«Mermelada»

 

Por: El Callejero

“El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son  breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto  y también a llorar con carcajadas»

Juan de Dios Peza. Reír llorando. 

Una de las imágenes más paradójicas dentro del arte es la del payaso triste, ese que desde su maquillaje expresa todo lo contrario al acto que representa. Esta leyenda se teje en las calles de España, de París, de Londres y termina siendo representada por Chaplin en la película Candilejas en la que intenta retratar la vida del payaso Marcelino, quien hacía enloquecer al público en escena, pero que cargaba con una vida miserable, llena de dolor, de tragedia y quien al final de sus días, sin poder recuperar la fama, opta por el suicidio.

De ahí que la comedia esconda algo trágico. La risa es una cuestión espontánea, la tragedia se extiende en la acción y retrata al ser humano que no puede liberarse de su destino, retrata al hombre luchando contra una especie de fuerza sobrenatural que no puede enfrentar.

Entre la avenida Primero de Mayo y la avenida Villavicencio se cruzan cuatro caminos, cuatro direcciones que llevan a los transeúntes y a sus vehículos a atravesar la ciudad de sur a norte, de norte a sur, de oriente a occidente y de occidente a oriente, en la ruta de norte a sur nos encontramos con Mermelada, una payasa que entre los carros juega a construir un micromundo de fantasía que no dura más de los 30 segundos, en los que cambia la luz del semáforo, en ese corto lapso de tiempo hace divertidos sonidos con una hojita de papel y despliega su magia, en la que hace aparecer y desaparecer el agua con una ollita que utiliza para realizar su acto. Allí se expresa la comedia, en contados segundos los ojos expectantes de los niños se asombran al verla pasar tan cerca y se ríen y disfrutan del arte que les lleva a la puerta de sus carros. Mermelada obviamente también se ríe y se involucra de lleno en el papel que representa: “La imaginación para los niños es algo muy importante y ellos son los principales, los niños. De pronto me dicen sí fue magia, cómo lo hiciste, me gustó, que chévere”, menciona.

Mermelada no solo ha sido payasa, también ha sido mima, bailarina y en un tiempo llegó a manejar un muñeco de ventrílocuo. Ha recorrido no solo las calles de Bogotá, sino de casi toda Colombia, cuando, desde joven se rebuscaba la plata a través del arte. Hoy tiene 47 años, Janeth, que es su nombre de pila, ha trabajado en casi todo, en aseo, como vendedora ambulante y en vigilancia. Sigue pensando que el mejor trabajo es el arte y que gracias a su personaje como payasa ha logrado sacar a sus cinco hijos adelante y ayudarle, en la actualidad, a sus siete nietos. “No hay como la libertad”, afirma Janeth, cuando piensa en los beneficios de trabajar en el semáforo, y eso que trabaja entre 8 y 10 horas diarias, pero puede ser mucho mejor que los atropellos que se sufren en otros empleos: “Que te humillen en el trabajo y estar sometido no es nada fácil, entonces prefiero el arte”.

Entre risas Janeth menciona que no se imagina en otro escenario: “Ver mucha gente a veces me produce como miedo, osea yo lo hago porque veo que son carros, donde yo viera toda esa gente no lo haría en realidad. Cuando estudiaba me pasaba lo mismo, me pasaban al frente y me temblaban las manos y la embarraba”. Esos ojos verdes y profundos de Janeth se llenan de luz y se opacan mucho más rápido que el cambio de luz del semáforo en el que trabaja, su mirada y sus silencios terminan diciendo mucho más de lo que relata, la vida, esa vida de la comedia, la ha llevado a resguardar unos trágicos recuerdos, el mismo arte que realiza la pone frente a una serie de paradojas que a veces no le resultan fáciles de resolver. Sin embargo, tiene claro que está ahí para ayudar a su familia: “Esto también es un trabajo, no se le está quitando a nadie, no se le está haciendo mal a nadie, sino que es una forma de subsistir”.

Cuando terminamos el diálogo vemos a Mermelada en acción, sus ojos tristes se transforman en enormes faros de luz que captan la atención de todos los vehículos que están frente a ella, sus movimientos son pausados y rítmicos, casi hipnóticos, cautivadores. Hay una dualidad entre Janeth y Mermelada que solo quien se acerca a conocerla logra comprender, esa mezcla entre la tragedia y la comedia que la transforma en una gran artista, que por una moneda entrega segundos de felicidad a sus espectadores.

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