«Una mirada a la recomposición cultural Muisca Chibcha»

Un diálogo con el comunero Junior Ortiz, sabedor del Tejido Comunitario Muisca Teusaca.

Por: Marta Gómez

 

 

Con Junior nos encontramos en la Maloca que está ubicada en el Jardín Botánico de Bogotá: “aquí, hacemos el ejercicio de encontrarnos con diferentes comunidades originarias y pueblos étnicos a conversar e intercambiar saberes propiciando diálogos interculturales”. Junior lleva varios años liderando procesos comunitarios, barriales y populares en la mal llamada localidad de Kennedy, territorio Techotyba, actualmente, hace parte del espacio autónomo de concertación de comunidades indígenas de la alcaldía de Kennedy, intentando mantener un escenario de participación y articulación con las demás comunidades que habitan la localidad.

Dialogamos con él, mientras mascaba hoja de coca o hayo y poporeaba, para conocer más sobre la organización de los diferentes pueblos y comunidades asentadas en la localidad y en Bogotá, en general, y para conocer sobre el proceso de recomposición cultural de la comunidad muisca chibcha, un pueblo que nunca desapareció y cuya memoria permanece en cada uno y cada una de sus descendientes.

¿Cómo puede entenderse la historia de la comunidad Muisca y como está configurada?

Los muiscas hacemos parte de este territorio que se conoce como Bacatá o Muequetá, el departamento de Cundinamarca, Boyacá y el sur de Santander. Los muiscas configuramos nuestro pensamiento y prácticas relacionadas con el cuidado y el consejo de la madre tierra. A la llegada violenta, desde hace más de 500 años por parte de los españoles, que se conoció como colonización, fueron tiempos difíciles de subyugación y pérdida cultural que afectaron gravemente a nuestras comunidades ancestrales. Se llega en un momento determinado, en el que el Estado inventa una figura organizativa y administrativa que se conoce como cabildos y resguardos, figuras que “determinan la manera como deben ser gobernados los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizada”, así lo mencionaba la Ley 89 de 1890. En Bogotá, está el Cabildo de Suba y el Cabildo de Bosa, que son quizás las comunidades muiscas más representativas que por sus territorios, apellidos, prácticas, usos y costumbres y que, de una u otra manera, por sus luchas propias son quienes cuentan con instancias de participación, voz y voto frente a la institucionalidad y están registrados administrativamente ante el Ministerio del Interior.

Vale la pena mencionar que, existen unas formas propias de buen gobierno que sopesan las establecidas administrativamente y que, a mi juicio, son las que debemos cuidar y mantener en la comunidad. En mi caminar he aprendido que el autorreconocimiento, la recomposición cultural, el arraigo territorial son elementos importantes en la cultura para asumirnos como sujetos históricos respetuosos, profundamente, del pensamiento ancestral y conscientes de nuestro compromiso en la revitalización de saberes, usos y costumbres que hoy también acompañan nuestras comunidades campesinas, que habitan la ruralidad. Hoy, hablamos de lo indígeno-campesino, pues muchas de las prácticas ancestrales se enmascaran en lo campesino, en la ruana y el sombrero y es quizás desde allí que nosotros hacemos todo un ejercicio de organización propia.

¿Qué elementos tienen que ver con esa recomposición cultural y como se hace para que las comunidades, aun teniendo esas rupturas, hoy vuelvan a autorreconocerse como muiscas?

Creo que es una gran responsabilidad tanto espiritual como ambiental, cultural y política, en mi caso comencé a hacer todo un ejercicio de revisión y de reflexión familiar, y uno se da cuenta que, a través del conocimiento de la abuela, que era partera; de la otra abuela, que era sobandera, que utilizaba las plantas como un ejercicio para curar enfermedades, la gente la buscaba y ella hacía sus menjurjes, sus aceites, sus pomadas y sus remedios; y de mi abuelo, que era un mayor que sabía trabajar la tierra, conservaba sus semillas, constructor y conocedor del barro a través del adobe o el bareque y caminante del antiguo camino de los Llanos Orientales con el territorio de Bogotá. Todas esas revisiones, esas introspecciones familiares, comienzan a acentuar y a hacer evidente ese arraigo territorial de lo indígena, que se esconde en el mestizaje o en el amestizado, porque realmente no lo decidieron ellos, sino que fue fruto de todo un conflicto violento e histórico.

A veces, uno escucha a algunos antropólogos que afirman que, pensarse en el autorreconocimiento es pensarse en una reinvención, pero nosotros nos basamos específicamente en lo que hay, desde varias indagaciones a través de los escritos y a través de esa memoria viva que se encuentra en el campesinado. En términos de la lengua, ya hay bastantes estudios que se acercan mucho, no al escrito como tal, porque creo que no era propio de nuestras comunidades, sino más bien a la forma de la fonética, aunque es bastante complejo, después de más de 500 años; pero, quizá, existen unos elementos que estamos intentando recuperar, porque la lengua dice mucho sobre la forma de pensamiento de un pueblo y creo que para muchísimas comunidades la lengua es algo fundamental en relación con la identidad.

¿Cómo se han encontrado con otras personas o con otras colectividades que han empezado ese autorreconocimiento como muiscas?

Vale la pena mencionar que todo comenzó aquí, en la maloca. La maloca asentada en el Jardín Botánico permitió que llegaran varios mayores y abuelos de diferentes territorios, entre ellos, abuelos campesinos de Boyacá y de Cundinamarca, los cuales comenzaron a sembrar esa semillita del autorreconocimiento, con la intención, no de competirle a la figura de cabildos y resguardos, sino más bien, de comenzar a tener una identidad propia.

A veces, se entiende que el mestizaje es aceptar toda una colonización, sin tomar parte de. Debido a ello y a varias conversas, diálogos y círculos de palabra, que se dieron en la maloca del Jardín Botánico, a la cual llegaron mamos de la Sierra, abuelos y mayores amazónicos y diferentes comunidades, trayendo la palabra desde sus territorios, orientaron un ejercicio de arraigo y de identidad en lo muisca.

Claro, en su momento compartieron medicinas propias de ellos, pero sí nos daban la claridad, como el mayor Víctor Martínez Taicoma, que el mambe nos lo daban a nosotros para que comenzáramos a recordar y a repensarnos, a buscar el camino, pero que eso no era de nosotros, que teníamos que comenzar a utilizar nuestras medicinas propias del territorio.

Algunas personas se fueron para la Sierra Nevada de Santa Marta, otros mayores llegaron y entregaron medicinas, entregaron la hoja de coca, nos enseñaron a hacer la cal, nos enseñaron a hacer la ambira, entregaron poporo, siempre dejando la claridad de que nosotros teníamos que buscar lo propio. Luego, en indagaciones y en registros que se encuentran en el Museo del Oro, nos dimos cuenta que nuestros mayores poporeaban y que teníamos unas medicinas propias, teníamos también hayo y hoja de coca. Actualmente, nos encontramos en un ejercicio de amanecer esa palabra, de cuidar lo que nos enseñaron y amanecer a través de las medicinas ese pensamiento ancestral.

También, encontramos en la ruralidad diferentes formas de cómo se tejía, cómo se hilaba, cuál era nuestro algodón, nuestras vestiduras, y algo que me parece supremamente importante de lo campesino, que está allí presente y es la ruana y el sombrero, que de una u otra manera, dicen mucho territorialmente de cómo tuvieron que adaptarse en sus espacios, en sus paisajes para poder encontrar lo indígena, que no está desligado, vuelvo y repito, del contacto con la semilla, con el tejido, de las mismas abuelas cuando hacen sus husos, cuando hilan, a pesar de que sea la lana de oveja, que no era propia, pero que, evidentemente, dice mucho de esa significancia, de esos elementos que hacen parte de todo ese pensamiento ancestral muisca.

¿Es pertinente dirigirse a las comunidades como indígenas?

A muchos de ellos no les gusta esa palabra de indígenas, es algo que toca cambiar, que está ahí como implantado, pero se prefiere un poco el término de comunidades originarias, comunidades nativas o comunidades ancestrales y mencionar el territorio. Por ejemplo, comunidades originarias muiscas de Bosa, porque en realidad muisca quiere decir gente, así como nukak o nukak baka, que quiere decir gente de selva. La palabra indígena a veces suena muy despectiva, quizá ya el mayor Fidencio lo mencionaba, que uitoto no es la palabra como se nombra dentro de las comunidades amazónicas, ya que quiere decir como enemigo o gente mala. Es mejor mencionarlas por su nombre.

Recordemos que la palabra indígena responde a una visión colonial, porque, supuestamente, entraban en un territorio inexplorable de la India. Entonces, desde ahí, es que estamos hablando de esta manera, hay que deconstruir ese concepto. Es algo complejo, porque desde la misma entidad nos reconocen como indígenas.

Aunque, desde el gobierno propio, la comunidad tiene todo el derecho de autodeterminarse. Hay algo que me parece supremamente importante, que a veces las comunidades no hemos entendido, y es que cuando se habla de gobierno propio o cuando se habla de un enfoque diferencial se está hablando de gobierno a gobierno, no se está hablando de algo que está dentro o que es menor, sino que, cuando se habla de autoridades responden a toda una línea organizativa propia y que tienen un diálogo entre pares, al mismo nivel.

El territorio dice mucho, para nosotros hay una dificultad grandísima y es que, evidentemente, no lo tenemos. Podemos decir que están las montañas, que están las lagunas, que están las chucuas, que estamos habitando una zona específica y que, por supuesto, son lugares importantes de conexión espiritual, pero no tenemos un territorio en físico nuestro, en el cual continuar y decir claramente que podemos hacer familia, podemos construir nuestras casas de pensamiento, podemos hacer todo el ejercicio de recomposición cultural que es, quizá, lo que nosotros añoramos o soñamos, que amanecerá, en su debido momento, fruto de nuestros esfuerzos. 

Por ahora, continuaremos en nuestro ejercicio de recomposición cultural, moviendo pedagógicamente nuestra casa de pensamiento la Tytua, la cual camina la palabra recogiendo la memoria, visibilizando la cultura ancestral muisca y aprendiendo a través del diálogo, de la circulación de la palabra, del tejido de experiencias y de saberes entre las comunidades campesinas que aún habitan la localidad y el territorio de Techotyba.

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