«Una mujer Yanacona haciendo tejido en la localidad»

Por: Paula Camila Hernández

 

 

Aproximadamente en 1995, Rosalbina Jiménez regresó del Resguardo Yanacona de Guachicono, Cauca, al barrio Puente La Vega, en la localidad de Kennedy, el cual la cobijaría durante cerca de cuatro años, en la fría Bogotá.

Rosalbina pertenece a la comunidad Yanacona, un pueblo guerrero, orgulloso y festivo, que trabaja la tierra y disfruta en comunidad del alimento, la música y la chirimía. Sin embargo, el desplazamiento comenzó por las fumigaciones de los cultivos de amapola, que hicieron a la tierra estéril y enfermaron a las personas, sumado a la presencia de las guerrillas y el reclutamiento forzado. Por eso, cuando Rosalbina llegó, ya su hermana estaba en Bogotá y después de ella también fueron muchos los que llegaron desplazados por la violencia.

Las primeras noches fueron terribles, comenta Rosalbina, el barrio que hacía parte de la ronda del río, era apenas un potrero en el que se vivía entre los marranos, las vacas y las ratas, y donde la falta de luz y de agua se hacía presente. No obstante, la juntanza popular daría fruto a uno de los cambios más importantes para la comunidad.

La primera idea fue construir una escuelita, para recibir a los niños y las niñas que no tenían acceso a la educación y que vivían en condiciones de extrema pobreza “Yo llamaba a un señor Miguel Prieto, para que fuera como profesor a enseñar al salón. El papá de mis hijos había comprado una casita que era un poquito de ladrillo y otro poquito de madera, ahí hicimos el salón; don Miguel llegaba a las siete de la mañana a darles clase a los treinta niños, después llegaron más y más”.

De ese primer salón, terminaron expandiéndose hasta el terreno de enfrente, allí entre maderas, tejas, pisos de aserrín y plástico comenzaron a cerrar y a construir ahora sí, la escuela. Sus esfuerzos no tardaron en rendir frutos. Con la respuesta de entidades como la Secretaría de Salud e Integración Social de la localidad de Kennedy, la visión de Rosalbina fue tomando forma y las ayudas empezaron a llegar “También, empecé a gestionar un comedor comunitario, donde se atendió a 160 personas”. Sin embargo, por temas de machismo estructural dentro de su hogar, Rosalbina se vio obligada a no continuar con esta apuesta social, lo último que consiguió fue una carpa inmensa, que les donó la Alcaldía Mayor y que comenzó a darle forma a la escuela.

Un nuevo capítulo en su vida y lucha por mejorar las condiciones de su comunidad se daría con la creación de la Asociación de Mujeres del Río, “las fundadoras fuimos la señora Olga, Victoria y yo”. Allí, su articulación con las mujeres de la zona estableció los pilares de dicha fundación. En busca de mejoras en la calidad de vida de los habitantes de la comunidad de la ronda del río, la asociación consiguió donaciones de particulares, estableciendo su sede en una casa que, por medio de la autogestión de sus integrantes, se ha mantenido en pie hasta el día de hoy.

Sin embargo, al ser una mujer desplazada, experimentó múltiples exclusiones en su labor como lideresa social, tanto desde el contexto familiar, como desde el comunitario. A esta problemática se le sumó el desalojo de las personas del territorio, porque estaban en la ronda del río y se comenzó a recrudecer la violencia en esta zona de la capital y las amenazas a los pobladores. Como relata Rosalbina, con escrituras en mano, se vieron obligados a negociar con entidades como el Acueducto y la Caja de Vivienda Popular en condiciones desiguales e injustas, con un pago que no era acorde a los terrenos y las viviendas.

En su nuevo hogar, a unas cuantas cuadras de la ronda, comenzó nuevamente a organizarse para conseguir mejores condiciones para los niños, las niñas y las madres cabeza de hogar y le dio forma a la Corporación la Nueva Esperanza, donde también inició un nuevo comedor comunitario en el que se entregaban desayunos para los niños y las niñas y almuerzos para cerca de 200 personas. También comenzó, junto a otras vecinas, a cuidar los niños y a darle forma a un nuevo jardín: “Y bueno, por fin se dio y me dejó el primer piso, donde se siguió trabajando con comedores y cuidando de los niños, además de cantidad de cosas que se hacían, manualidades, de todo. Había muchas cosas que hacer con los niños, con los padres, eso era muy bonito porque la gente, todos estábamos organizados”.

Rosalbina volvió a tocar diversas puertas en busca de ayuda y fue escuchada. Cafam se articuló haciendo donaciones de alimentos para el comedor comunitario. Por otra parte, se articularon con el Banco Mundial de Alimentos para seguir con los comedores, además de otros operadores y organizaciones que también los apoyaron. Todo esto funcionó en beneficio de la población vulnerable del barrio.

En el año 2020, su trabajo con las huertas comunitarias, logró un gran impacto con la población de esta zona, puesto que, con la llegada de la pandemia, se dio cabida a espacios interculturales donde se organizaron en pro del sustento y de la comida para la comunidad, haciendo sostenible el acceso al alimento, a través del trueque.

La diversificación de las actividades no sólo fortaleció la autosuficiencia de la comunidad, sino que también fomentó la conexión entre vecinos a través de trueques y juntanzas, dando lugar a diversas formas de participación, tales como el embellecimiento del Canal de la 38 y la resignificación del lugar.

El trabajo por mantener la cultura Yanacona vigente en el territorio

En el año 2021, Rosalbina tuvo la oportunidad de integrarse a la Mesa Autónoma de Concertación de Kennedy, la cual opera como un espacio crucial para el apoyo a las actividades propias de las comunidades. Brindando espacios de reunión entre estas y garantizando apoyo en las diversas iniciativas de fortalecimiento cultural como ollas comunitarias, el compartir de los saberes, los alimentos, los rituales y los espacios de difusión musical como la chirimía yanacona con niños y niñas.

El objetivo principal de Rosalbina, ha sido la preservación de la cultura, de los saberes, del conocimiento de su lengua nativa, incentivando a la comunidad a participar en talleres de formación sobre la siembra, el cuidado de la madre tierra y las plantas medicinales focalizados en la población infantil, puesto que es importante que reconozcan de dónde proviene el alimento y la importancia del agua, que se recoge a través del canal de la 38.

Rosalbina recalca la responsabilidad que tienen los líderes y las lideresas de las comunidades para influir en el crecimiento de un territorio, llevando a cabo procesos y propuestas, con el fin de atender y conocer las condiciones de vida de cada una de las familias del barrio y de los barrios vecinos: “Porque de esa manera podemos trabajar ¿Cuál es la situación? ¿Cómo puedo ayudar? Eso es lo que hacemos, estar pendientes de nuestra comunidad. Cómo viven, quiénes son, cuántos son y qué hay que hacer por ellos. Como líderes, nos toca eso”, concluye.

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