La Piedad Córdoba que yo conocí

Por: Idaly Monrroy

 

Conocí a Piedad Córdoba por sus actos, como mejor se conoce a alguien y como mejor se le puede hacer justicia a su recuerdo.

Hace más de veinticinco años tuve la oportunidad de contribuir a la ejecución de una propuesta pedagógica para la paz, cuya iniciativa partía de la líder social y política, aún no tan famosa por sus aciertos, ni sus errores, reales o supuestos, y menos aún por su papel en los procesos de paz con los que hoy en día nos hemos familiarizado. Es decir, con aquellos que nos enseñaron a partir del ensayo y error, los que requerían creatividad, valor y compromiso con el país.

Piedad, sensible a los asuntos de mujer y género y, particularmente, a los sufrimientos de las mujeres víctimas directas de la violencia propia del conflicto armado, propuso la realización de talleres pedagógicos con esas mujeres en los departamentos de la costa atlántica, principalmente, Córdoba y Sucre. El objetivo era poner en común las experiencias, narrar, expresar el dolor, la rabia, la incertidumbre, el miedo, los atisbos de solución, el perdón. También la historia de sus territorios, el pasado, presente y futuro de sus vidas, de sus familias, de sus pocos bienes.

Las historias se sucedían en imágenes fotográficas reproducidas por sus gestos, su llanto contenido y luego desbocado. Recuerdo a una mujer que describió la escena de la llegada de un grupo paramilitar que asesinó, en su presencia, a su esposo y a su hijo. Dijo que quedó paralizada -no recordaba cuánto tiempo- y luego no tuvo más quehacer, cavar sus tumbas y enterrarlos en el patio de su casa.  También tengo la imagen de la mujer que mientras contaba su historia, corría un poco, estaba contando cómo los hombres armados vinieron por su niña adolescente. La niña se aferró a los brazos de la madre y ellos se la arrancaron. La niña se fue llorando, ella se quedó con el grito en las entrañas. Esas y muchas otras historias similares se fueron desgranando en los talleres. Hubo llanto, mucho llanto. Abrazos filiales, consuelo. Tal vez, se encendieron de nuevo las luces de la esperanza.

Piedad se alegraba de estos resultados, agradecía la forma en que se realizaron los talleres. Las historias y la actitud de las mujeres la animaban a continuar luchando. Al menos, un día las víctimas hablaron, fueron escuchadas por sus hermanas de desgracia y entre ellas se dieron consuelo.

Por entonces, Piedad Córdoba no estaba en campañas electorales, no tenía magníficos puestos en la burocracia, no recibía prebenda alguna por su labor. Y no paró en sus esfuerzos por la paz. Habló con guerrilleros y paramilitares. Le habló con claridad y contundencia a Carlos Castaño, su secuestrador. Gestionó ante las FARC la liberación de prisioneros, gestionó con el presidente Hugo Chávez la solidaridad para la búsqueda de la reconciliación, a partir de la liberación de secuestrados y la discusión de acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC. Lideró un importante movimiento social, con la participación de población indígena, campesinos y estudiantes. A cambio, recibió el abusivo golpe a su investidura de Senadora de la República, por parte del procurador Alejandro Ordóñez. La infame acusación de la no menos nefasta ex candidata Ingrid Betancourt; la deleitosa celebración de los medios de comunicación adscritos a la ultraderecha, por los delitos de su hermano. La ingratitud y réplica de falsedades por parte de la opinión pública “dirigida y formada” políticamente por algunos medios de comunicación.

Todo eso fue Piedad Córdoba, pero, también, para millones de colombianos, la mujer de ideas liberales, la que echó a rodar su suerte con los pobres de la tierra, la mujer defensora de los derechos de las mujeres. Tal vez, la primera mujer afrodescendiente que luchó desde altas posiciones en la administración pública, contra el racismo y el sexismo, en favor de las campesinas humildes y violentadas por los actores de la guerra. Partisana del sueño de un país distinto, más justo y en paz.

Por último, quiero contar una anécdota que me causó estupor y rabia al comienzo, luego risa por lo que consideré simplemente ridículo, y ahora, el dolor de ver que esta anécdota se suma a la infamia contra una colombiana que amó a su país y a su gente.

Mi hija menor era una niña de 6 años de edad, su mejor amiga vivía en el mismo conjunto residencial que nosotros, jugaban y compartían actividades en el apartamento de su amiga o en el nuestro, o en el salón comunal. En el salón se reunían los vecinos a hacer “oración” y a conversar sobre asuntos religiosos. Al final, repartían una merienda de gelatina o galletas con mermelada que les encantaba a los niños, entre ellos, a mi hija y a su amiga. No vi ningún problema en que la niña asistiera, era como un juego. Pero un día llegó con cara de asombro y algo de miedo. Me contó que en la reunión habían dicho que en la tierra existían demonios con figura humana, que se vestían y hablaban como humanos y que hasta tenían nombre. Esto último me causó curiosidad por la precisión de la información. Le pregunté a mi niña: “¿Por ejemplo qué nombre?”. Y me contestó: 

“Piedad Córdoba”. Quedé perpleja, como pude le expliqué a la niña quién era ella, sin mencionar los hechos atroces contra los que luchaba. 

Antes de ser reconocida como una gran mujer, Piedad Córdoba fue literalmente demonizada, calumniada, ofendida. Pero tal como entonces, se escucharán los testimonios de quienes la conocimos por sus hechos y no por las voces de la infamia. Yo puedo dar testimonio de su grandeza femenina, patriótica y humana. Ha partido de entre nosotros una gran mujer. Paz en su tumba

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