«Nómadas a la fuerza: El drama de la migración»

Por: Andrés Cuartas

 

A ellos los vimos ca­minando con su ca­rreta, eran jóvenes, pero ya se veían cansados, los llamamos porque tenía­mos algunas cosas para darles resultado de un trasteo. Cuando nos acer­camos nos dimos cuenta que no eran de aquí y que no venían solos, en la ca­rreta escondidos, entre el reciclaje, estaban sus cinco hijos, ninguno so­brepasaba los seis años; cuando nos contaron su historia, se podía sentir en sus palabras la voz de los otros dos millones de migrantes venezolanos que han llegado a Colom­bia. Su drama se reprodu­ce por las carreteras de la frontera entre ambos países, el primero del que salen por falta de opor­tunidades y el segundo, al que tienen que llegar, y que en lugar de abrir­les la puerta, los obliga a pasar por un estrecho camino de ignominia, de cobros injustificados y de paisajes inhóspitos, propios de su intricada geografía. La historia fue mucho más dolorosa por­que llevaban cinco niños en brazos, con los que re­corrieron casi medio país, atravesaron páramos y montañas y con quienes llegaron finalmente a Bo­gotá, sanos y salvos, una travesía que parece ser más bien un milagro. Pero ese mismo milagro, muy pronto se convierte en pesadilla, por las difíciles condiciones de vida que tienen que enfrentar en barrios marginales y en condiciones inhumanas e insalubres. En lugares que lejos de llamarse ho­gar, se convierten apenas en un espacio para llegar a descansar.

Sus nombres nunca los supimos, porque ser migrante en Colombia, en Estados Unidos y en cualquier lugar del mun­do es ser otro, un gentili­cio si mucho, pero por lo general un enemigo que construyen los Estados para desdibujar el drama humano, para invisibili­zar las historias de dolor y de injusticia.

Y, aunque la migra­ción es un proceso social que a lo largo de la his­toria ha sido la base y el motor para la construc­ción de nuevas civiliza­ciones, es muy probable que quienes vivieron ese momento histórico tam­bién se sintieran un poco incómodos. La xenofobia, la exclusión y la discri­minación a la población migrante es producto de distintos factores socio­culturales, pero también de ideologías en donde el otro es ajeno y diferente, porque no comparte tra­diciones inventadas como un himno, una bandera, un equipo de fútbol o una religión.

Colombia que du­rante décadas fue un país del que solo emigraba su población, hoy es un país que recibe un alto flujo de inmigrantes. A la fecha permanecen en Colom­bia más de dos millones de migrantes venezola­nos, pero la cifra de paso o de transición es mucho más alta y podría rondar los cinco millones de per­sonas. A esta cifra se su­man los otros migrantes que ven a Colombia como parte de la ruta para lle­gar a Centroamérica y de ahí tomar camino hacia Estados Unidos, haitia­nos, africanos y cuba­nos, tan solo en el mes de septiembre Migración Colombia identificó más de 34 mil migrantes ile­gales. En Necoclí la situa­ ción humanitaria sigue siendo caótica y miles de migrantes se mantienen represados en sus calles desde hace más de dos meses esperando una lan­cha que los lleve a tierras panameñas, para desde ahí emprender su camino hasta la frontera con Es­tados Unidos.

Colombia no es la excepción, cada año del país emigran cerca de un millón de connacionales, porque aquí la violencia, el desplazamiento forza­do y el conflicto armado no son cosa del pasado y el gobierno nacional ha hecho un gran esfuerzo por destruir la única es­peranza que teníamos de lograr la paz, han sido cuatro años de jugaditas, de trampas y de recrude­cimiento de la guerra, por parte del Estado. El pro­blema de la migración es no ver el drama humano, el problema sigue sien­do el calificar a ese otro como enemigo y conver­tirlo en una cifra. Lo peor de todo es que los gobier­nos terminan lucrándose del drama humano, basta solo mirar los millones de dólares que recibe el gobierno Duque para asistencia a la población venezolana por parte de Estados Unidos, millones que se evaporan y que ter­minan afectando directa e indirectamente a todo los que habitamos este terri­torio llamado nación. La invitación es a entender la migración como ese movimiento imperan­te de supervivencia que emprendemos todos los seres humanos, indepen­dientemente de nuestra nacionalidad, cuando ve­mos que nuestra vida está en riesgo; la migración no es un fenómeno de mo­vilidad humana, sino un forzado desplazamiento hacia lugares y cultu­ras que desconocemos, donde llegamos carentes de todo a construir una nueva vida desde cero, en busca de la libertad.

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