«Un mundo en hambre»

Por: Luis Eduardo Tiboche

 

 

Diversos analistas y es­tudiosos internacionales plantean que el capita­lismo está inmerso en uno de sus nuevos -vie­jos- ciclos de crisis es­tructural, que tiene como ingredientes principales: la crisis energética, que viene creciendo desde ini­cios de este siglo; la crisis climática, que se agudiza cada día más; la pande­mia del Covid 19 y sus “secuelas”; y, últimamen­te, una guerra que amena­za ser global, la cual está determinando una nue­va geopolítica que tiene como actores a Rusia, la Unión Europea, a la cola de los Estados Unidos, la OTAN, como punta de lanza, y China, a la cual tratan por todos los me­dios de aislar y detener en su creciente “desarrollo”.

De paso, crece la amenaza de dictaduras disfrazadas de democra­cias, oscurantismo y fas­cismo en muchas partes del planeta. Aunque, al Sur del Río Grande una oleada de progresismo pa­rece estar despertando y plantando cara a la hege­monía gringa.

Esta crisis del ca­pitalismo está hoy pro­fundizando el hambre y la pobreza en amplias regiones del planeta. Or­ganismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agri­cultura, más conocida por siglas como la FAO alertan sobre el creciente avance de la pobreza y el hambre a que está aboca­da gran parte de la huma­nidad, y sin embargo casi el único factor que men­cionan estos “análisis” es la guerra entre Rusia y Ucrania. Evidentemente, sin cuestionar el papel que juegan los centros de poder occidentales, los grandes actores del capital financiero inter­nacional y la industria de la guerra, anclados principalmente, como ya se mencionó atrás, en Es­tados Unidos y sus “alia­dos” o mejor sus súbditos.

Esa hambre es una forma de control social y una guerra contra las poblaciones pobres del mundo, es decir contra el SUR geopolítico. Cada año se tiran a la basura cerca de 900 millones de toneladas de comida, con las cuales se alimentaría a las 800 millones de per­sonas que hoy sufren de hambre en el planeta. El aumento de los precios de los alimentos ha venido creciendo desde los años 2002 – 2003, este aumen­to, a su vez, está atado a la crisis energética glo­bal, ya que el modelo de producción agropecuario está ligado al petróleo en toda su cadena.

En el análisis de la actual crisis global por la que atravesamos es im­portante entender que por primera vez existe una gran posibilidad, si es que ya no estamos inmer­sos en ella, de una crisis global de producción de alimentos. Esta crisis in­tenta ser “reciclada” por el capitalismo planteando discursos en torno a las “producciones limpias” o capitalismo verde. Se pasó de un ciclo de sobre­producción de alimentos, con un gran porcentaje de ellos destinados a otros menesteres, menos al de alimentar seres huma­nos (biocombustibles, alimentar animales, pro­ducir aceites, y un largo etcétera), con unos rela­tivos precios bajos, a una etapa en la que el sector financiero puso a los ali­mentos en la bolsa, dando paso a una escalada de especulación, al consi­derarlos como vulgares mercancías.

Por eso, los llamados de los “organismos inter­nacionales” y seguramen­te las “cumbres sobre el hambre” que se avecinan, buscarán trazar políticas que “resuelvan” la crisis del capitalismo. Aquí es preciso volver a mencio­nar que esta crisis global está siendo soportada por la clase trabajadora de todos los países, el cam­pesinado y una cada vez mayor “clase media pau­perizada” sobre todo en el SUR geopolítico.

La crisis en la ciudad

Se ha venido estan­darizando una “dieta global” anclada en cua­tro cereales (trigo, maíz, soja y arroz) en contra de una dieta diversa o mejor biodiversa. Tres multina­cionales dominan cerca del 50 % del mercado de alimentos en el mundo y llegan a determinar los hábitos de consumo y la distribución de alimen­tos a nivel global: Nestlé, PepsiCo y Unilever. En­tre estos, organizaciones y personajes posan de benefactores y mecenas, como Bill Gates y la Fun­dación Rockefeller, quie­nes, mientras entregan dineros a organizaciones que dicen combatir el hambre, tienen intereses estratégicos en transna­cionales de pesticidas como BASF, en destruir la agricultura tradicional y en beneficiarse de enor­mes “donaciones”.

La creciente urbani­zación y el poblamiento en los centros urbanos de las ciudades latinoa­mericanas ha venido pro­fundizando un estado de malnutrición y una cre­ciente crisis de salud.

La concentración de la tierra es otro factor clave en esta crisis. En Colombia cifras dadas por el Censo Nacional Agropecuario en el año 2015 dan cuenta que, se­gún el índice GINI, el país es el quinto en la lista de países con mayor concen­tración de la tierra. Los predios con más de 500 hectáreas ocupan el 62% de la superficie nacional y están en manos del 4% de los propietarios. Esta concentración de la tierra se dedica a negocios es­peculativos o a dinámicas de control territorial y no a la productividad de las mismas.

Según informes pu­blicados también por la FAO en enero de este año, Colombia fue incluida en­tre los 20 países en ries­go de enfrentar hambre aguda en los años 2022 – 2023. Para este año más de 7 millones de colom­bianos necesitarán asis­tencia alimentaria. A esta cifra se suma que, 21 mi­llones de colombianos se encuentran en estado de pobreza monetaria, con unos ingresos promedio de $331.000 pesos men­suales, lo que obviamente no alcanza para adqui­rir una canasta básica de alimentos. Siguiendo con estas cifras de fuentes oficiales y de organiza­ciones privadas como la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia, ligada a la iglesia católica, 19.5 millones de colom­bianos consumen dos o menos comidas al día y no de la mejor calidad lo que determina que cerca de 5 millones de colom­bianos, principalmente niños, sufran de desnu­trición crónica con todas las secuelas estructurales que esta situación pro­duce en esta población. El modelo estructural y la burguesía en el poder utilizan el hambre como un mecanismo de control social para garantizar su permanencia.

El nuevo gobierno busca hacer frente a esta situación, sin embargo, los costos de la llamada canasta familiar son cada día más altos y la espiral alcista parece obedecer a una estrategia de cier­tos sectores en el poder para sabotear las pro­puestas del gobierno progresista actual.

Soberanía  alimentaria ¡Ya!

Es momento de su­perar la “emocionalidad” producida por el triunfo de un gobierno progre­sista. Las organizaciones sociales nos debemos mo­ver rápidamente y escalar los ejercicios que nos son propios, entre ellos, enar­bolar la defensa de la SO­BERANÍA ALIMENTA­RIA en prácticas desde la agroecología, la defensa de las producciones cam­pesinas y familiares, es una tarea que en las ciu­dades debemos acelerar y profundizar a través de alianzas y acuerdos pú­blico populares.

Articular de ma­nera pronta acciones con las organizaciones campesinas de la región cercana, exigiendo al go­bierno la compra de co­sechas directas, las cuales deben entrar a combatir el hambre en las zonas de la ciudad que así lo requieran a través de los comedores comunitarios, que deben ser manejados de nuevo por las orga­nizaciones sociales y no por operadores privados. Organizaciones sociales conformadas principal­mente por mujeres, deben transformar los alimentos en viandas para las co­munidades, en acuerdos sociales con esas mismas comunidades y pagos por el gobierno de manera digna y suficiente para que se sigan fortaleciendo las dinámicas de las eco­nomías populares, que a la larga son las que man­tienen la base estructural de la economía del país.

Tareas complejas, pero un reto necesario para construir sociedades de Dignidad y Autonomía en Soberanía Alimentaria.

1 comentario en “Un mundo en hambre”

  1. En aras a lograr esta iniciativa debemos sumar esfuersos con procesos urbano rurales. Las huertas urbanas se deben incrementar cuadra a cuadra y articular y articularse con la ruralidad. Se debe ir trabajando con el consumidor final en una línea de cooperativismo como familia . Al igual que con los tenderos de los territorios.

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