«Una larga espera: Entre la precarización laboral y los contratos por prestación de servicios»
Por: Emma Sánchez
Vladimir: Di que lo estás, aunque no sea verdad.
Estragón: ¿Qué se supone que tengo que decir?
Vladimir: Di, soy feliz.
Estragón: Soy feliz.
Vladimir: Yo también.
Estragón: Yo también.
Vladimir: Somos felices.
Estragón: Somos felices (silencio). ¿Qué hacemos ahora que somos felices?
Vladimir: Esperar a Godot.
Samuel Beckett
La palabra latina spes es a la vez esperar y tener esperanzas, según su etimología la esperanza también tiene en su origen la espera. ¿Qué esperamos?, ¿la felicidad?, ¿la estabilidad emocional?, ¿el trabajo de los sueños?, ¿conseguir lo suficiente para comprar una casa? En Colombia la esperanza es el motor por el cual miles de habitantes madrugan, trabajan en la informalidad ante la inclemencia del sol o la lluvia, van con un contrato a término fijo a una oficina, enseñan a los más pequeños, entre otros valiosos oficios en la sinfonía de la maquinaria del mundo. También están esos otros: los contratistas por prestación de servicios, los que esperan, los que aguardan a la suerte de ser llamados de nuevo y renovar por algunos meses su contrato.
Actualmente, muchas cosas que antes considerábamos impensables son normales. Es normal que se pase de doce meses de contrato a seis o cinco meses de contrato anual, es normal, en el mundo del contratista, tener que responder por la propia salud mental, la integridad y las prestaciones sociales. Es normal que no se piense en tener más hijos o que se piense en no tener ninguno ante la inestabilidad para ofrecerle a otra vida un futuro digno. Es normal seguir a los cuarenta años en la casa de los padres, sin recursos para independizarse, es normal no proyectarse una vida material más allá de la pervivencia diaria.
Desde hace años en Colombia participamos de una farsa en la que se invita a la ejecución de proyectos sociales y culturales en aras de aportar en el tejido social y la transformación, pero en la que, salvo algunas entidades que han invertido en presupuesto y garantías para sus trabajadores, la gran mayoría de acciones se reduce a actividades de corto plazo, muchas de ellas sin continuidad y seguimiento. Miles de proyectos de menos de cuatro meses a nivel nacional se presentan como una gran pantalla mediática de la cultura en el país. La cultura en Colombia a veces se queda en eso, en un “proyecto” y no estamos demeritando el valor y el avance de muchos procesos e instituciones, sino haciendo un llamado claro al peligro de la precarización laboral, porque sin mano de obra cualificada y sin unas garantías mínimas, no podemos esperar mucho en el sector.
En Colombia un artista no puede vivir de su arte y las migajas de algunos apoyos estatales apenas le dan para pagar las deudas inmediatas. Un número significativo de personas que sostienen las entidades públicas deben trabajar como contratistas, los que antes eran los cargos más codiciados y de estabilidad laboral, hoy en día son una lotería, una constante rueda de la fortuna que pone en riesgo procesos, trayectoria y termina siendo detrimento patrimonial, por el esfuerzo que requiere capacitar nuevo y fluctuante personal ante la escasa proyección y crecimiento de muchos de estos proyectos.
Vemos con asombro y preocupación en el gobierno del cambio, un sector cultural sin ministro(a) de Cultura, desde la salida de Patricia Ariza, el sector se sume entre la incertidumbre y la ilusión de un vuelco hacia las garantías laborales. Actualmente, se adelantan dos acciones que prometen un mejor panorama: por una parte, una reforma laboral pensada para acabar con la precarización del trabajo y, por otro lado, una revisión al Plan Nacional de Cultura. Las dos acciones muy pertinentes y a la fecha visibles en el papel. Mientras se llega del papel a la acción, tanto quienes viven de la informalidad, como los contratistas por prestación de servicios deben seguir en esa larga espera, que a veces no da tregua con los gastos o con los efímeros sueños que alimentan las motivaciones laborales. ¿Cuándo llegará Godot?, —no te apresures que no tarda Estragón.