«¿Qué si somos bravas? ¡Dígame!»

Por: Nohora Lemus

 

Escribo este artículo porque leí a Héctor Abad Faciolince en una de sus columnas donde elogia a las mujeres que somos bravas; posterior­mente leí a Rocío Arias Hoffman, quien le hizo una réplica, a mi parecer muy sutil. Como santan­dereana que soy y debido a la fama que tenemos de ser muy bravas, deja­ré por aquí mi opinión al respecto.

Dicen algunos cono­cedores de la historia de Santander, como Álvaro Acevedo; así como tam­bién antropólogos y so­ciólogos, que las mujeres santandereanas son muy bravas debido al mesti­zaje que se dio entre los españoles y los indígenas Guanes. Aunque también hay quien dice que es por la colonización que dio el alemán Geo von Lengerke, sobre todo en Zapatoca. Los genetistas han comparado, parcial­mente, el genoma de los santandereanos y los es­pañoles y los encuentran muy parecidos. De los alemanes he escuchado que son muy estrictos, de los españoles, me contaba mi amiga Claudia, quien suele frecuentar ese país, que son muy parecidos a nosotros los santanderea­nos sobre todo en el trato, a veces brusco hacia las personas. Posiblemente pueden ser estas algunas de las razones por las que las santandereanas sean bravas.

También comenta­ba en alguna ocasión una paisana que se debe a la misma topografía de la región, (solo hay que con­templar el gran cañón del Chicamocha para recono­cerla) las santandereanas debían gritar a través de las montañas para comu­nicarse con la gente y de ahí se origina lo gritonas que somos. Para el histo­riador Armando Martí­nez Garnica las mujeres santandereanas tienen carácter fuerte (no se atrevió a decir que somos bravas) debido a que his­tóricamente son trabaja­doras e independientes.

A pesar de la mala fama que tenemos, de ser las mujeres más bravas de Colombia, también nos identificamos por ser trabajadoras, amo­rosas (bueno, no todas), con una gran capacidad de resiliencia, empáticas, excelentes esposas y ma­dres; echadas pa´lante, y siempre ha sido así. No como dice Héctor Abad, cuando habla de las nue­vas mujeres.

Abad Faciolince tie­ne razón cuando dice que la mujer brava no se somete, protesta, exige, pide, contradice. Al leer esto pienso en Manue­la Beltrán, gracias a que fue una mujer brava de­sató una protesta por el aumento de impuestos y esto estalló en la revolu­ción de los comuneros en 1781. ¿Qué hubiera sido de Colombia sin esa mujer brava?

Debo referirme en este punto a lo que atribu­ye Héctor Abad al córtex cerebral, la sustancia gris que cubre la superficie de los hemisferios cerebrales de la que cree él proviene la bravura. Ésta siempre ha estado ahí, otra cosa muy diferente es que los hombres primitivos como el propio escritor no la han sabido utilizar, ni se han preocupado por ha­cerla evolucionar, pues de lo contrario no los al­terarían los escotes en las mujeres o las minifaldas y mucho menos la piel y tetas perfectas de las modelos. Toda una ex­cusa para no reconocer en la juventud femenina, la mujer brava que llevan por dentro.

Arias Hoffman está en parte de acuerdo con lo que escribe Héctor Abad de las mujeres bra­vas, pero deja ver que las mujeres no necesitan ser elogiadas por los hom­bres para ser de armas tomar. Lo que cuenta es cómo las mujeres perci­ben el mundo y cómo las mujeres se sienten más fe­lices con ellas mismas, es decir, no necesitan de los hombres, así se sientan un poco infelices. Basta con la fuerza interior de una mujer para luchar por sus propias cosas, por sus ideales, por sus sueños, que no necesita de los hombres para lograrlo.

Así pues, el hombre que se relacione con una santandereana siempre debe tener presente que detrás de su bravura: alto tono de voz, movimiento brusco de sus manos al hablar, hay una mujer em­prendedora, trabajadora, responsable, capaz de dar todo por su familia, tra­bajo y amigos. Aunque no sea una cosa de hoy como lo he visto en las mujeres de mi linaje materno: mi bisabuela Ana, mi abuela Cecilia, y mi madre Mar­tha. ¡Dígame!

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