«No encontrarás otra tierra»
No encontraras otra tierra, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Errará por idénticas calles.
Envejecerás en el mismo vecindario y encanecerás entre esas mismas casas.
Siempre llegarás a esta ciudad.
Constantino Cavafis.
Por: Luis Eduardo Tiboche
La urbe que evoca el poeta griego es hoy cosa del pasado. Las ciudades que en sus inicios fueron de origen comunitario y se construyeron como espacios colectivos, se transformaron en la revolución industrial, lo que trajo consigo enormes concentraciones de población. El capitalismo de mediados del siglo XX impuso un nuevo modelo de construcción en el que los edificios y viviendas llegaron de la mano de urbanizadores privados, quienes buscaban el beneficio monetario a través de la venta o el alquiler a los futuros usuarios.
Se impuso así un molde generalizado, una “estética universal” funcional al predominio de un “pensamiento único” global, que levanta sobre los territorios torres y torres de edificios, que, de paso, arrasan con los barrios y las zonas donde las comunidades fueron construyendo sus viviendas de manera colectiva. Y claro que, para el caso de nuestra ciudad, el poder construye herramientas técnicas y legales desde los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) que justifican y “reordenan los territorios” de acuerdo a las ganancias y necesidades del capital, es decir del poder.
Esto se traduce en conceptos como: renovación, redensificación y reocupación, que en la práctica significan el despojo, el desalojo y la marginalidad de las comunidades en aquellos sitios, donde en un inicio construyeron sus tejidos comunitarios y sus capitales sociales y culturales. Los cuales ahora son de interés para los grandes negocios inmobiliarios y para un sinfín de obras de movilidad y de infraestructura que duran una eternidad, si es que llegan a ser terminadas, y que hacen parte del calvario diario de miles y miles de seres humanos que en sus afanes deambulan por la ciudad, que no es la de “los 15 minutos”, ni de los “30 minutos”, sino la de las agonías eternas, la caótica urbe bogotana.
La ciudad versus la biodiversidad
La geografía de lo que hoy es la ciudad Bogotá estuvo cubierta por aguas durante casi 3 millones de años. Pero, desde la invasión española comenzó a ser desecada de manera acelerada a través de la formación de haciendas, entregadas a la iglesia católica, la soldadesca española y los criollos. La ciudad se construyó sobre zonas inundables y de espaldas a los ríos y los cuerpos de agua.
Los Cerros Orientales son un marco que alberga el sistema de páramos del Sumapaz y el macizo de Chingaza que surte de agua a la capital y a los municipios de la sabana, sistema que hoy está en una profunda crisis, tanto que existe un racionamiento de agua potable en la ciudad, racionamiento al que las autoridades achacan a la crisis climática. Lo que no precisan es que esta es una evidente consecuencia de la venta de agua en bloque para la hoy denominada área metropolitana, que son varios de los municipios aledaños a Bogotá en donde crece de manera desaforada el urbanismo.
Pero aquí también es urgente entender que la profunda crisis de la vida en estas geografías pasa por no entender el gran territorio del agua de la macrocuenca del río Funza o Bogotá, por dejar que los Cerros Orientales, conectores con el río madre, sean utilizados para hacer mansiones de capitalistas mafiosos o rimbombantes “senderos para el turismo” internacional; por desestructurar la conexión de esos corredores de vida que significan las microcuencas del Tunjuelo, Fucha, Arzobispo, San Francisco, Salitre y las demás que se fueron “perdiendo” porque las enterraron, entubaron, canalizaron o pavimentaron; por no entender que un escenario como el Parque Nacional se conecta con la Universidad Nacional, el centro Nariño, el Bosque Bavaria y sinuosamente pese a las miserias del urbanismo llega al río Funza, por Hintyba o Fontibón. En este último, por allá en el año 1979 se rompió el jarillón inundando el territorio Techotiva, crisis que contribuyó a acabar con el pantano o humedal La Vaca por la arremetida que los tierreros hicieron rellenando y vendiendo lotes en un escenario que ya Corabastos había empezado a deteriorar.
¿Y la COP16 qué?
Con bombos y platillos el Gobierno nacional informó hace unos meses que el país y concretamente Cali será la sede de la COP16, una cumbre global que propicia la “discusión y negociación más importante sobre el Convenio de Diversidad Biológica de las Naciones Unidas”. Cuando se habla de negociar ya podemos intuir que todo está negociado en términos de biodiversidad y que esta, al igual que todas las anteriores, será ante todo el despliegue global del turismo de la burocracia internacional, que cumbre tras cumbre amplía el número de objetivos mientras en el planeta se amplía la crisis natural producida por el modelo global capitalista, es decir, por el modelo depredador y negador de la vida.
Con esa efervescencia ambiental que ya se respira en algunos grupos que se dicen ambientalistas, los cuales seguramente ya están buscando un cupo para ir a tan importante evento global, deberíamos aprovechar la oportunidad y empezar a profundizar en acciones y exigencias a un gobierno distrital que ha demostrado ser continuador de los negocios de las dos últimas administraciones, Peñalosa y Claudia, es decir, Galán se suma al trío de depredadores y negociantes cuyo coto de caza es la ciudad y la región.
Sigue siendo primordial la lucha por defender los Cerros Orientales, el corredor del agua, los pantanos o humedales, el bosque Bavaria, la reserva Van der Hammen, las cuencas y rondas de los ríos de la ciudad y la región, Funza, Tunjuelo, Fucha entre otros. Incluso es imperativa la defensa del poco arbolado que ahora existe en la ciudad, el cual es brutalmente atacado cada mes por una banda de podadores (importante averiguar de quién es ese negocio) que deja a muchas especies de aves sin hogares y a los peatones que transitan por las calles, expuestos a los soles caniculares que en la ciudad son cada día más frecuentes. Sumado a los pocos parques, que cada vez más parecen grandes potreros con uno que otro árbol en donde se hacinan cada fin de semana familias que esperan gozar de “un rato de esparcimiento”.
Todos estos espacios y escenarios de seguro son corredores de biodiversidad los cuales debemos mapear para defender y evitar que en muy poco tiempo estos territorios que hace unas décadas eran del agua se sigan sumergiendo en un mar de cemento que mata la vida.
Desde estas tareas contribuiremos a construir nuestra propia Agenda de Biodiversidad y Defensa de la Vida en un territorio que se ordena en torno al agua desde la participación incidente de las comunidades en Mandato y Poder Popular y tal vez esto nos posibilite no ser unos condenados más en la tierra.