«Centro Experimental Juvenil»
Una historia de pendientes y atropellos desde el nacimiento del río Tunjuelo hasta su desembocadura en el río Bogotá.
Por: Centro Juvenil Experimental
Desde la llegada de Gonzalo Jiménez de Quesada, su hermano y los monjes encargados de cimentar iglesias sobre los lugares sagrados de Bacatá, hace 485 años aproximadamente, la historia de lo que muchos llamamos el sur de Bogotá cambió de manera radical.
La explotación de territorios y su población fue la fuente de riqueza de unos pocos, aquí nos referimos, en concreto, a la explotación minera de areniscas, calizas y arcillas en los lugares que habitaban los antiguos de mi pueblo muyska. Lugares en los que encontramos indicios como las piedras en Suacha, las montañas de Cerro Seco en Ciudad Bolívar y los miradores que utilizaban para la consulta con los astros, cuya piedra angular era lo que ahora se llama el cerro de Doña Juana.
Hoy, la explotación no cesa y, por ello, la deuda histórica con el pueblo muyska sigue pendiente. Así, mientras en la parte alta de Bogotá, Cerro Seco trata de no desaparecer, mientras yace apacible, pero miedoso, alrededor de la laguna encantada. En otra parte de la ciudad, encontramos un gran terreno parecido a un queso suizo, poroso, que al igual que Cerro Seco, trata de no desaparecer como resultado de las decisiones de la Arquidiócesis de Bogotá respecto a la explotación minera.
Pero, ¿Qué tiene que ver la Arquidiócesis de Bogotá con la explotación minera en la parte baja de Bogotá? Resulta que, tras el cierre del colegio San Antonio fundado por la Arquidiócesis, ésta decide ceder los terrenos en los que se ubicaba dicho colegio, y que le fueron heredados por el administrador de una de las haciendas del sur de Bogotá, al dueño de la hacienda de Aguas Calientes. Hacienda cuyos límites iban desde Suacha hasta Usme. Esta cesión de tierras fue la puerta de entrada para la explotación minera de grabas y arenas en la cuenca alta del río Tunjuelo desde la década de 1970.
De esta manera, en la década de 1990, cuando llegaron las grandes multinacionales, estos terrenos ya hacían parte de empresas privadas nacionales que los usaban para la explotación minera. No fue difícil, bajo estas circunstancias, que las multinacionales socavaran la cuenca alta del río Tunjuelo modificando su cauce y dejando huecos inmensos, llamados por la gente las cárcavas.
En la administración de Lucho Garzón, la empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB), tuvo que desviar el río Tunjuelo a dichas cárcavas para evitar una inundación en la localidad de Bosa. Se calcula que se embalsaron allí 20 millones de metros cúbicos, esto equivale al doble de lo que alberga los tres embalses que están entre el páramo de Sumapaz y Usme (Chisacá, el Ato y la Regadera).
En ese momento, fue tal la pelea e indignación de la población que residía en medio de la minería de todo tipo, pero en especial los que vivían alrededor del parque minero de grabas, que lograron que se plasmara en el Decreto 190 del 2004, en su Artículo 72, centralidad Danubio Tunjuelo, que se debía compensar ese pasivo ambiental mediante una reserva forestal del Tunjuelo. Todo iba en dirección para que esto se lograra y se estableció un humedal que luego se denominó Meandro Carrillo.
Con la llegada por segunda vez como alcalde distrital Enrique Peñalosa y su propuesta de POT, se propuso allí el “súper” proyecto Lagos del Tunjuelo, que consistía en la construcción de 64.000 viviendas y condenaba a la desaparición al humedal Carrillo y a la mínima reducción de circulación al río Tunjuelo, en este territorio el pueblo muyska enterraba sus muertos y situaba sus lugares sagrados para pagamentos y ofrendas. Así, con la modificación del ordenamiento territorial, no solo este lugar, sino lugares como el Sumapaz, dejaron de ser sagrados para convertirse en embalses o lugares para la explotación minera.
Dos ejemplos más de la transformación del ordenamiento territorial que convirtió a los lugares sagrados, en lugares para el usufructo de unos pocos, fueron el proyecto denominado Metrovivienda, en ese caso la voz de unos pocos no fue suficiente, pero fue el pueblo muisca y sus ancestros, a quienes, se podría decir, que les tocó mostrar con sus huesos, vasijas, cuencas y artefactos, que debía respetarse ese territorio que ahora se conoce como Parque Arqueológico de Usme.
El otro caso, es el que está más abajo delimitado por el río Tunjuelo, la Avenida Villavicencio, los barrios Casalinda, Protecho, la avenida Gaitán Cortés y la avenida Boyacá, que fue denominado como Presa Seca y luego como parque Ecológico Distrital de Humedal el Tunjo, según historias de abuelos que habitan en inmediaciones, era un territorio de inmensos bosques y lagos, pero también fue testigo y resultado de la explotación minera. En 1990, quien era propietario de la ladrillera que funcionó allí por más de 30 años, desecó el terreno que fue utilizado para la construcción de los barrios antes mencionados. Así, desecado y con viviendas autoconstruidas y otras patrocinadas por constructoras privadas, el ahora llamado parque Ecológico Distrital de Humedal el Tunjo se convirtió en un potrero y destino para arrojo de escombros en tales niveles que se vislumbraba una estrategia, ya antes utilizada, de ir rellenando para estabilizar el terreno y así, entrar en un loteo para montar barrios informales. Para ello, se tenía el personaje preciso, un vaquero dedicado a criar vacas, quien con la llegada de las vacas pretendía preparar las condiciones para el negocio ilegal e informal.
Cerca de allí había una construcción olvidada, un sueño frustrado de pensionados de la policía a los que el antiguo DABS, hoy Secretaría de Integración Social, les había prometido la construcción de un jardín infantil, pero por estar cerca al río Tunjuelo y en zona de afectación por la avenida Boyacá les fue negada la licencia de funcionamiento.
Centro Experimental Juvenil
Es allí, donde hace 22 años, unos jóvenes después de caminar todas esas historias entre Sumapaz, Usme, Ciudad Bolívar y Tunjuelito, se propusieron crear en este espacio un centro que uniera la experiencia y las capacidades juveniles, con el fin de lograr el rescate del saber popular y ancestral, lo cual dialogaron con lo académico para que entre todos se construyeran herramientas que solucionaran las problemáticas cotidianas de las poblaciones de ese sector. Fue así que nació el Centro Experimental Juvenil, ubicado en la zona verde del sector denominado Tejar de Ontario.
A partir de allí, llegaron manos de todo lado, se logró recuperar la integralidad del edificio de dos pisos y comenzaron a calentarse los entusiasmos para ahora sí, recuperar la esencia de este lugar, solo fue cruzar el puente que tiene más de 70 años de existencia de la mano de las matronas y las personas campesinas, que estaban olvidando su relación con la tierra, para que con azadones, picas y palas crearan la Huerta de la Abuela, en medio de ese potrero donde antes estaban los lagos y que ahora detentaba la Empresa de Alcantarillado y Acueducto de Bogotá para embalsar aguas de inundaciones solo cuando era necesario.
Así, mientras llegaban semillas de tomate, lechugas, acelgas, llegaba el árbol de cereza, de durazno y de saúco; los participantes de la Huerta de la Abuela fueron sembrando alrededor las plantas de higuerilla que crecían por allí de manera silvestre. De un momento a otro, los sábados, domingos y festivos se convirtieron en los días para encontrarse, tomar tinto, alistar la herramienta, las cuerdas y los baldes para ir a trabajar en la “finca”, decían las personas en aquel entonces. Así, lento, lento ya no era el chulo el que frecuentaba el potrero sino el Alcaraván y con la primera inundación llegaron las garzas blancas. Pero las aguas que se embalsaron en el potrero no tardaron más de dos o tres meses en evaporarse, se hizo urgente averiguar cómo lograr mantener el agua, y fue con la llegada de los abuelos de la Sierra Nevada, del Putumayo y del Cauca, que se entendió el camino que se debía emprender para lograr el retorno del espíritu del agua en este lugar. Después de muchos trabajos y con la colaboración de un servicio social de la Agencia Colombiana para la Reinserción, de la gente estudiantil de universidades y colegios, y varias comunidades aledañas, que se logró la restauración del humedal que bautizaron “La Libélula”, ya que allí se veían muchas mientras se iba sembrando.
Así mismo, también surgió la necesidad de indagar sobre las raíces o lugares de procedencia de las personas que allí llegaban, la mayoría eran de ascendencia cundiboyacense, es decir, la ascendencia del legado del pueblo muyska. El camino del legado del mamo Aluka entregado en Ráquira Boyacá se juntó con la palabra de Antonio Daza, con las gentes que se encontraban diariamente en el Centro Experimental.
Ahora bien, desde el año 2021 esta casa está siendo atacada, ha sido robada constantemente. La institución a nivel distrital y local nunca, durante dos décadas, ofreció apoyo financiero, ni logístico y mucho menos técnico, pero ahora pretende encerrar el sector que se logró restaurar por parte de esta comunidad y que fue reconocido para el año 2015 como complejo de humedales el Tunjo, donde se encuentran siete espejos de agua: la Libélula, el Colibrí, el Mosquito, Ata, Bosa, Mica y Myjuca (estos cuatro los agruparon en el sector Huitaca). Es decir, que el terreno de 33 hectáreas que hacen parte del complejo de humedales el Tunjo se pretende encerrar, por parte de la Empresa de Acueducto, con una malla eslabonada y ponerle puertas y candados para que sea solo manejado por la Secretaría de Ambiente.
Es así como después de 484 años de haber desplazado a los antiguos de sus sitios de origen, sus hijas e hijos autoreconocidos parecen estar condenados a volver a vivir el desarraigo y el destierro de su casa y de su sitio sagrado. Ahora, del Centro Experimental y del complejo de humedales el Tunjo. Parece ser que los agravantes que la administración en su nivel distrital y local les endilgan es haber desarrollado una escuela de desarraigo territorial, de cultivar en sus gentes el apasionamiento por volver a sus costumbres propias, a resaltar su ascendencia, a retomar sus ceremonias sagradas en los sitios retornados en el complejo de humedales del Tunjo. Con el hallazgo arqueológico de Transmicable y de las lagunas o chucuas sagradas allí retornadas, ven como agravante el promover entre sus gentes y las que van llegando, la resignificación del ser humano, hermanado con las otras formas de vida.
Ahora, 484 años después, la oscuridad no se ha ido, el dolor y la queja se incrementa. El retorno del legado de los ancestros del pueblo muyska se ve como un peligro en el control que se quiere mantener para imponer los grandes negocios a costa de la vida y la dignidad de las gentes humanas y no humanas.