La música popular en Colombia es todo un universo de corrientes sonoras multiculturales, que se han integrado a la sociedad en general. Es tan influyente, que hemos sido formados con esta banda sonora, una mezcla de bambucos, cumbias, rancheras, carrileras, carrangas y vallenatos. En los barrios periféricos de Bogotá, la música popular se ha vuelto parte de la atmosfera y el ambiente citadino, se le escucha entre humedales e industrias, trancones y ríos, que se extienden hasta el Salto del Tequendama a través de atardeceres fríos. Es imposible no dejarse influenciar por estos géneros musicales y más con la creciente ola que han tenido en los últimos años, en parte, debido a la industrialización de la música, en parte, gracias a los medios de comunicación que han promovido artistas en este género, aunque la mayoría de ellos con intereses más superficiales y comerciales.

La agrupación La Murga de Colombia es consecuencia de esa Colombia popular y multicultural, sus músicos encontraron en la música tradicional colombiana sus propias raíces y sonidos, después de haber participado en bandas de rap o punk, experimentaron y mezclaron otros ritmos para llegar a todo tipo de personas. Es así como se construye esta historia, la de los artistas que le cantan a la comunidad un mensaje de transformación social y amor por la vida, con la música popular como lo hace La Murga de Colombia.

Ya han pasado once años desde que, con algunos parceros artistas, nos encontramos en los parques, buses y plazas, con las guitarras al hombro para engendrar canciones improvisadas que iban fluyendo con el pasar de las cosas y los pregones. En ese tiempo los buses eran pequeños, pero cabíamos con guitarra y tambora para que los tripulantes escucharan nuestra última canción y de paso colaboraran con la causa… esa causa.

La noche anterior la policía no pudo llevarnos, buscaban entre la guitarra alguna razón para detener nuestro canto, estábamos en el parque de la Canilla Rota, disfrutando de una ceremonia musical entre raperos, punks y rastas, al lado los cirqueros hacían malabares y los tambores eran cualquier elemento golpeado con ritmo, y así se fueron armando las cosas. Luego las palabras iban y venían para acomodarse de forma sensata y de repente teníamos una estrofa o un coro, o sencillamente pregonábamos una arenga popular de esas que oíamos en las marchas del primero de mayo o de alguna manifestación, y le colocábamos ska, cumbia, rap:

«Sales de casa y ves el control,
Una falsa idea de lo que llaman justicia 
No pienses, no actúes, no quiebres la ley,
La conciencia, la razón y nuestro deber…»

En los buses se ganaba poco, quizás había un interés más romántico con el arte en la calle, pero luego se nos volvió la herramienta para viajar. En nuestras casas grabamos las canciones que teníamos y decidimos tomar la carretera, caminamos y compartimos, tanto en el país como en toda Suramérica. Nuestro mensaje se mezcló con otras culturas y con otras gentes, conocimos otras formas de vivir, de hacer arte y hasta de gobernar. En el camino algunos integrantes se fueron yendo, otros han ido llegando.

Volvimos con una montaña de experiencias y, aunque en Colombia muchas cosas no cambiaron, nuestro mensaje tomó más fuerza. Conformamos parches, colectivos y escuelas, hicimos medios, festivales, comparsas, creamos comunidad, hicimos hijos, aprendimos y enseñamos, casi desfallecemos, pero nos vimos en la responsabilidad de seguir y no detenernos.

Nacieron más canciones en contra de la guerra y de la autoridad, en contra de la muerte, por la vida y por la alegría. Nos entonamos con las causas más pertinentes y entregamos nuestro trabajo como una ofrenda a la vida, nuestro arte para el mundo. Una Murga Popular con sonidos urbanos que invitan a la vida y a bailar mientras seguimos luchando.

«Y yo te digo sembremos 
mejor con la semilla que 
crece aquí de mis abuelos, 
te lo digo te lo canto, fuera Monsanto…»