«Dragones y sunamis»

Dicen que en el país de Javier no está aprobada la pena de muerte, tampoco la tortura, menos aún la tortura pública a varias manos.

Por: Yan Ly Domor

 

No dirigía nada. No pertenecía a una banda criminal, nunca había cometido un crimen. Cuando esculcaron su hígado, sus riñones estallados, su cráneo roto, no encontraron ni siquiera marihuana. Tan solo el bienvenido y apreciado licor que patrocina el deporte.

No lo mataron vándalos, ni violadores, ni atracadores profesionales, ni comunistas. Él tampoco era comunista. Lo mataron “agentes del orden”. Javier no se encontraba atacando a nadie, no portaba ni siquiera un alfiler para defenderse, no alcanzó a pronunciar un carajo, tras los primeros golpes, cuando aún tenía fuerzas. Ni por un instante fue soberbio, tan solo imploró: por favor, por favor. Dicen que en el país de Javier no está aprobada la pena de muerte, tampoco la tortura, menos aún la tortura pública a varias manos, pero ambas se aplicaron, esa noche, en el cuerpo de Javier.

La rabia, la indignación se desataron e inundaron las calles. Catorce muertos y un tanto más de heridos fue la respuesta a la gente que salió a protestar por el atropello. Nadie conocía a Javier, pero todos lo amaron, lo defendieron, lo cantaron, querían vengarlo. Todos padecieron con él la golpiza y el desangramiento.

¿Por qué dolió tanto la muerte de Javier Ordoñez, si en Colombia, todos los días muere gente por impacto de arma? Si todos los días caen hombres y mujeres heroicos: líderes, estudiantes inermes. Jóvenes, jóvenes, jóvenes.

Los implicados en el asesinato dicen que las disidencias de las FARC organizaron la revuelta. Que el ELN, que vándalos criminales. Pero la explicación no satisface, por el contrario, surgen muchas preguntas.

¿Tuvieron tiempo los “organizadores”, entre la madrugada y la mañana para hacer el mapa de los objetivos de la piedra y el fuego? ¿Quién publicitó el análisis de la relación entre CAI e inmuebles financieros? ¿Quién consiguió a las mujeres para levantar un “libreto” de violaciones y muerte en esas instalaciones policiales?  ¿Quién invitó a los testigos que relataron la indiferencia con que en esos sitios se respondió muchas veces a angustiosas llamadas o solicitudes de protección? ¿Quién habló del silencio con el que se respondió a las quejas que se habían puesto antes del 9 de septiembre por el comportamiento de los “agentes del orden” que mataron a Javier? ¿Quién hizo el censo de los pateados, robados, rellenados de droga para justificar las actuaciones de las “autoridades” en los sitios donde debieron estar apostados para defender a la ciudadanía? ¿Quién organizó todo esto?

Dicen los implicados en el asesinato de Javier Ordoñez, que fueron las disidencias de las FARC, el ELN y los vándalos criminales.

Estos “criminales” de piedra en mano, no tuvieron la finura de poner una guillotina sobre el cuello de los príncipes y emperadores locales, tampoco construyeron un muro para el fusilamiento, ni un cadalso para la horca, como procedieron algunos jóvenes en otras épocas. Hay una pléyade de antecesores históricos que sí lo hicieron. El glamour francés, la reverencia por los padrecitos zares, la sumisión a reyes y sultanes dejó de existir cuando sus pueblos reventaron de hambre, indignación y rabia ante la injusticia y el crimen oficial. Cuando su palabra tuvo menos valor que la cosa más nimia.

Esa chispa, esa gota, hubiera podido ser, en nuestro caso, los acontecimientos del 9 y 10 de septiembre de 2020: la tortura pública, la sevicia infinita, la crueldad sin motivo, la desfachatez y el odio puro contra el indefenso e inofensivo. Javier Ordoñez era cualquier ciudadano, nuestro hijo, nuestro vecino, nuestro colega. No pudieron estigmatizarlo con las etiquetas más utilizadas en los falsos positivos. Su asesinato no pudo ser peor, ni menos justificado.

No es ante la muerte impune de cada día, ni ante las violaciones a mujeres y niñas, ni ante la infamia en todas sus formas que reaccionan escandalizadas las instituciones que representan al Estado colombiano. Es ante “la grosería” con la que respondieron los manifestantes al ESMAD y a la policía (grupos armados oficiales), que disparaban indiscriminadamente contra la multitud.  

Los aparatos del poder se dan el lujo de pontificar sobre civismo, pacifismo, decencia, buenas maneras. ¡Qué hipocresía! ¡Qué cinismo para justificar crímenes de Estado! –insensatez suicida. Tal vez un día los jóvenes dejen de ser vándalos, se comporten con refinamiento como sus antecesores, a quienes hoy se respeta y endilga el título de héroes, próceres, o por lo menos precursores. Los pueblos son bueyes mansos hasta cuando se rebosa la copa, entonces se convierten en dragones y sunamis.

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