las dinámicas actuales y las consecuencias que han generado una densificación en el barrio por el desplazamiento interno y la migración venezolana, que ha hecho que hoy el Cartuchito nuevamente parezca tierra de nadie. 

Con el Paisa se hablan de muchas cosas y él mismo afirma que se le escapan cualquier cantidad de recuerdos, su relato se va volviendo uno solo con el territorio, los veinte años que lleva en el Cartuchito lo han transformado, pero él también ha sido una pieza clave en el cambio y la evolución de este espacio. Sobre el pasado del Cartuchito el Paisa comenta: “El Cartuchito en ese entonces era una calle que no tenía acceso al público normal, ese era solo un espacio ocupado por habitantes de calle, por unos pocos recicladores, consumidores y expendedores de droga, por eso es que lo llaman el Cartuchito, porque por esos tiempos se desarrollaban actividades similares a las que se realizaban en el Cartucho. Ahí corotos no se vendían, ahí solo iba gente a comercializar lo que se robaba y a consumir allá marihuana y bazuco. Esto apenas lo estaban construyendo, todavía estaba en invasión y ahí habían unos dos lotes, unos mataderos de caballos y cualquier cantidad de toneladas de basuras que traían de todas partes a botar ahí, la pared eso era más alta que el nivel del andén como un metro del basurero tan impresionante, la calle era destapada, eso era un barrizal todo el barrio”.

El Paisa llegó al Cartuchito en busca de oportunidades laborales que no encontraba en Medellín y huyendo de la violencia que se intensificaba a finales de los noventa, sobre su primer viaje como reciclador cuenta que lo llevo un amigo de su hija: “Nos fuimos a ensayar a reciclar, un recorrido de casi cuarenta y ocho horas, yo cuando llegué aquí y fuimos y miramos lo que me quedo en plata, me quedaron 7.500 pesos, imagínese pa´ yo comer, pa´ mandar y yo llorando le dije al man, no eso no es lo mío, vos es que sos guevón,  yo no soy capaz con eso. Más sin embargo él me decía, no fresco cucho, persista, persista; y sí yo persistí y como a los quince o veinte días comenzó a florecer esa vuelta, ya como que le coge uno el tiro y empezaron a salir las guacas”.

Para ese entonces el Paisa y otros ocho o diez recicladores aún no entraban al Cartuchito, porque les daba miedo y dormían en las calles de los alrededores, hasta que un día los comerciantes del sector le pagaron a las milicias para que los sacaran de ahí, por este motivo terminan entrando al Cartuchito, donde se sentían más seguros. La entrada al Cartuchito fue muy significativa porque marcó la posibilidad de mejorar su calidad de vida y comenzar a apoyar y liderar procesos con otros recicladores: “Resulta que a mí me empieza a ir muy bien y entonces yo empiezo a hacer unas carretas […], entonces me conseguí una bodeguita y empecé a hacer más zorros, llegamos a tener de entrada en esa bodega quince zorros, ¿Quién tenía acceso al zorro y quien entraba a la bodega?, allá entraba el que era ladrón, bazuquero que estaba reciclando en el Cartuchito, que vivía en la calle. En esa bodega se consumía marihuana, allá nadie podía ni tirar bazuco, ni pegante, ni nada. La gente dormía, se bañaba,  se preparaban alimentos y fue tanta la fuerza que eso cogió que se llegaron a tener cuarenta zorros, y de esos cuarenta zorros, por ahí veinte, veinticinco manes que primero vivían en la calle, ahí se parchaban de noche; salíamos a camellar, llegaban, como digo yo, había un espacio donde la gente se concentraba para que no estuviera en la calle todo el día, solo consumiendo”.

Con el gobierno de Lucho Garzón y el programa Misión Bogotá se perfilaron a muchas personas del Cartuchito como líderes gracias a los diferentes programas de trabajo comunitario y a la oferta de formación académica que se les ofreció en universidades como el Externado de Colombia y la Universidad Nacional, gracias a esto como afirma el Paisa, la transformación del espacio se fue dando de una forma natural: “Una de las cosas más simpáticas fue que ahí no hubo que hacer nada,  se metieron los coroteros, recicladores, se empezó a barrer la calle, se pidió una ayuda, en ese entonces era el IME, que vino y nos quitó toda la basura que había en la calle y la dejo planita como lo normal, en la medida normal y automáticamente el habitante de calle empezó a salir de ahí, nos dejaron empezar a organizar, entonces ya la calle no era solo basura, si no hay basura el que estaba permanentemente ahí detrás de la basura o haciéndose el guevón ya sabía que ahí no tenía que ir a hacer nada, ya los jibaros que quedaban era uno que otro muy espontáneamente”.

Para el Paisa y todas las personas que estaban liderando, los procesos les terminaron provocando inconvenientes con la misma comunidad, que desde hace muchos años parece que tiene otro interés en el territorio contrario a la organización social y comunitaria; también con la policía que pensaba que ellos estaban con los jibaros y con los jibaros que pensaban que estaban con la policía. A pesar de todo esto y de las complicaciones personales de muchos coroteros y recicladores de la época que terminaron muertos o en cárceles, se logró comenzar a consolidar con la ayuda de algunos funcionarios la primera cooperativa de recicladores y coroteros de la zona del Cartuchito CORECOR, que devendría en un proceso mucho más consolidado con ASOCORE: “Bueno cuando miramos que no se pudo formar la cooperativa, como nosotros teníamos a CORECOR, ahí fue cuando empezamos a organizarnos más como asociación, fue más fácil, tuvimos mucho apoyo del gobierno y sobretodo de los funcionarios como le dije de ese entonces y ASOCORE se legitimó como desde el 2004 y legalmente nos constituimos, pero antes de tener la cámara de comercio ASOCORE ya tenía cantidad de socios, buenos zorros, ya teníamos contacto con instituciones del gobierno, teníamos buen contacto con el Hospital del Sur, y como asociación todo esto se hizo en ese entonces. Nosotros tuvimos un proyecto con chicos vulnerables de caer en drogadicción o hurto porque es lo que se veía aquí, se hicieron campeonatos, teníamos un convenio con el IDRD, teníamos una cancha todo el domingo y todo el sábado y entonces el sábado se les daba charlas de crecimiento personal, juegos didácticos y ya el domingo se desarrollaba el campeonato de ellos y ya con eso, con la ayuda de una compañera muy querida, una profesora que tuve yo en la Universidad Nacional, fue que nosotros empezamos a coger fuerza con todos estos procesos y con todas esas cositas que se hacían en ese entonces y que no se pueden hacer hoy porque hemos sido muy perseguidos por la policía”.

Con cierta desazón el Paisa reafirma que: “Son tantas cosas que a uno se le olvidan, es muy difícil, muy difícil recopilar todo eso así”. La defensa del Paisa ha sido principalmente por el coroto, unos corotos que antes vendían veinte o treinta familias pero que ahora comercializan cerca de cuatrocientas a quinientas familias, aunque no los han sacado, tampoco los han legalizado.

Para el Paisa se necesita es que peatonalicen la calle y dejen a los coroteros vender tres o cuatro días a la semana, esa recuperación social de la calle ha sido un arma de doble filo, por un lado permitió que el Cartuchito dejara de ser un lugar inaccesible, le facilitó a centenares de familias el acceso a un recurso económico considerable, pero también ha sido desagradecida con quienes permitieron esa oportunidad para miles de personas:

“Hoy por hoy está tan difícil vender corotos, porque es que yo, yo no encuentro un puesto para trabajar, pa´ que se quede más frío, llevo veinte años luchando por la calle y yo si no es por dos o tres compañeros que me abren un pedacito, paila. Eso mejor dicho hay una cantidad de gente, todos son nuevos, el desorden todos los días es peor. Yo cogía y madrugaba cuando vivía en la calle, pero ya no, yo sufrí mucho viviendo en la calle pa´ irme a amanecer a coger un puesto, y eso es un irrespeto también pa´ uno que ha peleado tanto por esa vuelta, pero yo tampoco pongo problema, hay uno o dos compañeros que me dan un pedacito, tampoco me estreso”.

El Paisa sigue reciclando, caminando, coroteando, conversando y ahora liderando este nuevo proceso social de comunicación comunitaria, que espera cambiar la vida de muchas personas y porqué no abrir un nuevo capítulo en su historia y en la del Cartuchito.

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