«La canción perfecta»

Creo que ahora escucho alguna radio tropical que ha programado merengues y salsas, pero nada de lo que busco. Mientras sostengo el manubrio con una mano, con la otra cambio de emisora.

Por: La Murga de Colombia 

 

Enciendo la radio para concentrarme en el camino, la señal es un poco débil por las montañas que me acompañan. Suena el mañanero, en las noticias que no quiero escuchar. Las mismas que han manipulado cabezas hace décadas. No hay nadie más en esta carretera, sino yo. Debería escuchar el inmenso sonido de la naturaleza, pero el paisaje es tan bello que hoy quiero escuchar la canción perfecta. Al menos una de tantas, una canción que me acompañe en este momento de libertad, en este camino solitario.

Cambio a la siguiente emisora en el dial y encuentro una parranda, también conocida como guasca, ritmo creado por campesinos antioqueños en los años cuarenta e influenciado por rancheras mexicanas y boleros sureños, que aún hoy, suenan en las interminables navidades colombianas. La guasca es como el pasado de la música popular, siendo el presente un zombie contagiado con más de veinte géneros populares. Dejo la canción porque me gusta, es Octavio Mesa, me dan unas ganas de parrandear tremendas. Al terminar me espanta una publicidad que pide a gritos que compre lo que sea que vende. Lo que sigue en el dial es una sinfonía de reguetones, uno tras otro. A mí no me molesta el ritmo del reguetón, lo que me molesta son sus letras poco creativas y su comercio promocionado hasta el cansancio. Entonces cambio de emisión.

Debo hidratarme pronto pues acabé mi botella de agua hace unos kilómetros. No veo nada en el horizonte, ni una tienda. Paso rápido el dial hasta que escucho un vallenato súper producido con ecos, rever, delay y un montón de efectos que hostigan el oído. Una letra rápida y pegajosa que no asombra a nadie, seguramente de algún cantante estrella que pago payola. Eso, sin hablar de los estereotipos machistas y traquetos de algunos vallenateros. Un sonido que nada tiene que ver con el vallenato popular de los verdaderos cantores, los que hacen de sus canciones un viaje poético por el caribe colombiano.

Al fin, al horizonte veo una casa con un aviso de Postobón en la entrada. Aumento la velocidad para llegar más pronto. Creo que ahora escucho alguna radio tropical que ha programado merengues y salsas, pero nada de lo que busco. Mientras sostengo el manubrio con una mano, con la otra cambio de emisora. Encuentro un rap, seguro de la radio pública, pues no hay más radios en FM que programen rap de los barrios. De esos que les hablan a los jóvenes sobre las realidades sociales. No es mi canción perfecta, así que cambio a la siguiente emisora. Encuentro entonces una ranchera de Juan Gabriel, quedo tentado a dejarla tan solo por la nostalgia que me produce su sonido, pero continúo al siguiente dial  en donde una voz me regaña por salir a marchar y a reclamar mis derechos. ¿Y quién es este? Me pregunto.

En la siguiente emisión una carrilera me transporta directamente a una cantina. Es una canción de despecho, algo literaria, respeto lo literario. La música merece palabras comprometidas con la imaginación. La carrilera toma su nombre debido a que se comenzó a comerciar y a rotar en los vagones y estaciones del tren, en esos tiempos en los que aún había trenes en Colombia y no sospechábamos de Transmilenios acomodados.

Ya casi voy llegando a la tienda. Mi garganta se prepara. Ahora suena en la radio un rock, algo que llama mi atención, pero no es nada de lo relajante que buscaba, así que cambio a la otra señal, quedan pocas emisoras, ya voy llegando al final. Suena música para planchar. Alguna letra sencilla repetida también hasta el cansancio, estilizada de manera creativa para que sea fácil de cantar. En la siguiente emisora Rosalía suena con sus extraños cambios de ritmo y su obvia adaptación del flamenco con el trap. Alguien que ha sido criticada por apropiarse de una cultura tradicional como el flamenco, siendo ella de otra cultura. ¿Pero qué sentido tiene el arte si no puede confrontarse con otras expresiones, vengan de donde vengan? Es como si Los Saicos del Perú fueran los dueños del punk por ser los primeros que lo hicieron, o como patentar la panela de los campesinos. La apropiación cultural es inevitable.

Estoy a unos cuantos pedalazos de la tienda y tengo la esperanza de que en las últimas estaciones que quedan en la radio encuentre la canción perfecta. Nada. Solo oraciones religiosas y bachatas importadas. Sin embargo, la siguiente emisión logra sorprenderme con una cumbia. Es nada menos que Andrés Landeros, pionero en la cumbia colombiana, esa que se transforma y muta con cada paso que avanza en el mundo.

He llegado a la tienda con el sonido de Landeros. Los tambores se me suben a la cabeza y sus cantos se internan en mis entrañas. No encontré mi canción perfecta, pero logré avanzar en mi camino con algunos sonidos interesantes como banda sonora. La tienda es algo alternativa, tiene chakanas y atrapasueños colgando en la entrada, y algunas imágenes psicodélicas en las paredes. Un hombre de cabello largo me atiende. Entonces escucho la canción perfecta, estaba sonando por un viejo bafle en la tienda. Quedo sin palabras, era exactamente la canción que buscaba. En el fondo sabía que no la iba a encontrar en la radio, ni en cualquier lugar. No es tan popular para que la sintonicen seguido. Seguro ustedes la conocen porque es perfecta. Tuve que venir hasta acá para encontrarla y que ella me encontrara a mí. La canción, esa canción, mi canción perfecta que sonaba mientras el tendero me preguntaba: ¿Está usted bien?

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