«Entre saberes ancestrales, cantos, comunidades y riqueza espiritual»

«Y cuando comencé a trabajar por los demás, me di cuenta que mi tierra estaba ahí, un pedazo de mi tierra, porque era aire, viento, era espíritu».

Por: Juan Camilo León

 

 

El día de los fieles difuntos, en medio de una energía imponente y de un fuerte aguacero que no cesaba, María Custodia Villareal nos abrió las puertas de su casa y de una pequeña parte de su historia para relatarnos una vida en donde su espíritu originario de Barbacoas, Nariño, caminó por Caquetá, Pasto, Tumaco, Cali, Popayán y Pereira, hasta llegar a la capital. Aquí, comenzó a tejer un proceso con personas de diferentes territorios y trajo todo el conocimiento de su pueblo afro para ponerlo al servicio de las comunidades.

Uno podría decir que las plantas van guiando el camino hacia la casa de María Custodia, en la esquina se ve la huerta de El Caracol y por intuición o esa misma energía inexplicable, entre las casitas, todas iguales, el camino va llevando por una serie de plantas, hasta que en la entrada de la casa, a lado y lado se ven los cartuchos, pero también las plantas medicinales y en las casas aledañas, otras huertas con flores y frutos desteñidos todos por el gris de la tormenta, pero también relucientes en medio del cemento.

Dejó su tierra en 1989 junto a su esposo, su hija falleció meses después, menciona María que por una enfermedad de maldad “de una persona que tenía unos ojos muy fuertes”. Ya lejos de su tierra comenzó ese largo recorrido que la trajo a esa Bogotá “de cuando el agua era fría, cuando uno se subía a los buses que valían treinta pesos y cuando la gente no se sentaba junto con los negros, porque los otros eran más claros y yo era más oscura”.

Aunque se había prometido a sí misma que no iba a trabajar en casas de familia, la ruda realidad capitalina muy pronto la puso en ese extraño lugar “Me preguntaron si sabía cocinar, yo dije que no, si sabía hacer papa francesa, le dije que no”. Pero, no era que realmente no supiera, sino que en su tierra esas preparaciones tenían otros nombres y muy pronto supo que sabía hacer eso y mucho más. A pesar de haber sido considerada como la segunda madre de muchos de los niños a los que ayudó a criar en estas casas, finalmente decidió irse, cansada del maltrato y el poco reconocimiento a su labor.

Así que, emprendió un nuevo camino, que la llevó al barrio Nueva Esperanza, al lado del Parque entre Nubes, en la localidad de Usme. Un lugar que parecía purificado de esa gran nube de humo y ruido de la ciudad y en donde pronto estaría trabajando más que por ella y por su familia, por los demás. “Y cuando comencé a trabajar por los demás, me di cuenta que mi tierra estaba ahí, un pedazo de mi tierra, porque era aire, viento, era espíritu” ahí decidió traer Barbacoas, Nariño a Bogotá y, contra todo pronóstico y con las uñas, decidió buscar la manera de darle de comer a tantos niños que no tenían, así que, pasando por ser madre comunitaria, tuvo la iniciativa de crear un comedor, un comedor con un fogón de leña y con las ollas rebosantes de alimento para más de doscientos niños y niñas.

No tardó mucho tiempo en estar funcionando el comedor para que llegara Bienestar Social y sacara a todas estas mujeres que habían estado trabajando por la comunidad, solo porque no tenían estudios. A pesar de todo, lo que hizo María Custodia había quedado sembrado en ese lugar, formando un pedacito de su historia. Poco tiempo después, tuvo que venderle su casa al gobierno y fue reubicada en otra zona de la ciudad, en la localidad de Kennedy, ahí, llegó a vivir en lo que ella denomina como una caja de fósforos, ubicada en el barrio El Caracol, en la UPZ Patio Bonito.

“Cuando llegué a este lugar dije ´no, esta caja de fósforo no la quiero´”, sacando préstamos del banco, logró ampliar su casa. Pero, la realidad seguía siendo latente y es que en las casas no cabía la gente y las entidades cercanas no brindaban apoyo, ni a ella, ni al resto de la comunidad. Así que un día con treinta mil pesos en el bolsillo decidió abrir un jardín para darle un lugar y una oportunidad a todos esos niños que permanecían en las calles, porque no cabían en esas cajas de fósforo y porque su realidad era, quizás, más agreste que el mismo entorno.

En esa misma casa donde nos recibió, María Custodia nos cuenta que tuvo más de ochenta niños y niñas a su cuidado, en ese mismo lugar sembró nuevamente la semilla de un comedor comunitario, en el que la fila se siguió haciendo para comer de lunes a viernes, y aún los fines de semana. A su iniciativa se unieron muchas manos de médicos, profesores y donantes, manos amigas que la acompañaron en esa labor de brindarle un lugar seguro a los niños y las niñas, así como un alimento y una guía que también les tendió la mano a muchos jóvenes consumidores.

Esta apuesta se siguió ampliando, hasta que, en el año 2018, tuvo que irse por una calamidad familiar y dejar todo lo que tenía allí, su hijo la necesitaba y ella no dudo en dejarlo todo para ir a apoyarlo. Al volver, ocho meses después, había llegado la pandemia y fue imposible continuar. 

María Custodia es una mujer devota, Dios siempre está en su mente y en su corazón y es en él en quien confía cuando pareciera que los caminos y las opciones se cierran, por lo que, un día, una señora le dijo que quería mostrarla en la alcaldía y ahí comenzó un nuevo camino que hoy en día sigue transitando, y que consiste en su trabajo con las comunidades afro y la construcción de varios proyectos. Entre ellos, la tienda ancestral, la cual trae la historia de su pasado y los saberes de su tierra para lograr con las hierbas la sanación y la curación de las enfermedades “Ahorita esta huerta, hace como quince días le quité todo, quité todas las hierbas y volví a sembrar, pero quiero hacerlo mejor, entonces estoy esperando que las pepas revienten para que de vuelta se ponga bonita, como la hierbabuena, como el torongel, que acá le dicen toronjil. Eso se llama sotea, para nosotros es la sotea, no la huerta. La hoja santa, el acetaminofén que también lo tengo ahí sembrado. Más otras hierbas que necesito pero que acá no se dan, como el charuco, que llega pasado mañana porque tengo que preparar las botellas; acá hay un chirrinchi que le dicen pero no es lo mismo, el charuco es de caña, panela y anís, pero de cepa, que viene de nuestra tierra y sabemos que eso dura un mes para experimentar, para que se curta y así como se curte el charuco, también se curte la botella, Todavía me quedan como dos botellas que tengo por allá hechas por mis manos. Yo voy al médico, yo llevo a mis niños al médico, pero no me hacen nada de lo que yo necesito que me hagan. Me dicen “tiene esto”, pero no me dan la medicina”. Ese es, precisamente, su espíritu, una encarnación de la amabilidad y el compañerismo, la misma razón por la que no sólo hace labores de curación y de sanación, o no sólo al menos en lo físico, pues declara, que incluso suele sentarse con las familias y aconsejarlas para resolver distintos problemas, porque ella tiene ese don de adentrarse en el corazón de las cosas y comprender desde su bondad.

María Custodia se ha sobrepuesto a sus mismas limitaciones, en medio del aguacero, su voz clara comenzó a cantar arrullos; con la música cuenta su historia, con la melodía se aliviana el peso de esas palabras que tanto le costaron articular por primera vez siendo ya una joven. Pero en el canto su voz se potencia, así como sus emociones y su vida se convierte en música. En ese momento interpretó dos canciones de su autoría, la primera, una canción sobre los sueños y la muerte de su hermana; Ahora sé qué es lo que me quería decir, ahora sé que lo que me quería decir / ya no está, se me fue mi hermana, su cuerpo está en la tierra, su alma en el cielo está / y su espíritu está en el aire, ahí viene el viento, lo lleva para allá y para acá. La segunda la llamó el Socavón, una historia que cuenta cuando en vacaciones se iba para las minas, para poder ayudar a su madre y a sus nueve hermanos Ay me voy con mi vela, me voy y me voy, y me voy me voy para el socavón.

Las dificultades todavía prevalecen. Tuvo un derrame cerebral que trajo complicaciones, y, por otro lado, ella bien sabe que en cualquier momento una alcaldía o la consultiva local puede cambiar todos los proyectos que tiene en mente o negarlos. Por ahora, encamina un proyecto de fútbol y la tienda ancestral que está comenzando. Aún con la incertidumbre del futuro, quiere ser edil de la localidad dentro de cuatro años. Mientras tanto, su hijo construye comunidad desde la presidencia del Consejo Local Afro, porque, aún sin paga y entre risas, sueñan con ayudar a las personas desde su corazón, desde los saberes ancestrales y desde esa sabiduría que sólo tantas historias pudieron haber construido.

Finalmente, nos invitó el 10 de noviembre en el centro de la ciudad a una interpretación musical suya que ha estado trabajando con jóvenes raperos, esto, en un evento que busca ayudar a quienes más lo necesitan. Finalmente, nos despidió a la puerta de una lluvia que había acabado de cesar, siempre alegre de recibir en su casa a distintas personas que puedan verse interesadas por alguna de sus tantas labores, y dispuesta a contar como lo resaltó en más de una ocasión, un pedacito de su historia.

Si alguien desea hacer donaciones a la Corporación de María Custodia o apoyar a los niños y niñas de la comunidad, pueden contactarse al 319 364 7362.

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